Capítulo 26°: Camino al infierno

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Santísimas vírgenes de la cadera rota...

Terminé de girar en la cama y cogí el teléfono que tanto sonaba con esa canción de Lily Alen que realmente me daban ganas de dedicarle a la chica inoportuna que me llamaba a estas horas de la mañana. Maldición, mirando la pantalla de mi móvil me di cuenta de que no era tan temprano, lo que explicaría completamente el hecho que Bal no estuviera conmigo en la cama, pidiéndome, con muchos tipos diferentes de caricias, perdón por hacer de mí una mujer descaderada.

Deslicé el icono verde para contestar la llamada por la pantalla táctil ¿Qué demonios querría Nash un domingo a la una de la tarde? El domingo era sagrado, un día para follar y rezar... creo que mi pelvis me exigía rezar, otra sesión de sexo intenso con ese oso en celo y quedaría invalida de por vida, sería algo así como una mezcla corrompida de Susana-Clara ¿Qué pasaba con las caricaturas antiguas y sus rubias invalidas? Primero Candy y luego Heidi. Definitivamente había algo malo en todo eso.

—Hola —dije con voz pastosa, la razón tenía algo más que ver con que estuviera recién despertando—. ¿Me puedes decir qué carajos quieres a esta hora cuando deberías estar disfrutando de tus felices polvos de medio día con el bombero sexy que apaga el incendio de tu vagina ardiente?

— ¿Y qué pasaría si un día de estos tuviera el altavoz encendido porque tengo las manos ocupadas? —contestó ella en todo desenfadado—. Por cierto, buenos días, sobrina.

—Solo si estuvieras haciéndole una paja a alguien que no seas tú misma y si te estás encargando de tus necesidades básicas estoy segura de que no sería a mí a quien llamarías —sonreí con suficiencia al teléfono, sabiendo que Nash me conocía lo suficiente para saber que mueca estaba poniendo en este momento exacto—. Buenos días, tía pequeña.

—Te has puesto tan guarra —casi podía verla rodando los ojos—. ¿Seguro que aún no pierdes tu virginidad psicológica? Tal vez el vecino jugo con sus dedos cerca de ti mientras esperabas por el almuerzo que prepara tan amorosamente. Como una recompensa o algo así, digo.

—Prostituirse por comida no es mi estilo... tal vez lo haría por un peluche tamaño real de Winnie de Pooh, pero nada más —dije, sin el valor ni el ánimo para negar sus acusaciones sobre mi relación con nuestro vecinito caliente. Después de todo estaba en su cama ¿no?

—Santi me está mirando como si estuviera loca —murmuró.

—Claro que te ve como a una loca, si alguien escuchara nuestras conversaciones es lo que pensaría. No sé cómo siempre haces que termine hablando de vaginas y penes más contigo que con cualquier profesor de sexología o una condenada ginecóloga.

—En fin, no era para hablar de vaginas y penes que te estaba llamando, pero ahora que mencionas lo de la ginecóloga, no olvides que tenemos la hora para la próxima semana.

—Entonces... ¿Me llamabas para recordarme algo que podrías haberme dicho mañana cuando llegaras a casa? —fruncí el ceño, odiando un poco a mi tía.

—Oh, no, solo me desvié del tema. Te llamaba porque Santi volvió a llevarme a la casa de sus padres, si no lo quisiera tanto ya estaría embarcándome en el próximo vuelo hacia Tombuctú...

—Bien, te llevó a una adorable cena familiar y ¿Qué? ¿Ya saco el anillo? Sigo sin entender porque interrumpes mi sueño de belleza, mujer.

— ¿Estabas durmiendo? Dios... eso es tan raro ¿Qué estuviste haciendo anoche para terminar así de agotada? —preguntó con una familiar sorna.

Muchas cosas, en realidad...

—Nada de lo que tu sucia mente esta imaginando, cuando estoy en mis días soy una osita en hibernación, eso es todo.

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