V E I N T I O C H O

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Un halo de luz opaca dio de lleno en mis ojos extractos de lentes de ningún tipo, haciéndome tener de nuevo la vista nublada. No me moví de ninguna forma pues, recordaba prácticamente todo lo que me había ocurrido antes de la operación. Estaba consciente, al menos. Acostado boca abajo tal y como recordaba mi último segundo de cordura, giré mi cabeza apoyando mi mejilla totalmente en la tiesa almohada en la que reposaba lo que queda encima del cuello. Dirigí la vista a la puerta, esperando que alguien se fijara en que ya había despertado pero no fue si no media hora después que pude ver a Meesh entrar con una bata celeste y un gorro que sostenía su cabello largo.

Suspiró cansada.

-Que bien que despiertas -farfulló alegre ofreciendo una ligera sonrisa reconfortante.

Pude notar con dificultad unas pequeñas ojeras cargadas bajo sus párpados como diminutas bolsas y a mi cerebro llegó una alocada pero demasiado probable hipótesis que no tardé en formular: -¿Toda la noche? -curioseé.

-Y parte del día. -Ella dijo- son las seis de la noche. De hecho, fue bastante rápido.

-Eso creo... ¿Es o no es igual a la última vez? -Asintió con la cabeza, triste-. Tengo miedo -confesé.

-¿Porqué? Yo sé lo que hago y, todos aquí también... Vas a estar bien -me sonrió con dificultad y apoyó sus codos en sus rodillas tomando asiento en la silla a mi lado.

-Promételo -le pedí. Ella se me acercó y unió su meñique izquierdo con el mío, era una promesa de zurdos, así lo llamábamos.

Y debido a que esas promesas nunca se rompían, un mes y medio más tarde, con los medicamentos adecuados por parte de las enfermeras, en especial de Meesh, ya estaba generalmente hablando, recuperado. El primer día después de la intervención, me obligaron a caminar cierta distancia. Me recomendaron terapias fisiológicas, por ende, ahora me dirigía al gimnasio junto con Meesh. Todo fue bastante bien, no sólo con mi situación sino, con la de mi compañera; le ha ido bien en su trabajo, pero a la vez me siento culpable porque de no ser por mí y la atención que requiero, ella no tendría que trabajar el doble para pagar los servicios de la casa... Descontando que a veces, pedía permiso para venir a chequear cómo estaba yo.

Acordamos que los fines de semana iríamos a hacer ejercicio, abrí la puerta y pasé antes que ella, porque primero son las damas, a excepción de una enana prehistórica pelirroja y delgadita.
Ejercicios específicos. Meeshell se encontraba en una cinta de correr, al lado de ella comencé a caminar yo también. Me miró divertida con sus ojos azules brillantes de maldad y acomodó los botones de mi máquina haciéndome correr más rápido. Maldije su existencia pero me retracté, jugué con los botones de su máquina hasta verla corriendo aún más rápido que yo.
Comencé a reírme de ella sin parar, apagué la máquina en la que yo estaba corriendo para reír normalmente. Me ubiqué a un lado de la suya y la miré retador.

-No lo harás -Amenazó.

-Apostemos -Le repliqué.

Mis dedos se movieron rápidamente por toda la pantallita de la máquina de correr, la velocidad aumentó y Meeshell... Bueno, Meeshell estaba en el piso con su coleta anaranjada cubriendo su rostro, me reí a carcajadas mientras le señalaba. Ella se levantó del suelo y vino hasta mí para darme un golpe en la cabeza, al ver que seguí riéndome; rodó los ojos, tomó su bolso, acomodó su coleta alta y me dio la espalda para salir caminando del gimnasio.

Traté de calmarme pero en realidad me hacía muchísima gracia haber visto la forma en la que se resbaló y cayó al suelo. Pero debía parar. Corrí hasta ella antes de perderla de vista. Toqué su hombro y con desgana se dio vuelta para mirarme, al estar en frente de mí, la levanté del suelo y como pude me la eché al hombro. Por lo menos se me facilitó gracias a que Meeshell era una enanita.

AdvarselⓢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora