O N C E

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Mi seguridad era muy evidente: en mi caminar, en mi rostro y en mi apariencia.

Respiré hondo, di un paso al frente. La luz de la luna se asomaba por el cielo.
Toqué el timbre una vez, tuve que esperar unos segundos hasta poder ver a una sonriente Abigaíl.

Ella se acercó a mi y depositó un corto beso en mi mejilla. Sólo había pasado un día desde esa fuerte confesión por su parte y decidí prepararle una sorpresa que le demostrara lo mucho que la amo.

Abbey me sonrió y aproveché para observarla detenida y completamente.

Llevaba un vestido deportivo, ni muy elegante, ni muy relajado. Complementado a la perfección con unas vans blancas. No creo que estuviese llevando maquillaje pues la conozco y no es su estilo.

No fue un problema llamarla a las doce de la noche y pedirle una cita, ya que ella vivía sola. Su casa era hereditaria, era de su padre y al no tener hermanos ella se quedó con todo lo que a él pertenecía.
Lo que es algo genial... Y a su vez doloroso. Pero...
Ese día que la seguí para buscar su domicilio, ella entró y saludó. Recuerdo que no escuché respuesta alguna y ahora que lo pienso, eso es más trágico.

Abbey cerró la puerta tras de si, y la tomé de la mano, luego de eso literalmente la arrastré por el antejardín hasta la motocicleta de Sarah. Ella rió junto conmigo y la subí al vehículo.

Arranqué y conducí durante unos minutos. Al llegar al camino las llantas se ensuciaron y tuve que encender las luces debido a la oscuridad.
Le indiqué a Abigaíl que ya habíamos llegado y bajamos de la moto.

—No piensas secuestrarme... ¿verdad? —le sonreí malicioso.
—Quien sabe —Dejé la frase al aire.

Aun estando en medio de aquella oscuridad la pude ver rodando los ojos. Con suavidad tomé su mano derecha y la guié por el pasadizo.

Gateamos por el pequeño conducto, el cual nos daba la tranquilidad de saber que no nos perderíamos; gracias a que la poca luz que había del otro lado no era muy lejana. No teníamos el espacio suficiente para ir lado a lado por lo que le indiqué a Abbey que fuera detrás de mí, para que no pensara nada malo.

Al cabo de unos segundos pudimos salir de allí, a lo que recibí una extrañada mirada por parte de ella.

—¿Qué hacemos aquí? -preguntó incómoda. Traté de guardar el secreto unos minutos más.
—Solo te ataré a la ventanilla y me iré a casa -contesté sarcástico y a la vez con algo de gracia.

Mi objetivo fue alcanzado en el momento que su risa entró en mis oídos y también me reí un poco. Le propiné un delicado golpe con mi codo y la inducí a seguir.
Esta vez ella tomó mi mano con fuerza y me pidió que la llevara a donde quiera. Gesto que me sorprendió pero me agradó.
Su voz sonó afinada y suave al pronunciar esas palabras, tanto que casi pareció un susurro.

No me distraje por mas tiempo y subimos las escaleras. El vigilante, como todas las noches, había activado la seguridad en los elevadores, si alguien los solicitaba en un momento en el que no hubiera clases, automáticamente sería encerrado en ellos, por lo que no nos arriesgué.
Subimos escalón por escalón. Yo con mucha seguridad y ella tratando de ocultar sus nervios. Cuando por fin llegamos.

Abrí las puertas de vidrio y en cuanto pasamos el umbral se pudieron ver de primera las luces de unas velas ubicadas a lado y lado de una mesa. Todo lo mencionado a la luz de la luna. Observé la expresión de mi compañera y me encontré con sus ojos cristalizados y su cuerpo paralizado.

AdvarselⓢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora