Recuerdo treinta y uno

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Siento mi cuerpo sudoroso y pegajoso, pesado y doloroso. Trato de mover mis articulaciones pero lo que consigo es un quejido debido al esfuerzo.

El sol está saliendo, sus rayos chocando contra las cortinas, alumbrando la habitación.

Luego de unos segundos, me desperezo, mi ojos revolotean por el lugar. Cambio de posición, mirando el techo. Con la mano, a tientas, busco su cuerpo. Pero mis sentidos despiertan al no encontrarlo.

Me siento en la cama apoyando mi peso con mis manos. Miro cada rincón del lugar, hasta que la encuentro.

Sentada en una esquina, su cabeza entre sus brazos, que estos a su vez rodean sus rodillas. Su cabello cubriendo su espalda, vestida por una camisa mía. La sabana, que está encima de mis piernas y cubriendo mi desnudez, la retiro. Me paro y camino a ella, esperando que levante la cabeza, pero muy sumida está en su mundo.

Me agacho a recoger mi ropa interior. Ya al frente de ella, me pongo de cuclillas. Voy echando atrás su cabello, retirándolo para así levantar su cabeza. Sus ojos atentos pero decaídos me observan. Ha llorado, quizás toda la noche, o comenzó hace minutos. Su nariz respingona esta roja en la punta, y sus labios más apetitosos se ven que nunca.

- No pienses en ello.- Le susurro. Acariciando sus mejillas con las yemas de mis dedos, de arriba abajo. Llegando a la comisura de sus labios para luego devolverme y subir a sus cejas, luego por y detrás de sus orejas. Sus ojos revolotean por las caricias. Sus manos cubren mis muñecas y me jala a ella.

- Es inevitable, incluso tenemos que hablarlo.- Sus ojos no se despegan de los míos. Espera una respuesta pero no quiero hacérsela llegar.

- Hablamos suficiente, y tú lo sabes.- Agarro sus mejillas y pego mi rostro al de ella, juntando las puntas de nuestras narices. Abriendo bien los ojos para que entienda que el tema no quiero tocar. Pero no lo consigo, en cambio, sus ojos llamean, el enojo creciendo en ellos. Me empuja, me tambaleo y termino sentado en el suelo.

Lucía, apurada y enojada, se para y camina al baño, encerrándose en él. Me levanto y camino a la puerta, pero me doy cuenta que ha cerrado con seguro. En segundos, escucho la ducha.

Me siento en el borde de la cama, con los hombros caídos, pongo mis codos en mis rodillas y mis manos tapan mi rostro. Así me quedo, buscando una solución, algo que podamos hacer, ya que al llegar sus padres, tendremos que ser cuidadosos, y hábiles al buscar respuestas de preguntas inesperadas, para no levantar sospechas. Así me quedo, hasta que ella sale, envuelta en una toalla y sin dirigir sus ojos en mi dirección.

Entra al vestidor. La sigo, suspirando, y me paro bajo el marco, apoyo mi peso en él y cruzo mis brazos sobre mi pecho. Veo como jala algo de un rincón, pesado al parecer y arrastrándolo hasta la luz. Una maleta. Bajo los brazos, parándome derecho y tenso, viendo cómo abre la maleta y revuelve su contenido, llena de su ropa, que antes colgada estaba entre la mía. No soporto quedarme parado viendo como saca su ropa interior y se la coloca. Camino a ella, con pasos firmes, y agarro su codo, haciendo presión pero sin darme cuenta, así que aflojo. Sus ojos se apagan, una pizca de miedo cruza por ellos, pero vuelven a llamear.

- Quiero una explicación de esto,- Señalo la maleta. Trata de separarse de mí, con una mano en mi pecho echándome atrás, pero agarro más fuerte, sin hacerle daño, y cruzo mi otro brazo por detrás de su cintura, pegándola a mi, sin escapatoria.- ahora.

- No quieres hablarlo, quieres ni siquiera pensarlo. Actué rápido, empaque mis cosas en la madrugada, mientras dormías, porque tú sí podías, pero yo no, Richard. Estaba incluso llorando, ¿que iba a hacer si mis padres se enteraran? ¿Que voy a hacer? Así que cogí todo lo mío, y me iré, justo ahora, así que suéltame, ya.- Habla entre dientes, con rabia y rapidez, reanuda su intento de librarse de mi. La suelto en seguida.

Recuerdos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora