Recuerdo treinta y cinco

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Me despido de Ben, mi amigo confiable, prometiendo encontrarnos en un año, y prometiendo que la encontraré. Encontraré a lo que más he amado y lo único que permanece en mis pensamientos y escritos. Encontraré sus besos y belleza. Lo prometo.

- No me olvides.- Tres palmadas en la espalda sirven para sellar nuestro trato: él encontrará alguien quien amar y yo encontraré a quien amo.

Y sentir el sol, después de cincos largos años, sentir la brisa, el olor de la libertad. Sentir escalofríos al pensar en ella. Otra cosa no ocupa mi mente, solo ella.

Avanzo a la parada de autobús más cercana. Caminando despacio, pues siento que no hay prisa alguna. Algo me retiene un poco. Pero mis pensamientos avanzan a millón, imágenes y sentimientos.

Dos horas después ya estoy en la casa de mi madre. Fue ella y mi hermano que me ayudaron a salir de la cárcel, al parecer el orgullo, la decepción y el enojo se apaciguan con los años. Recordar el sufrimiento por el que pasaron me parece atroz. Que decepción siento por mí mismo.

Toco el timbre y la puerta se abre en segundos. No recibo un abrazo, ni un beso o sonrisa, lo esperaba, pero tampoco recibo un golpe, una señal de rabia, disgusto. Ni una palabra. Solo se echa para atrás, invitándome a entrar. No espero mucho de mi madre en estos momentos. Inclino la cabeza, trato de leer sus facciones, qué siente ella, y a la vez, agradeciendo por dejarme entrar y no cerrar la puerta en mis narices.

Doy unos pasos y de inmediato siento como me abrazan, una carcajada varonil es lo que escucho y, aunque sea un poco extraño ya que tan unidos no somos, abrazo de vuelta a mi hermano, y una pizca de felicidad inunda mi ser.

- Te estabas pudriendo tras las barras, algo teníamos que hacer.- Se separa y me examina de los pies a la cabeza.- Mira que hasta feo te pusiste.- Ríe y da unos pasos atrás al ver mis intenciones de golpearlo.

- Me sorprenden tales muestras de cariño.- Pierde la sonrisa, pero sus ojos brillan.

- Perdí un hermano, Richard. No estaba ni esta en mis planes perder el que me queda.

Y debo admitir, que lo extrañaba. Compartimos el mismo dolor por muchos años, el enojo, nuestros mundos se derrumbaron, y al final nos separamos. Pero porque cambiamos, disfrazamos nuestro verdadero ser en una amplia gama de sentimientos oscuros, no olvidamos, el rencor sigue intacto, el odio revoloteando.

- Te extrañé, hermano.- Digo tras unos segundos, y lo abrazo.

- Richard, hijo, alístate, aséate, come algo, y después hablamos.- Nos interrumpe nuestra madre y desaparece por el pasillo.

Me despido de Carlos y subo las escaleras. Entro a lo que era mi habitación y de inmediato siento a ese pequeño Richard corretear, jugar con figuras de acción en el suelo, hacer tarea en el escritorio, pasar el rato con sus dos hermanos, y por las noches, estar asustado, arropado de pies a cabeza, esperanzado de que su padre no entre a su cuarto y siga de largo.

Aprieto mis puños para contenerme. Camino hacia el baño, me veo en el espejo. ¿Quién es ese? Cuánto dolor se le ve en sus facciones, ¿quién es ese que, muy por dentro, llora sin cesar? ¿Por qué, Richard, tú vida se convirtió en un disparate? ¿Dejaste tú qué todo se deteriora? Cada paso en tu vida fue desapareciendo. Fue todo un error, quema muy por dentro, destruye todo a su paso, el odio es lo que queda. ¿Es que no lo ves Richard? ¿En qué te has convertido? ¿Por qué no te detuviste? ¿Por qué dejaste que sucediera? Cuánto duele. Lágrimas salen.

Grito de desesperación, quiero liberar mi dolor, volverlo diminuto, botarlo al vacío, no volver a recordar. Miro mi rostro, furioso, y no me gusta lo que veo, que asco me doy. Golpeo el espejo, dos veces, hasta ver mis nudillos sangrar, y me concentro en aquel dolor físico, distraigo mi mente con él, lo acepto, lo visualizo.

Recuerdos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora