T R E I N T A Y S I E T E

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No qué decir, no hace falta en realidad. Disfruten la lectura

Mis pies pisaron sobre los de Alex. Primero derecho y en cuanto mi pie izquierdo bajó él se quedó en el suelo. Sonreí, Alex descongelado.
Salí de su habitación a las carreras sin permitirle questiones y realicé el mismo proceso con las restantes dos hermanas. Las separé para que la primera no viese a su hermana congelada y flotando a su lado al momento de despertar.

Todos se preguntaron porqué aparecí de repente en sus habitaciones, pues, no recordaban muy bien los hechos. Pero no respondí y tomé una revista fotográfica para mostrarme natural.

A los pocos minutos, Alejandra escuchó un ruido en la cocina y se acercó a mí encontrándome medio tirada en el suelo mientras limpiaba el ligero charco que se formó después de que mis temblorosas manos dejaron caer la jarra del jugo. En el fondo de mi conciencia supe que el accidente se debió al shock en el que me veía, y es que todo lo que me pasó hace horas es indudablemente increíble.

—Ya me han dicho que es tu último día en la mansión —Me recordó.

Recogí los vidrios más grandes con las manos, tiritando, y la frase que me lanzó me provocó un vuelco completo en el estómago que se llevó de paso las medialunas que me comí.
Levanté la cabeza con la boca medio abierta. De lleno me percaté de la pena que daba. Aunque lo último que quería era mostrar debilidad. Esa siempre había sido yo, queriendo mostrar mi mejor faceta. Tan pronto saliera de allí podría dejar de fingir. Podría empezar a ser humana, después de todo, ya no había a qué temer.

La miré desde abajo sin pronunciar palabra y dirigí la vista a un pedazo de vidrio del tamaño de mi mano, con esta última lo deposité en una bolsita negra. Alejandra continuaba de pie en el umbral y dejé caer el siguiente vidrio con desgana, hizo ruido al estrellarse con el suelo por segunda vez. Después de eso suspiré y acabé por hablar.

—Supongo que no soy del todo una persona, no soy alguien que siente. No para tu madre, Alejandra. A ella no le valen los pulmones que tengo aquí funcionando, ni la tripa que me cruje a la hora de cenar.

La muchachita soltó un gemido pequeño y su boca se convirtió en una deforme letra "o". Dejé de mirarla, me sentía frágil y si esa conversación avanzaba rompería en llanto como lo hice anteriormente con solo una persona.
No le daría esa felicidad a otra gente. No pensaba seguir con algo así. Un último vidrio había caído en la bolsa.

El suelo ya no era refugio. La bolsa estaba llena hasta el medio y dio a parar en la canasta. Me levanté del suelo y noté que Alejandra dejaba caer lágrimas de sus ojos. Sacudí las manos y me aferré a ella para abrazarla de verdad por primera vez. Ella siempre había sabido que algo malo saldría con mi estadía.

—No es tu culpa —susurré acariciándole el cabello.

No tardé en sentir sus sollozos y su aroma.

—Perdóname. En verdad quería decírtelo pero es muy complicado —Aún me abrazaba con fuerza—. No te mereces esto.

—Te quiero —le dije—. Y te voy a extrañar.

Ella asintió. Yo la sentía pequeña cuando lloraba y me abrazaba y a fin de cuentas acepté que sí la estimaba. Se me quitó la sed inevitablemente. Por mucho que quise, mi despedida con sus hermanos no pudo ser más larga.
Siguiendo con las órdenes de mi ángel, Sarah, me había metido en mi habitación y como hasta ahora no había llorado, me propuse no hacerlo hasta que estuviera fuera de allí, cogí mi mochila y me dispuse a limpiar el baño, el escritorio y a organizar los muebles. No me iría sin demostrar que no soy como ellas.

AdvarselⓢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora