No puedo perderlo

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Cuando Charlie llega, estoy un poco más tranquila. Le cuento todo desde el principio, él solo me escucha. Me está dejando desahogarme y poco a poco me siento mejor. – Entiendo tu frustración, enojo e indignación. Créeme si me lo encuentro lo primero que haría es pegarle por no hablarte claro desde un principio y engañarte nuevamente. Pero por tu hijo tienes que pensar cómo vas a manejar esta situación. Yo crecí sin un padre y mi madre nunca me quiso decir quién era mi padre. Según ella él había fallecido, pero cuando me gradué de la universidad me dijo toda la verdad, fue muy doloroso saber que estaba vivo y que nunca pude compartir mi niñez con él... - me explica. – ¿Y cómo te llevas con él? – pregunto. – El poco tiempo que pasamos juntos lo traté de disfrutar al máximo, teníamos muchísimas cosas en común, hasta la forma en cómo dormíamos – dice sonriendo con nostalgia. - ¿Poco tiempo? – pregunto. – Sí, falleció a causa de una enfermedad – responde con tristeza. – Lo siento mucho Charlie, yo sé lo doloroso que es perder a tus padres – digo aguantando su mano. – Pero bueno...no hablemos de mí. Ahora dime ¿cómo te puedo ayudar? – pregunta. – Me has ayudado bastante, con tan solo escucharme haz hecho bastante. Muchas gracias por haber venido – digo abrazándolo. – Necesito alejarme de aquí, ¿todavía quieres viajar conmigo? – pregunto. – No creo que es el mejor momento para viajar – responde. – Bueno, pues me voy son Sebastián – digo encogiéndome de hombros. – Si digo que no es el mejor momento para viaja no es por mí, es por ti – comenta. – Siento que tengo que hacerlo – digo con mis ojos llorosos. – Está bien, yo me encargo – dice tomando su teléfono. – Por favor no le digas a nadie, a dónde iremos – le pido. Él asienta y sale al balcón de la habitación.

Aprovecho y le envio un mensaje de texto a Beth para dejarle saber que estoy con Charlie y que voy a estar desconectada por unos días y apago el teléfono. – Listo, ya que estamos de este lado nos vamos a una de las islas en Hawaii, el taxi nos recoge en una hora – Charlie me avisa. – No le dejes saber a nadie – reitero. – No te preocupes, solo llamé a mi trabajo para dejarles saber que estaré fuera – me indica. – Gracias Charlie – le agradezco. – Por ti hago lo que sea Sophia – responde sonriendo y mientras me ducho y me preparo él se queda cuidando a Sebastián.

Todo el viaje Charlie va dormido, el pobre estaba muy cansado ya que viajó toda la noche para llegar a California. Yo voy aguantando los deseos de llorar, mi Sebastián me da la fortaleza para contenerme. Pero voy pensando en Jonathan todo el tiempo. Una vez llegamos Charlie saluda a un señor y me lo presenta, es un amigo y es quien nos llevará a nuestro destino. Todo es muy hermoso, pero no lo disfruto, mi estado de ánimo no me lo permite. Seguimos adentrándonos hasta llegar a una cabaña en un lugar bien remoto. – Aquí no hay señal, tendrás toda la tranquilidad para pensar y reponerte. La cabaña es pequeña, pero tiene dos habitaciones, no te preocupes – dice Charlie bajando el equipaje. – Yo confío plenamente en ti y sé que no te vas a aprovechar de esta situación Charlie – respondo tomando su mano. Su amigo se despide y nos indica que regresa en la mañana para asegurarse que no nos falta nada. Cuando entro a la habitación veo una cunita al lado de la cama recordándome de la sorpresa que me dio Jonathan cuando nació Sebastián, esta vez me derrumbo y comienzo a llorar. Al parecer Charlie me escucha y entra a la habitación. – Ven chiquita – dice y me lleva a la cama. – Llora aquí – dice abrazándome una vez estamos en la cama. Sigo sus instrucciones y mientras me desahogo, él se queda jugando con mi cabello.

Abro mis ojos y ya está oscureciendo. Me levanto y no veo a mi hijo en la cuna, pero lo escucho y escucho a Charlie hablando. Voy al baño me refresco el rostro y salgo. - ¿Cómo te sientes? – pregunta Charlie al verme, está sentado en el suelo jugando con mi bebé. – Mejor, creo que ya no me quedan más lágrimas – digo sonriendo un poco. – Gracias Charlie – le agradezco, él asienta con la cabeza. – Este lugar es fascinante – digo mirando alrededor. – Me alegro que te guste, Sebastián y yo preparamos la cena, ¿tienes hambre? – pregunta. – Honestamente no, pero si la prepararon juntos no me puedo negar – respondo. – Muy bien campeón, vaya con su mamita – dice sonriendo dándome a mi manicito. Nos vamos afuera a cenar, la comida está deliciosa, el paisaje del atardecer es hermoso, el aire es puro y todo lo que se escucha son las olas del mar.

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