Capítulo 46: Como ratas escurridizas

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Mal esquivaba rápidamente los ataques de Zyma, pero estaba comenzando a cansarse. La hija de Yzma no se detenía, estaba dispuesta a hacerle tanto daño, y la hija de Maléfica lo sabía, no se detendría tan fácilmente. Siempre fue una maniática y obsesiva. La espada de Zyma, junto con su daga, lanzaban tantos cortes como su ira le era posible.
Mientras tanto, Alessandro atacaba a Ben, cuya espada solo esquivaba los ataques. El chico Tremaine saltó. Lanzando un corte circular en el aire mientras giraba, Ben lo esquivó con su espada, pero el pelirrojo con toda su fuerza fue empujando la hoja hacia el pecho de Ben, la fuerza del empuje hacía que el rey de Auradon se inclinara hacia abajo. El hijo de Anastasia sonreía malvadamente. A Mal no le gustaba mucho lo que veía, pero tenia sus propios problemas, Zyma estaba apuntando hacia su estómago, y, casi le perfora el vientre. Esto no se veía nada bien. Tenían que salir de allí lo más pronto posible. Las espadas que llevaban era pesadas, cansaban los brazos. Tenían que terminar todo esto, y lo más pronto posible. No podrían luchar por siempre contra ellos. Pero al parecer, Alessandro y su equipo parecía que estarían dispuestos a luchar contra ellos por siempre hasta que estuvieran muertos, o derrotados. Cualquiera de las dos que viniera primero.
—¡Alineación! —exclamó Alessandro, mientras su equipo se movía con sus oponentes hacia donde estaba. Se pusieron a su lado, Ulises a su derecha, como siempre, y los cuatro hijos de villanos lucharon contra los otros cuatro hijos de villanos. Bueno, contra los tres hijos de villanos, Ben no contaba como uno. Pero ciertamente había tomado bien su papel de interpretar uno.
—¡FREDDIE, CARLOS, AHORA! —Mal gritó «la señal».
En respuesta a eso, Mal y los demás  se alejaron cuando una cantidad de frascos llenos de toda clase de colores fueron arrogadas sobre Alessandro y su equipo. El pelirrojo miró con  curiosidad cuando la espada de Mal se alejaba de la contienda, junto con sus tripulantes.
—¡Conozco lo que tienen esos frascos! —Zyma se dio cuenta cuando los vio volar hacia ellos. Ulises le dio una mirada.
Al chocar en el suelo, un humo se dispersó rápidamente, creciendo y esparciéndose rápidamente. El ambiente se nubló con ese vapor color magenta.
Mal vio la oportunidad. Salieron corriendo rápidamente hacia los callejones alrededor del Castillo de las Gangas, los demás la siguieron, nadie conocía mejor ese sitio que ella. Después de todo había sido su antiguo hogar. Su respiración se aceleraba, su corazón latía con fuerza. Corría tan rápido como sus piernas les permitía. Correr con botas de tacón alto definitivamente no era una buena idea.
Se apresuró mientras esquivaban a toda clase de vendedores ambulantes, puestos de venta atravesados en los callejones estrechos. ¿Quién demonios pone una tienda de campaña para vender manzanas podridas en un callejón donde apenas entran cinco personas? Era absurdo. Sin embargo, con mala construcción urbanística o no, ¡ellos no podían ser alcanzados!, o...
Un cuchillo pasó girando por encima del hombro de Mal cerca de donde corría, casi le apuñaló el hombro derecho a Ben, al final quedó clavado en un cartel del rey Ben y Lady Mal, específicamente en el rostro de Mal. Eso no era un buen augurio. Ella miró hacia atrás, allí venia corriendo Alessandro y su equipo. Lanzando toda clase de objetos, botellas rotas, cuchillos oxidados, navajas, toda clase de objetos pulsantes y filosos.
—¡APÚRENSE! ¡NOS ESTÁN SIGUIENDO! —gritó Mal. Todos los demás observaron hacia atrás de ella, quien venía de última, y distinguieron a Alessandro Tremaine corriendo, había determinación y furia en su rostro. Eso se veía desde lejos.
Mal pensó que tenia que encontrar un modo de detener a Alessandro y su equipo. Casualmente, pasaron por Scream Street. Allí vio una gran pila de cajas de madera, las derribó pensando que eso los detendría.
No funcionó.
Alessandro y su equipo las saltaron rápidamente.
—¿Qué son esos hijos de villanos? ¿Corredores olímpicos profesionales? —preguntó Jay al observar hacia atrás.
—¡No es momento de bromas, Jay! —reprendió Carlos.
—¡Esperemos que el viejo garaje aparezca pronto, me estoy cansando! —la voz de Freddie era jadeante.
