Capítulo 9°: Borrachas consecuencias

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Me senté en la mullida cama de la rubia mientras ella cerraba la puerta y le ponía seguro, debería detener esto, estaba bastante borracho, pero no lo suficiente como para saber que lo que estaba a punto de hacer estaba mal... pero iba a sentirse tan bien.

Joder.

No iba a detenerme, no iba a parar toda esta condenada situación, yo quería follarme a esa rubia molesta y, no follaríamos, pero esto sería lo más cercano que podría tener.

Tomé mi cabello, le di un par de vueltas desordenadas sobre mi cabeza y lo amarré con la liga que siempre llevaba en la muñeca. Ella empezó a acercarse a mí, parecía un poco nerviosa mientras me miraba, pero ahí estaba ese deseo con el que sus ojos me recorrieron desde el principio, pensaba mostrarle algo que le gustaría mucho más.

Cogí el dobladillo de mi camiseta y tiré de ella hacia arriba, sacándomela por completo. Escuché el gemido de mi rubia vecina y sonreí.

— ¿Crees que tengo algún problema con mi autoestima? No eres la primera ni la última chica que reacciona así al verme sin camiseta.

—Nunca había visto tantos músculos en vivo y en directo —suspiró, acercándose a mí—. Estás mucho mejor que los chicos de mis calendarios, vecino.

Sus halagos me hicieron inflar el pecho, sí, había habido muchas chicas que me miraban como ella, pero ninguna que expresara tan abiertamente lo mucho que le gustaba lo que veía. Esta mariposita sí que tenía la capacidad de hacerme sentir mejor conmigo mismo.

Alargué mi mano y cogí su cadera, acercándola a mí hasta que sus piernas chocaron con el borde de la cama, la tenía exactamente donde quería. Puse mi boca sobre la piel de su abdomen expuesto, besándolo lentamente mientras bajaba sus pantalones, ella puso sus manos en mis hombros, sujetándose mientras mi boca iba por esa plateada joya que había en su ombligo, había estado llamando mi atención toda la noche.

—No lo tires, Bal —me reprendió y la solté.

—Termina de bajarte los pantalones y súbete sobre mí —le ordené mientras comenzaba a desabrochar mi pantalón.

—No vamos a joder —me recordó cuando estaba sacando mi miembro para acariciarlo frente a ella, volví a sonreír cuando la pequeña diabla se mordió el labio inferior sin poder apartar la vista de mi pene.

— ¿Te gusta lo que ves, mariposita?

Ella asintió, quitándose los pantalones con un bamboleo sensual de caderas y subiéndose sobre mí como le había pedido, colocando ambas rodillas a cada lado de mis caderas y suspendiendo su coñito caliente sobre mi virilidad. Esta rubia quería ser tan jodida como yo estaba dispuesto a dárselo, pero no la presionaría, me había dicho que confiaría ciegamente en mí esta noche, y pensaba corresponder a esa confianza.

—Sé que estás ansiosa por ponerlo en tu boca —pasé mi mano libre por su húmeda zanja— pero primero vamos a tener una pequeña charla.

Gimió cuando hice a un lado su ropa interior y comencé a pasar mis dedos por ahí, estaba resbaladiza, me permití la libertad de conducir uno de mis dedos hacia su interior, completamente, bombeándolo en distintos ritmos y niveles de profundidad, disfrutando de la manera fácil en la que ella me apretaba o temblaba según cada cosa que le hacía.

—No te siento tan segura sobre esto de no coger —comenté antes de cerrar mi boca sobre su camiseta, donde estaban presionándose esos hermosos pezones—. Podría enseñarte los placeres que ofrece la sodomía si no quieres cambiar de opinión por completo —presioné el pulgar, de la mano que estaba jugueteando con su vagina, contra su prieto ano.

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