Capítulo 36°: Al borde del precipicio

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Una acotación importante que podía hacer de mí mismo: nunca había sido un idiota. Sí, intenté serlo muchas veces, siempre he creído que los idiotas son más felices, ciegos ante todo lo que es tan obvio, como una esposa que pone cuernos tan grandes que cualquiera pensaría que ese pobre marido es algún animal extinto de la prehistoria. Oh, tenía otro ejemplo, cuando la rubia que va a tu lado, sentada en silencio durante un trayecto en coche que dura dos horas, como mínimo, hace su mayor esfuerzo por evadirte e ignorarte en la semana y cuando llega el momento de ir al matrimonio de su tía se comporta como si no quisiera que fueras, luego de haber sido ella quien te invitara y dijera que ya es momento de presentarte a su familia.

Hasta un idiota se daría cuenta que es lo que está pasando aquí, a la niña problemática le había entrado pánico.

Cabreado y con un terrible dolor de cabeza que me recordaba el porqué de que hubiese decidido darme por vencido con las relaciones luego de mi matrimonio desastroso, bajé la velocidad mientras nos adentrábamos en la calle principal del pueblito y todo el tumulto de coches que eso implicaba.

—Esto esta infestado —gruñí, yendo tan lento que hasta mi papá podría pasarnos con su versión de trote, había que considerar que el viejo ya estaba en sus setenta y cuatro.

—Así se pone en verano —fue la primera frase dirigida a mí que decía en días, y no se trataba únicamente de monosílabos—. El restaurante de mi tío queda unas pocas cuadras más, tiene una suerte de estacionamiento justo al lado.

—Avísame cuando tenga que doblar o estacionarme —le pedí, tratando de no tocarle la bocina al idiota del jeep que tenía en frente.

—Claro —la respuesta brusca por parte de Sofí me hizo fruncir el ceño, la miré de reojo y vi la cara de una chica que está completamente molesta.

¿Quién entendía a las mujeres? Había sido ella quien estuvo comportándose fría como un tempano de hielo durante toda la semana y ahora, que finalmente lográbamos establecer algo parecido a un dialogo, actuaba como la hubiese insultado o, peor, ignorado.

Seguí conduciendo por lo que pareció una torturadora eternidad, en realidad no tuvieron que ser más de quince minutos, pero el tenso silencio entre Sofí y yo hacía parecer cualquier espacio de tiempo como un pequeño pedacito de infierno.

No tenía idea de qué era lo que esta niña quería de mí, obviamente tenía que querer algo si se comportaba como si la hubiese ofendido y resoplaba cada cinco minutos, haciendo que cada exhalación pareciera más exasperada que la anterior.

—Es ahí —señaló con un movimiento de la mano hacia la derecha, el lugar era bastante grande y, gracias al cielo, quedaba un espacio en el aparcamiento que me apuré a ocupar—. Voy a llamar a mi tío, dame un segundo —dijo cuando ya estaba marcando el número en el teléfono.

Luego de una breve y concisa charla en que, por primera vez en días, tuve un atisbo de su sonrisa —por supuesto, no me la estaba dedicando a mí—, se soltó el cinturón, lo que interpreté como mi señal para bajar de la camioneta e ir a la segunda cabina por lo paquetes.

Sofí llegó rápidamente a mi lado, me ignoraba y seguía luciendo molesta, por lo menos era un cambio, a verla solo ignorándome o tratando de ser indiferente cada vez que nos topábamos en el trabajo o edificio. Le pasé la caja más pequeña para que la llevara dentro del restaurante y tomé la más grande, cerrando la puerta de la camioneta y presionando el botón del cierre centralizado en mi llavero antes de seguirla.

Un sonriente hombre rubio salió por la puerta de servicio, debía tener la misma edad que Gaspar, tal vez un poco mayor, fue hacía Sofí para abrazarla y saludarla, tuve que suponer que se trataba de su tío, los rasgos del sujeto me recordaban a mi exvecina, la sonrisa, los ojos, la barbilla, incluso la nariz, aunque obviamente Montse era una versión mucho más femenina.

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