Un llanto en la madrugada interrumpió el sueño de Roberta. Abrió los ojos sobresaltada y corrió escaleras arriba temiéndose que algo le pudiera haber pasado a Lucía. Llegó arriba y abrió la puerta de la habitación de su hija. Para su sorpresa dormía plácidamente en brazos de su padre.
Había sido un sueño entonces? Dejó la confusión atrás y se dedicó a observar con ternura y una pizca de melancolía la imagen que tenía en frente. Diego estaba recostado hacia su hija con un brazo por encima de su pequeña cinturita, como protegiéndola con su cuerpo. Eso era lo que definía al Diego del que ella se había enamorado, era capaz de dar su vida a cambio de la de las personas que amaba.
Lo que hubiese dado por estar en el lugar de su hija en esos momentos. Sintió el impulso de tumbarse a su lado pero se reprimió cuando ya se hubo acercado a la altura de sus cabezas. Se detuvo y se arrodilló al lado de la cama para mirar sus caritas dormidas, parecían angelitos durmiendo y eran tan parecidos.
Lucía tenía la nariz y la barbilla de Diego, y también algo de su carácter afable, aunque no podía negar que los berrinchitos tan adorables que hacía eran parte del carácter de Roberta. Sonrió enternecida y una lágrima corrió por su mejilla mientras cogía con cuidado la manita de Lucía, que continuaba dormida. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no pudo ver como Diego abría los ojos y la observaba en silencio. Unos minutos después Roberta salía de la habitación, Diego se hizo el dormido y acurrucó más a su hija entre sus brazos.
Al día siguiente la casa amaneció en silencio. Diego abrió lentamente los ojos y sintió la respiración de Lucía a su lado, sonrió adormilado y besó su frente con devoción. La niña se movió y se frotó los ojos despertándose poco a poco.
Diego: Buenos días, princesa -dijo con una sonrisa.
Lucía: Be...nos di..as...papi:cara_zzz::cara_zzz: -y cerró los ojos de nuevo quedándose dormida.
Se levantó, fue al baño y se arregló un poco, aunque tendría que pasar por su casa para ducharse y cambiarse de ropa para ir a trabajar. Aunque probablemente era el último día que iba a trabajar en esa empresa. Aún tenía que ver cómo iban a ir las cosas a partir de que renunciase al cargo de directo ejecutivo adjunto.
Cuando ya estuvo listo, volvió a la habitación de su hija, la besó para despedirse y salió de la habitación. Pero antes de haber cerrado la puerta, un llanto lastimero se escuchó en el interior. Volvió a entrar y vio a Lucía con los ojos abiertos y haciendo pucheritos.
Diego: -se acercó a ella- Qué pasó mi amor?
Diego: Sólo a trabajar, vuelvo en un par de horas si?
Lucía: No :cara_preocupado:
Diego: No me dejas? -preguntó divertido.
Lucía: -se cruzó de brazos y puso morritos enojadita- No.
Diego: Princesa pero tengo que ir. Te llevo para que duermas con mama? -la niña asintió aún enojadita- Pero no te enojessh -dijo como bebe haciendo pucheritos tambien hasta que la niña dejó su enfado y sonrió con las tonterías de su padre.
La niña cogió a su peluche preferido, Tiger de Winnie de Pooh, y Diego la cargó. Llegaron hasta la puerta del dormitorio de Roberta y lentamente la fue abriendo para entrar en silencio. Roberta dormía boca abajo con una mano bajo la almohada y otra estirada hacia el lado vacío de la cama. Llevaba un camisón de seda blanco que le llegaba un poco más arriba de la rodilla, eso lo sabía él, porque en esos momentos la sábana le cubría un poco por encima de la cintura. Sintió deseos de despertarla a besos como antes, pero, ante la duda de cómo iba a reaccionar ante eso, se contuvo.
Le hizo una seña a la niña para que tuviese cuidado de no despertarla y la dejó en la cama. Lucía se acurrucó al lado de su madre que, aún dormida, notó su presencia y la abrazó con el brazo que tenía extendido. Tal y como había hecho Roberta hacía tan solo unas horas, hizo Diego en ese momento, mirar una de las escenas más bonitas de la vida. Aunque, en su opinión, faltaba él abrazando a las dos para que el cuadro fuese perfecto.
Sacudió la cabeza intentando apartar esos pensamientos. "Al menos por el momento", se dijo. Con un guiño, Diego se despidió de su niña y caminó hacia la puerta
Lucía: Papi
Diego: -volteó antes de llegar a la puerta- Si?
Lucía: No te vas a despedir de mi mami? -preguntó desde su inocencia.
Diego: Princesa es que... Bueno está bien -cedió inmediatamente sin necesidad de insistir.
Se acercó de nuevo a la cama y se inclinó hacia Roberta. Rozó la nuca de ella con sus labios y admiró encantado como su piel se erizaba. Subió un poco más y depositó un inocente beso en su mejilla. Miró a su hija y ya dormía profundamente de nuevo. Ahora sí, salió de la casa y subió al coche pensando en la decisión que tenía que tomar respecto a su trabajo.
Llegó temprano a la empresa. Las oficinas estaban prácticamente desiertas, excepto por otros pocos empleados que habían madrugado, como él. Ni siquiera se encontró con la impertinente y descarada telefonista del vestíbulo y eso fue un alivio, ya que no había día en que no consiguiera ruborizarlo y enojarlo a partes iguales.
Entró a su despacho y revisó el correo. Nada nuevo. Firmó algunos documentos que le había dejado su secretaria en su escritorio y revisó algunos presupuestos pendientes de autorizar. Al cabo de un rato comenzó a escuchar cómo los empleados se iban incorporando a su puesto de trabajo comentando con sus compañeros el fin de semana.
Su fin de semana había sido desastroso, sin duda. Pero ahora tenía que pensar en algo para que Roberta recuperara la confianza en él. Y, desde luego, con Claudia al lado, no lograría eso. Pensó varias posibilidades, incluso dejarlo todo y volver a Veracruz con ellas, donde todo había sido perfecto. Pero enseguida lo descartó objetando que debían afrontar los problemas y no esconderse de todo y de todos.
A media mañana, unos toques en la puerta hicieron dejar de lado sus pensamientos por unos instantes. Levantó la vista y se encontró con
- Hola Diego
Diego: No pensé verte por aquí