Capítulo 1°: Negocios redondos

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Cerré la computadora, no me quedaba tiempo suficiente para responder los correos que habían llegado al e-mail del blog, había leído algunos y ya los había categorizado, eso me ahorraba bastantes quehaceres para cuando volviera de mi trabajo real, para el cual ya debería estar alistándome.

No era como si eso me tomara mucho, ya me había bañado, depilado y... mierda, tomé el cepillo de pelo, me peinaría en el camino. Me puse un poco de ese caro aceite, que había comprado el otro día, en las manos, tenía que cuidarme el cabello ahora que estaba tan oxigenada que mi rubio caminaba en la fina línea entre el dorado y platinado; me reí sola al pensar en todos los insultos de exnovias celosas que había recibido por el color de mi cabello, lo verdaderamente tonto era pensar que el color de pelo tenía que ver con la capacidad intelectual de cada persona o, siquiera, con la personalidad. Lo cierto era que tampoco podía culparlas, las mujeres se volvían unas ridículas bestiecillas territoriales cuando de hombres se trataba, más si me encontraban a mí involucrada en la ecuación.

En mi personal, y poco solicitada, opinión, me parecía que ese era un comportamiento un tanto bajo y absurdo. Algo que solo demostraba la poca confianza que se tenía en la pareja y en sí mismo... pero bueno, no era como si me hubiese enamorado alguna vez, quizás mi falta de experiencia en todo lo que es el campo del romanticismo me hacía ser un tanto insensible, aunque prefería el término "objetiva".

Tomé mi mochila del lugar en la sala en que la había dejado en la madrugada, cuando llegué. Mamá seguía durmiendo en el sillón, lo había estado haciendo durante la mayor parte del día, esas pastillitas que estaban en la mesita de centro, enfrente de donde se encontraba recostaba, la ayudaban para mantenerse así, en ese constante estado de somnolencia. Hace tiempo había dejado de preocuparme por ella y sus adicciones, trataba de controlarlas lo mejor que podía y lo único que había conseguido hasta ahora era que dejara de tomárselas con distintos tipos de destilados.

Hice una mueca de desagrado cuando sentí la fría mano de mamá aferrándose a mi pierna.

— ¿Vas a ver a Jo? —preguntó con voz pastosa por los sedantes.

—No, hoy no es uno de esos días —le respondí tomando su mano y poniéndola debajo de las colchas, fue su problema de control el que nos hizo perder a Jo, no podía evitar odiarla un poco más por eso—. Voy a trabajar —le informé.

—Trae algo para beber, de seguro te lo dan gratis —me pidió mientras se acomodaba en el sillón y volvía a dormir.

Tsk. Chasqueé mi lengua sin poder evitarlo. Si eso era lo que hacía el amor, no estaba muy ansiosa por sentirlo, y mamá era la persona más enamoradiza que había conocido, el único problema era que siempre se enamoraba de la peor clase de tipos, lo mismo había sucedido con mi abuela... y sabía que ese era un mal del tipo hereditario. Me aliviaba el saber que Jo era un chico, así por lo menos si tenía el problema de la familia, de ser demasiado enamoradizo, la vida sería un poco más sencilla para él, la sociedad siempre sería más condescendiente con los chicos... las chicas enamoradizas eran putas, en cambio los chicos, eran mujeriegos.

Estúpida sociedad.

Salí a la calle, caminando hacia el paradero de autobús en la esquina de la calle en donde quedaba la casa de mamá, reflexionando sobre la "maldición" —por no decir simplemente estupidez congénita— de mi familia, sabía que en el fondo el problema de mi mamá y abuela, nada tenía que ver con el amor, si con caprichos y falta de amor propio. Había visto el amor, entre mi tía Jess y tío Arturo, entre mi prima Montse y su novio Teo, entre mi socio del crimen Boris Rodríguez y su tonta muñeca clasista... ejem, digo la señorita Levy; ellos eran un mundo distinto de los noviazgos que había tenido mamá o la abuela, mucho menos tóxicos... aunque también tenían problemas de celos y esas cosas tan humanas que me costaba comprender. O sea, la química y pasión podía entenderla, pero siempre había creído que eran cuestiones transitorias, según la biología, el efecto enamoramiento duraba alrededor de tres a seis meses —respuestas hormonales de los organismos que explicaba el funcionamiento del amor— entonces ¿Cómo es que mis sujetos de ejemplo llevaban tanto tiempo juntos y parecían tan o más apasionados que en el principio de la relación? Les había hecho seguimientos secretos para tratar de comprobar mis teorías y todo se escapaba de mi precioso campo de lógica.

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