Capítulo Treinta y Nueve

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Volver a Nueva York me hace sentir demasiadas sensaciones diversas. Quiero pensar que estoy haciendo lo correcto en alejarme de este lugar, que el hecho de haberme ido a Chicago es algo bueno, pero luego están todos estos pensamientos inconexos que me hacen querer saltar al vacío y vuelvo a caer en este incesante remolino de incertidumbre.

No quiero ser la culpable de mis propios errores, y se que eso es el peor error que una persona puede cometer, querer buscar un culpable para sus propios deslices.

Bella me recoge en el aeropuerto, y le pido que por favor me deje quedarme con ella el tiempo que esté ahí.

—Es tu apartamento, idiota, por supuesto que puedes quedarte —me responde con una mirada de que rayos estás diciendo.

No quiero quedarme en la casa de mis padres, y para ser honesta quiero estar lo más alejada del vecindario que me vio nacer.

—No me siento en condiciones de ver mi antigua habitación. Además, tengo mucho de no verte, y tenemos que conversar sobre demasiadas cosas.

—Eso no te lo negaré.

No puedo evitar notar que el azul de su cabello ya se ha ido.

— ¿Cuando te teñiste el cabello? ¡El azul te quedaba de maravilla!

—Tuve que hacerlo. No es como si me importara la opinión de los robots con las que trabajo, pero algunos clientes que aparecían de vez en cuando por mi oficina solían demorarse un poco más de la cuenta en mi cabeza. No quiero que no se efectúe un contrato por mi apariencia. Tus padres me matarían.

—Bella, sabes que Schlesinger tiene políticas de libre expresión. Puedes tener el cabello como quieras.

— ¿De verdad tienen esas políticas? ¿Y como por qué todas las secretarias son exactamente iguales? ¿No has notado eso?

No, no lo he notado porque tengo meses de no entrar a ese edificio.

—Puedes hacer lo que quieras con tu cabello. Cámbialo solo si eres tu la que no se siente cómoda con el.

—De acuerdo, pero olvidemos el tema de mi cabello, dame detalles, ¿cómo son mis hijastros?

— ¿Tus hijastros? —no puedo evitar reírme —Son preciosos. Los niños más lindos que he visto en mucho tiempo.

— ¿Incluso más lindos que Mark?

—Es una lindura distinta. Ellos son... sensacionales. Tienen algo que te hace quererlos de inmediato.

— ¿Cómo se llaman?

—Cade y Luke.

—Annabeth me agrada, pero en ocasiones me dan ganas de golpearla muy fuerte.

— ¿Por qué dices eso? No puedes estar tan obsesionada con mi hermano, Bella.

—No es justo que ella lo haya conocido primero, ¿de acuerdo? en ocasiones solo nos queda tener celos, tu hermano es precioso.

—Han pasado no tengo idea de cuantos años, y aun sigo sin poder tragarme esa oración. ¿Qué demonios le ves?

—Lo que tu le viste a Josh, a Blake y quiero imaginar que también a Barton.

Y es ahí cuando me quedo muda de golpe.

Lo ha mencionado, y el simple hecho de escuchar su nombre hace que recuerde la suavidad de sus labios, los latidos tranquilos de su corazón, la forma en la que se acercó a mi oído y me dio a entender que sabía lo que había ocurrido. Todo me hace estremecer de inmediato.

Phoebe, Schlesinger IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora