Capítulo 11: Los menos afortunados.

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"Estas pobres almas en desgracia... " —Úrsula, La Sirenita.

Mientras Mal y Evie disfrutaban su vida en la Preparatoria de Auradon, Alessandro estaba en la peluquería de su abuela trabajando. El lugar no habría sino después de medianoche, por lo qué para después de esa hora ya tenía que estar listo.

A pesar de vivir en una sucia y decadente isla, a Lady Tremaine y sus hijas les gustaba que la peluquería estuviera impecable, algo casi imposible de hacer por todo el desorden.

Alessandro estaba algo ocupado reparando una secadora de cabello. La secadora era magenta con rosa, y él sabía que era la favorita que usaba su madre. Movió algunas piezas aquí, ajustó algunas arandelas y tornillos. Listo la secadora emitía aire caliente, él la comprobó encendiéndola. Luego de guardar las cajas de herramientas, tomo una escoba y comenzó a sacudir el polvo y telarañas. No era su turno de trabajar, en realidad Annie era la encargada de esto, pero después que viniera cansada de la escuela, Alessandro no pudo ablandársele el corazón al verla dormida en un sofá. Annie era una de sus hermanas que más apreciaba, era encantadora y bellísima, con largo cabello rizado rojo y ojos oscuros que destellaban una dulzura a la vida. Asi que un poco de ayuda a su hermana menor no estaba demás. No todos los villanos tenían que ser malvados todo el tiempo, ¿verdad?.

Mientras barría el lugar, encendió el televisor, en la pantalla apareció una Evie con una niña de cabello marrón oscuro y un vestido verde. Alessandro suspiró, y sintió un poco de, ¿cómo describirlo?

Envidia.

Dizzy fue seleccionada para ir a Auradon y ya estaba en la televisión. Ya tenía algo de reconocimiento en el reino. En lugar de sentirse feliz porque una de sus primas estaba en Auradon y dejaría en alto el apellido Tremaine, Alessandro solo estaba resentido y furioso tal cual como cuando Mal y su equipo habían dejado la isla.

¿Por qué no fui seleccionado?, pensó miraba el televisor. Se sentía muy mal para seguir viendo el televisor, así que lo apagó y siguió barriendo. Pronto tenía que ejecutar su gran jugada malvada. No podía soportar estar aquí. Aquí en la Isla de los Perdidos, del Olvido, y de las Sobras.

Pero por más que quisiera irse sabría que tomaría tiempo, días, meses, incluso años. Por eso tenía que acelerar las cosas. ¿Pero cómo lo haría?

Esa pregunta daba vueltas en su cabeza. Pero mientras tanto tenía una peluquería que barrer.

***

Desde que Uma se había de la Isla, todos los turnos de ella los cubría Ulises. Tomando órdenes, buscando o robando ingredientes para los menús, y limpiando el lugar.

Las labores eran arduas y tediosas, capaces de hacer a más de uno querer rendirse. Pero Ulises no se rendía fácilmente. Un villano nunca se rinde.

Incluso esa noche no se rindió hasta que los tacaños piratas dieran una propina. Las ratas de muelles siempre eran lanzados a patadas del lugar cuando no daban propinas, y Ulises les mostraba el cartel que decía: PROPINAS O ALGO.

Limpio las mesas y recogía las sobras para volver a ser servidas. Ulises miró alrededor por todo el lugar, era sucio, decadente, y apestaba a pescado frito. Pero esto era todo lo que Ulises conocía en su vida. Desde que era pequeño había trabajado en el restaurante de su madre, limpiando los pisos y baños, y cuando creció tomó su delantal y se convirtió en mesero del lugar. Su mama le había enseñado a tratar a los clientes, como hablarles y todo eso. Y al parecer había funcionado. En el rincón lejano había un trono hecho de coral y caracoles marinos. Se había fabricado para su madre y había sido era el lugar favorito de Uma para sentarse, pero ahora era el lugar favorito de Ulises para sentarse.

La Descendencia de la Isla de los PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora