V E I N T I S I E T E

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Después de verte marchar con Nathan no volví a mirarte, excepto en mis sueños más salvajes.

Sí, esos que sueño cada madrugada y me roban el aliento.

Aunque aquí entre nos, no es más que un agonizante y delicioso recuerdo de hace un año.

Cuando sentía tus pechos como míos, mientras mis manos jugaban con tu cuerpo como si lo conociera de toda la vida, tus pezones duros y tu entrepierna húmeda, un sueño.

No conocía cuerpo más hermoso, caderas más llamativas, nalgas más suaves, boca más dulce, huecos en tu espalda más tentativos —no había parte de ti que me encantara más que otra—.

Cuando te hice mía, no te sentía de mi pertenencia; mas bien yo era tuyo en ese momento.

Era un simple instrumento para tu complacencia, no había persona en el mundo que conociera más tus puntos erógenos que yo.

Te encantaba que apretara tus pechos, que no me debatiera en si adentrar dos o tres dedos en tu interior, que deslizara mis uñas un poco maltratadas por el trajín diario por tu vientre suave y liso, que humedeciera tu entre pierna con tan solo palabras sucias en tu oído, que cuando llegara no parara, sino que siguiera porque amas mojar las sábanas.

Al final, no había nadie que supiera más de ti que yo, y ama saberlo.

Sueños más salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora