Capítulo 21°: Peleando contra el amor

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Bal se veía tan absolutamente sexy mientras le enseñaba a uno de sus alumnos como debía golpear correctamente al saco de arena frente a él, sus patadas tenían todo de mortales y sus puños era el mejor tipo de letal que hubiese visto en mi vida.

Casi tan espectacular como su culo magistral era la forma que tenía para pelear tan... viril, arrollador, destructivo. Por fin podía averiguar el propósito de todos esos músculos de espartano que constituían su cuerpo y no solo eran para cargar pesados sacos de harina.

Luego de repasar a sus demás alumnos se encaminó hacia mí, estaba sentada en el borde del ring, ya que nadie lo estaba usando y desde ahí observaba todo como una versión rubia de dios. Bal se puso entre mis piernas abiertas y besó mis dedos, que descansaban en las cuerdas.

—Te aprovechas de marcar territorio solo porque el amigo de Teo acaba de irse —lo acusé, tomando su cara entre mis manos y robándole un beso duro, puse sentir sus manos subiendo por mis muslos, acariciando la tela de mis leggins.

—Si no lo hago, estos chicos pensarán que estás libre y seguirán pidiendo tu número —gruñó, besando mi mejilla y luego mi cuello. Él estaba obsesionado con besar esa parte de mi cuerpo y eso no me molestaba en lo más mínimo.

—Es peligroso que hagamos esto aquí —le advertí—. Ya vieron lo suficiente, ve a aflojarle unos cuantos huesitos y luego vuelve.

—Bien, pequeña mandona —sonrió, me besó y luego obedeció.

¿Era mi culpa si hacía caso a todo lo que le decía al pie de la letra? Me juré que no permitiría que eso afectara mi corazón pero ahí iba otra de las minas explotando y él seguía ileso corriendo hacia mi tesoro mejor guardado.

Hoy no tenía que ir a trabajar al café, era miércoles, así que me había quedado observando su clase, esperándolo para que nos fuéramos juntos al edifico.

Suspiré, viendo como su maravilloso cuerpo de Aquiles se movía con agilidad mientras demostraba movimientos que el mismísimo Mohamed Ali envidiaría. Eso me hizo recordar otra clase de movimientos de los que era capaces, también envidiables por cualquier hombre sobre la faz de la tierra.

Apreté los muslos y cerré los ojos, revivía lo que habíamos hecho el fin de semana cada vez que hacía eso... y desde entonces no habíamos podido hacer nada más. Estaba segura de que aún nos quedaban unos cuantos condones, sí, nos habíamos excedido con ese pequeño espacio de tiempo del viernes en que Nash estuvo en el trabajo, también en la madrugada del sábado... pero el resto del fin de semana había tenido que escuchar el sermón de mi tía sobre las miles de razones por las cuales no debería haber ido a ver a mi mamá sola. Lo de siempre.

Y ya no lo haría, Bal me había convencido de ello. Ni yo misma podía entender porque estaba dejándolo entrar en donde ni mis tías habían podido.

Esta semana había sido terrible para ambos, él no tenía nada de tiempo por haber comenzado a preparar los pasteles para la panadería y yo porque, cuando Bal tenía un tiempo libre, las chicas tenían la brillante idea de organizarse para los ensayos. Había faltado al primero, Nash no me dejó faltar a ninguno más.

Eso le dio tiempo a mi cadera para volver a su estado anterior, si algún hueso terminó saliéndose de su lugar luego de tanta ejercitación pélvica, ya había vuelto a reacomodarse en estos días de inactividad. Por lo menos ya no caminaba patizamba ni sospechaba que me miraban por eso.

Bal sí volvió, cuando ya quedaba poco para que su clase terminara, esta vez no se puso entre mis rodillas separadas, sino que apoyó su cadera contra el costado del ring, observando a los chicos en silencio mientras me acompañaba.

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