Todos simpatizaron con ese comentario.
Se estaban acercando al viejo garaje, y Alessandro Tremaine aún los perseguía, Mal volvió a mirar hacia atrás. Ale ahora venía sólo. Era curioso que ahora viniera sin sus secuaces.
Dio una ojeada a su mano. Allí estaba su última bomba de humo, esta era la más peligrosa, puesto que esta podía quemar el rostro por su alto contenido de amoníaco. Pensando en ello, era como una ironía del destino, ¿no fue el amoníaco lo que originó su conflicto hace diez años atrás con Alessandro Tremaine? Por una simple broma. Solo una simple estupidez de la infancia. Recordando eso, Mal no quería herirlo, pero era su vida o la de ella —y la de sus amigos—. 
Tenía que detenerlo.
Lanzó la bomba hacia su viejo «amigo», aterrizó y se rompió en su brazo derecho, el humo se esparció y Ale se perdió entre la neblina rosa que surgía de su brazo, atrapándolo en aquel vapor envolvente. Se detuvo observando a ver mientras su última bomba hacia efecto. Escuchó algunos sonidos de tos seca. Eso detuvo a Alessandro Tremaine.
Por ahora.
—¡Carlos, apresúrate! —exclamó ella, mientras los demás se subían a la limusina.
Ni siquiera les dio tiempo para quitar toda la lona que cubría la limusina, ya todos estaban montados. Carlos prácticamente corría como Cruella en la Pista de Carreras de la Reina de Corazones, rápido y descontrolado.
Todos inhalaron profundamente tratando de calmarse, sus corazones latían aun con fuerza. Esto había sido realmente un esfuerzo. Como correr por tu vida, literal y figurativamente.
—Hacer esto fue como una... ¡Espada! —exclamó Ben mientras tomaba la cabeza de Mal y la agachaba.
Una espada penetró el vidrio de la parte trasera de la limusina. Luego, el vidrio se rompió por completo. Todos se lanzaron hacia el lado de Ben. Mal esquivó un corte  de una espada que casi le había dado en la cara, la espada aún seguía clavada en el recubrimiento de la pared de la limusina. Cuando ella miró de dónde provenía esa espada, se quedó congelada del terror y asombro.
—¡Holisss! —dijo Alessandro Tremaine en tono burlón. El amoníaco de la última bomba le había dejado las mejillas y mentón algo irritadas. Ahora se veía «Rosado»
Estiró su brazo cortando el aire con su espada, apuntando directamente al cuello de Mal, quien agachó rápidamente la cabeza. Intentó moverse pero su bota se había quedado atascada entre uno de los compartimientos de los asientos.
A lo lejos divisó el puente de salida de la Isla de los Perdidos. El terror se apoderó de ella.
¡Alessandro Tremaine no podía seguirlos hasta Auradon!
Desesperada tomó la única arma que encontró a su alcance. Un cojín de cuero se lanzó sobre cara de Alessandro. No era precisamente un arma convencional, pero fue efectiva, porque el nieto de la Madrastra perdió el equilibrio, sólo se sostenía con una sola mano.
Ya estaban cerca del puente roto.
—¡Mal, tenemos que sacarlo de la limusina, tenemos que abrirla pronto! —exclamó Carlos.
Se zafó de donde estaba atascada. Discúlpame por esto, pensó mientras lanzaba una patada a los dedos donde Alessandro estaba agarrado. La mano del nieto de la Madrastra cedió, y se soltó rápidamente cayendo sobre el pavimento rápidamente. Giraba por el suelo.
—¡LISTO CARLOS, ABRE LA CÚPULA! —gritó Mal. Estaba demasiado desesperada para sentirse mal por Alessandro y demasiado preocupada por su vida para no preocuparse por sonar mandona.
Carlos apretó el botón y la cúpula se abrió, Mal y Ben se asomaron por la ventana de atrás.
Alessandro estaba parándose, sostenía su codo izquierdo con la mano derecha. Algo de sangre brotaba de su nariz, y toda su ropa estaba rasgada.
—¡JÁ! ¡HASTA NUNCA, ROSADO! —gritó Freddie burlándose.
Mal le dio un ligero golpe en el hombro, Freddie le devolvió una mirada preguntándose qué era lo que sucedía. Quizás Freddie no entendía lo que ahora Mal sentía. Ahora que lo veía de este modo, a ningún chico le gustaría que lo apodasen de esa manera. A lo lejos, miró a Alessandro Tremaine quedándose en la Isla de los Perdidos.
—¡ADELANTE! ¡CORRAN COMO LAS RATAS ESCURRIDIZAS, QUE ESO ES LO QUE SON! —el nieto de la Madrastra Malvada gritó—. ¡ESTO NO ES LO ÚLTIMO QUE VERÁN DE MÍ!

 

La Descendencia de la Isla de los PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora