Capítulo 40

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FINAL


He terminado de empacar mis cosas, cierro la última maleta y me pongo de pie, mientras observo una vez más la que fue mi habitación por casi 23 años. Mi vuelo sale a las seis de la tarde y no puedo irme sin antes hacer una visita, aún faltan al menos siete horas por lo que estoy bien de tiempo.

Dejo una nota para mis papás explicando que estaré aquí a tiempo para ir al aeropuerto, tomo las llaves, dinero y salgo del apartamento en busca de un autobús que me deje en el centro de la ciudad.

Paso el viaje rememorando todo lo que he vivido en el lugar que por tanto tiempo fue mi hogar, el kinder, los amigos, la escuela, todo. Llego a mi parada, bajo y camino por las calles que me llevan a mi destino, compro unas flores y una vez dentro doy pasos cortos hasta posicionarme frente al sitio en el que reposan los restos de Miguel.

Tomo asiento y con mis dedos repaso cada una de las letras de su lapida, siento mis ojos picar y aunque los aprieto con todas mis fuerzas, no consigo impedir que las lágrimas caigan como cascadas sobre mis mejillas. Sigo sin creer que toda la vitalidad de mi mejor amigo haya sido apagada. Tomo aire y lo expulso lentamente.

— No venía hace días por todo lo que ha pasado últimamente, gané la beca para el intercambio, así como tú asegurabas que sería; pero eso ya debes saberlo. Quiero convencerme de que estás conmigo en todo momento y sabes por lo que estoy atravesando. — Ya no me preocupo por mantener mis lágrimas dentro de mis ojos, dejo que salgan a borbones porque a pesar del tiempo, el dolor no ha sanado — Confío en que sepas lo mucho que te estoy necesitando ahora, lo mucho que te extraño y que no pasa día en el que no piense en ti. Sigo con mucho rencor en mi corazón por no lograr entender por qué te ha pasado esto, justamente a ti, que te quedaba toda una vida por delante y que el mayor daño que hiciste en tu vida fue no practicar la monogamia. — suelto una risa seca y me tomo un momento para continuar — Desearía poder verte una última vez, abrazarte y que con toda seguridad me digas que todo va a mejorar, que estaré bien y que tú mismo me afirmes que donde quiera que estés, también te encuentres bien. Sigo tratando de asimilar que ya no estás entre nosotros; pero no es fácil, me ha costado un mundo continuar sin ti.

Tallo mis ojos durante unos minutos, tratando de reunir las fuerzas que me faltan.

— En un par de horas estaré volando rumbo a otro país, no podré venir aquí en un buen tiempo, pero te llevaré en mi mente y mi corazón siempre. No quiero despedirme de ti, eso nunca ha sido fácil. — Suspiro pesadamente — Te amo, Migue, te amo por y para siempre.

Escucho el crujir de las hojas al ser pisadas detrás de mí. No quiero levantar la mirada y encontrar la de quién sea que venga en esta dirección. Necesitaba este tiempo a solas con Miguel, intentar sanar un poco el dolor que dejó con su partida; sin embargo no es posible, parece como si cada día que pasa se asentara más en mi pecho hasta el punto de empezar a quemar todo a su paso.

El olor de un perfume conocido llega hasta mis fosas nasales y la sombra de una persona se hace presente tapándome así de los rayos del sol.

— Sabía que aquí te encontraría. — No levanto la mirada ni cuando escucho su voz, la mantengo sobre las letras que forman el nombre de mi mejor amigo.

— No imaginé que estarías buscándome.

— ¿Puedo sentarme?

— Adelante.

— Así que... hoy te vas.

— Hoy me voy.

— Vamos, Al, deja esa cara. Deberías estar contenta.

— Ese es el punto. Que se supone debería estar estallándome de la felicidad; pero no es así.

— Todo pasa por algo, dale tiempo. Él lo necesita y aunque no quieras aceptarlo, tú también. — un gemido lastimero sale de mi boca.

Cayendo por ti - En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora