Capítulo 37°: Saltando al vacío

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— ¿No piensas darme ni un solo besito más antes de entrar al restaurante? —me tomó del brazo, haciéndome girar y chocar con su amplio y duro pecho.

Traté de suspirar muy disimuladamente, él era tan grande y tan fuerte, pudo haberme hecho lo que quisiera cuando estuvimos solos en su cabaña, en ese rato que pareció interminable mientras le mostraba el lindo loft que había conseguido para él, el área del quincho, la impresionante vista hacia la costa y así, pero no, Bal había sido un caballero, como siempre, y había respetado mi postura molesta luego de que le hubiese preguntado por esos asuntos que tenía que atender con su ex y su respuesta fuera un: "No es algo que te afecte, o a lo nuestro, de ninguna manera".

¿Qué clase de respuesta de mierda era esa? ¿Y ahora me pedía que lo besara? Oh no, muchacho, eso no iba a pasar.

—Solo quiero agradecerte por el lugar que encontraste para que me quedara y, encima de todo, gratis —besó mi sien derecha, siendo el irremediable seductor que estaba en su sangre—. También por empacar mis cosas sin que me diera cuenta.

Esa parte no le gustó tanto, lo sabía.

—Sospechaba que querrías dejar la corbata y, con respecto a lo otro, ya te lo dije, trabajé ahí el verano que salí del colegio y al siguiente también. La señora me tiene mucho cariño, era amiga de mi abuela, y siempre me ha dicho que si necesito un favor o un lugar para quedarme, si quiero un fin de semana de relajación, la busqué —me aparté de él, sintiendo como mi voluntad se tambaleaba en su dirección—. Tengo la casa de mi tío si quiero pasar un fin de semana aquí, así que esta me pareció una buena oportunidad para cobrarle la palabra.

— ¿Y el beso?

—Si realmente quisieras tanto uno, simplemente te agacharías y me lo robarías —lo reté con la mirada, deseando que hiciera exactamente eso.

—Ya te gustaría —me sonrió de medio lado, pareciendo devastadoramente perverso—. No voy a robarte ningún beso mientras no me digas la razón por la que te asustaste y creíste que debías distanciarte. Ya me dijiste que no fue por lo de navidad y no puedo imaginar porque otra cosa podría ser.

Abrí la boca y luego la cerré, apretando mis labios para no decir nada que fuese a comprometerme.

—Este juego no es divertido —dije finalmente— y no voy a entrar en él, menos cuando es con un oso tan tramposo. El día que me cuentes eso que tenías, o tienes, qué hacer con tu ex yo te diré que es lo que me pasa... porque sí, genio, todavía me pasa —estreché mi mirada hacia él de una manera que creí sería muy amenazante.

Bal solo se rio, el muy maldito.

—Y me dices a mí tramposo —pasó de mí, hacia la puerta del negocio de mi tío y entró.

Lo seguí, murmurando algunas maldiciones que esperaba se volvieran realidad, dicen que la lengua es el arma más poderosa de los brujos, una lástima que yo solo tuviera unas gotas de sangre gitana, algo demasiado tenue como para causar algún tipo de mal.

Tomé la manga de Bal cuando él se dirigía a una de las mesas libres que le quedaba más cerca y lo guíe hacia las de la ventana, él era demasiado práctico, tendría que enseñarle a disfrutar de esos pequeños lujos como lo eran comer junto a una ventana en un restaurante que da a la playa o darle una segunda mirada los jacuzzis que había al costado de cada cabaña, en el lugar en donde había arreglado para que se hospedara.

Tomé asiento a su lado y me quedé viéndolo mientras él admiraba la vista, sus ojitos de tormenta brillaban de una manera increíble con los reflejos del sol en el agua.

—Es muy bonito —comentó mientras trazaba las pequeñas conchitas de mar incrustadas en el marco de la ventana y miraba más allá, a la playa.

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