Diego bañó, vistió a su hija y después le puso su película de dibujos animados favorita, Aladin, para que se entretuviese. Y porque era la única manera que le dejase para ir con Roberta.
Cuando la niña ya estaba metida en la película, emocionada cantando y haciendo de Jazmin, Diego aprovechó y salió de la sala para subir las escaleras hacia el cuarto de Roberta. Tocó ligeramente a la puerta pero al tocarla con sus nudillos, la puerta se abrió sola, así que entró.
Aún salía vapor del cuarto de baño y su primer pensamiento fue que ella debía seguir duchándose, pero supo que no cuando miró hacia la cama y la vio a ella con el pelo todavía húmedo y vestida únicamente con un albornoz. Se acercó a ella y se sentó al otro lado de la cama, mirándola, admirando las relajadas facciones de su cara. Lo dulce que podía ser a veces, y lo intensa que podía llegar a ser otras veces.
Se acercó un poco más y posó sus labios sobre los de ella con ternura y delicadeza. Rozó su mejilla con la de ella y se dejó llevar por sus impulsos. Pasó un brazo por su cintura y la apretó hacia él, sintiendo su corazón latir con un ritmo pausado y tranquilo. Después de un rato, él también se quedó dormido.
Habían pasado minutos... quizás horas. Estaba tan cansada. La noche anterior no había podido dormir muy bien, además de la tensión acumulada desde que había vuelto Diego. Tenía tantas ganas de matarlo y descuartizarlo, como de besarlo y abrazarlo fuerte contra ella para que nadie se lo pudiese quitar. Sintió ese abrazo y respiró profundamente. Qué poder el de los sueños... Un momento. Ella ya no estaba soñando.
Abrió los ojos y se encontró frente a un rostro dulce y tranquilo, con los ojos cerrados y respirando pausadamente. Aún medio adormilada, enfocó mejor y reconoció ese rostro, y reconoció también los brazos que la abrazaban y el aroma que la envolvía. Antes de darse cuenta de lo que hacía, rozó sus labios con los de él suavemente y luego se apartó para mirarlo. Había dibujado una sonrisa en su rostro. Estaba despierto.
Roberta: Diego sé que estás despierto. Lárgate -se intentó zafar de sus brazos pero él la apretada más contra él.
Diego: No. Repite eso que has hecho otra vez -preparó sus labios en posición-beso.
Roberta: Ni te ilusiones. Estaba soñando con.. con Justin Timberlake, y me salió. Ya ves qué cosas
Diego: -emitió un gruñido y frunció el ceño- Me gustas más cuando estás callada -se movió rápido quedando encima de ella, acercó sus labios peligrosamente a su cuello y susurró- Pero también me gustas cuando pones excusas para besarme -besó su cuello y ella se estremeció.
Roberta: Ni te emociones... suéltame...
Diego: No quiero... -continuó besando y mordiendo su cuello subiendo por la línea de su mandíbula.
Roberta: Suéltame o grito... -balbuceó.
Diego: Gritar más tarde, cariño -susurró seductoramente.
Antes de que Roberta pudiera contestarle, se oyó un golpe y un grito acompañado de un llanto fuerte proveniente del piso de abajo. Los dos se miraron asustados, se levantaron de la cama y corrieron escaleras abajo. Cuando llegaron a la sala, Roberta, llorando, corrió a abrazar a su niña para apartarla de todos los trocitos de cristal que había en el suelo. Lucía temblaba y lloraba desconsoladamente, más por el susto que por el daño que se había hecho.
Mientras Roberta seguía abrazada a su hija, llorando las dos, Diego, más tranquilo por ver que no le había pasado nada, miró el destrozo preguntándose qué había pasado. La mesita de centro era de cristal y en esos momentos estaba repartida por el suelo hecha cachitos. Fue hasta donde estaban ellas y las condujo hasta el sofa. Sentó a Lucía en su regazo y abrazó a Roberta que seguía llorando por el susto.
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