Esa noche fui tuya y tú fuiste mío.Estaba sudando; tu frente brillaba por ello y por tu cuello resbalan el agua salda que salía de tu interior.
Tu respiración era agitada al igual que tus embestidas.
Tus manos y fuertes brazos se encontraban en los extremos de mis hombros y en ellos se marcaban tus venas debido a la fuerza que estabas ejerciendo, y voy a admitir que aquello me excitaba.
Gruñías en cada embestidas, deliciosa, que me dabas; tus mejillas estaba rojas, tus labios hinchado y tus ojos permanecían oscurecidos por la lujuria.
—Dios, te sientes tan bien, Sasha —decias con la voz ronca y pérdida en excitación del momento—. Eres tan hermosa... no puedo creer que esto este pasando.
No yo podía creerlo.
Sonrié, no había saliva en mí.
Juntaste nuestras frentes, seguido, tu mano apretó la mía cuando detuviste tus movimientos dentro de mi caliente cuerpo; el clímax estuvo a punto de envolverte pero lo evitaste, querías disfrutar un poco más.
Travieso.
Después de unos largos pero tolerables segundos, volviste a tomar fuerzas y a levantar tu mirada, me regalaste una sonrisa exhausta.
—¿Quieres que paremos? —te pregunté, dudosa. No quería que pensarás que yo pensaba que eras precoz aunque no voy a negar que la duda si se instaló en mí por fracción de segundos.
—No —pronto respondiste—, solo quiero tomarme mi tiempo... quiero verte, tomarte, disfrutarte, tatuarme cada parte de tu cuerpo y grabarme cada gemido de ti, solo eso; quiero saber si tengo que tratarte como ángel o como demonio.
Y por la forma en la que me mirabas no lo dude.
Una boba sonrisa se dibujó en mi rostro sin poderlo evitar.
Clavé mis codos en la cama e impulsandome un poco, mis dientes alcanzaron a tomar tu labio inferior; el cual mordí con suavidad.
—Trátame como un ángel y yo misma te haré tocar el cielo —susurré contra tu boca, excitada y entregada a ti.
Una risa ronca y varonil salió disparada de tu garganta y juro que eso detrás de tus gemidos, es mi sonido favorito en el mundo.
De un momento a otro, me hiciste girar haciendo que tú quedarás bajo mi cuerpo; me monté a horcajadas en ti y ni siquiera necesitabas pedirlo, comencé a mover mis caderas contra más tuyas; tus gemidos de placer no se hicieron esperar ni un segundo.
Me sentía poderosa, peligrosa y deseosa.
Por primera vez me sentía dueña del mundo.
Tomaste mi busto entre tus manos y magreabas avivado la situación.
Jadeé cuando abrí un poco más mis piernas para sentir tu miembro hasta el fondo, sentí como se abría paso en mi interior, entrando tan profundamente que tenía miedo de que rompiera algo haya adentro.
Tiraste de mi cabello con fuerza hacía a ti y juntaste nuestros labios con desesperación. Tu beso era hipnótico; no podía ni quería separarme de ti.
Nos besábamos demasiado tiempo que nuestro labios dolían, o al menos míos dolían. ¿A ti te dolieron?
Nos separamos para tomar aire pero más que eso era para saciar el hambre que tu pene tenía de mí.
Clavaste tus uñas en la carne de mis caderas y apartir de ahí tomaste el control; me subías y me bajas sobre tu pene sin mucho esfuerzo aparente pero con mucha intensidad.
Amé tu rostro; amé cómo se retorcía en placer que yo misma propiciaba, amaba verte de esa manera, tan íntima, tan mío.
Me incliné un poco hacía a ti y dirigí mi mano hasta tu mandíbula, la cual se encontraba tensa, pasé mi lengua por tu barbilla, mandíbula y cuello saboreando cada sabor de ti.
Tomaste con firmeza mí nunca, moviéndome hasta tus labios otra vez y penetrandome con tu salvaje lengua.
Me aferré a tus hombros mientras gemía contra tu cuerpo, quebrada en placer.
No te miento Mike, jamás me había sentido así en ningún momento.
Pronto ya te encontrabas otra vez sobre mi cuerpo, de manera imponente, fuerte y dominante; me mirabas cómo un tigre mira a su futura presa, y eso cariño; me excitaba y me hacía gemir en mis adentros.
Tus movimientos eran bruscos y salvajes; el clímax se estaba acercando.
Puedé sentir esa chispa crecer dentro de mi y al ver tu rostro puede saber que también dentro de ti.
Entonces sucede.
El orgasmo pega en mí con fuerza y determinación. Grité al correrme mientras arañaba por decimoquinta vez tu espalda.
Una embestida después, llegaste tú con un gruñido mucho más potente que los anteriores, clavando tus uñas en la sábanas, tensando tu cuerpo y eyaculando en mí.
Sacaste tu pene en pleno acto de su función derramando tu líquido blanquito y pegajoso en mi estómago y fue entonces que me di cuenta; no usamos condón.
Me asusté.
Iba a decirtelo en ese instante pero entonces...
Te desplomaste sobre mi cuerpo; tembloroso, exhausto y con la respiración irregular ocultando tu cabeza en el hueco de mi cuello.
Balbuceabas cosas casi inaudibles hasta que por fin tu voz ronca y profunda tomó su potencia y escuché a la «perfección» lo que dijiste dejandome perpleja:
—Estoy enamorado.
—¿De quién? —pregunté en un hilo de voz. Mi corazón se aceleró; corría 100 kilómetro por hora por la necesidad de querer escapar de ahí y no escuchar a quien te referías.
—De una mujer muy curiosa.
Mi corazón chocó contra la muralla invisible que creaste entre tú y yo.
—¿Y es bonita? —inquirí, curiosa. La necesidad de saber me picaba en las manos, me consumía. Quería saber que tenían las demás chicas que lograban cautivarte que yo no tenía, quizás pueda intentar tenerlo.
—Sí, eres bonita.
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Sueños más salvajes
Teen FictionElla era fuego y él era hielo, entonces ¿quién quema a quién?