Capítulo 23°: Mariposa sin corazón

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Suspiré y pasé mis dedos por la cabeza, comenzaba a dolerme de nuevo, todo por culpa del cansancio. Decidí cerrar los ojos por un momentito, escuchando el murmullo de voces alrededor, era lo único que medianamente lograba apaciguar la jaqueca.

Mientras dejaba que el cansancio me abdujera y llevara hacía el planeta de los sueños, me puse a recordar lo chocante que fue para mis hormonas tener que presenciar la interacción entre Bal y Jo, los hombres de mi vida en este momento. Dios... mi osito tenía una veta paternal que ni siquiera había visto en el mismísimo papá de Jo y eso me hacía desearlo de una manera abrumadora.

Un hombre que era bueno con los niños, más específicamente con mi hermanito menor, era devastador para mi libido e instinto materno. Gracias al cielo que aún no estaba lo suficientemente loca como para hacer algo del tipo desquiciado como pedirle que fuese el padre de mis hijos —que, de ser así, habrían sido unos hermosos querubines de ojos azul tormentoso— o proponerle matrimonio, aunque realmente estuve cerca de hacerlo cuando se puso a ver Pearl Harbor con Jo y el niño se acomodó con toda confianza contra su costado y, cuando comenzó a quedarse dormido más en la tarde, como Bal lo había acunado contra él, lo había sostenido...

Pasé una mano por mi frente, aun sin poder sucumbir ante el sueño.

Había sido demasiado para mí ver esa nueva cara de mi osito, tanto que no pude ser lo suficientemente juiciosa y terminé jodiendo con él en la sala mientras mi hermanito dormía en mi habitación, había necesitado tu tacto, sus besos, sus órdenes... había deseado tanto sentir como se deslizaba dentro de mi cuerpo que llegaba a ser doloroso.

Bal me sostuvo entre sus brazos toda la noche, si no estuviera segura de que las mujeres de mi familia tenían un serio problema a la hora de mantener a un hombre a su lado, con o sin maldición de por medio, podría plantearme con toda seriedad la idea de intentar alguna cosa con Bal... pero no, eso era tajantemente imposible. Mi osito era el hombre más maravilloso que había conocido hasta ahora, por eso mismo era que no podía pensar siquiera en quedarme con él, iba a hacer de su vida un infierno problemático.

Eso me hizo recordar... mi ceño se frunció, cerca de caer en el mundo de los sueños. Le había dicho a Bal, con mucha claridad y resolución, que nuestro idilio clandestino implicaba que no nos involucráramos con las decisiones o vida del otro.

Gemí mortificada, esperando que mis tías no lo notaran y que mi leve ruido no interviniera con su animada conversación sobre el electromagnetismo y las teorías que avalaban lo perjudicial que eso podía ser para un embarazo, lo que debería justificar el que Teo hubiese escondido el microondas de Montse.

Desde el principio, todo lo que había hecho era intervenir en la vida y decisiones de Bal... pero él no me había contradicho cuando solté esa tontera, en ese momento no lo pensé bien, solo lo dije porque Bal me pidió que le aclarara en que se diferenciaba lo nuestro de una relación. En realidad no había muchas diferencias, si me paraba y lo pensaba detenidamente... demonios, eso me asustaba menos de lo que debería.

Ya estaba un poco más dormida cuando recordé otra cosa, algo sobre la madrugada del domingo que hizo que la sangre calentara mis mejillas y que el nudo en mi bajo vientre se apretara.

Bal había despertado con mucho... entusiasmo, sus besos y la manera en que comenzó a acariciar distintas partes de mi cuerpo que ya se habían acostumbrado a su tacto me ayudaron a despertar en el mismo estado de enardecimiento, me había olvidado por completo del condón mientras él se había conducido lentamente dentro de mí, con una mano amasando mis pechos y con la otra acunando mi pubis, dándole mezquinas caricias mientras ese polvo mañanero me despertaba cada vez más.

El maldito oso me había puesto tan caliente que terminé montándolo sobre el sofá del departamento que compartía con mi tía pequeña, con mi hermanito dormido en el cuarto y sin un maldito preservativo pero mi mente estaba tan adormilada que no tenía la capacidad de asimilarlo, no con las manos de Bal en mi culo, incentivándome a subir y bajar sobre él, no con su rostro enterrado entre mis pechos y su lengua degustándose con mi piel.

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