19. Dulzura

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El rostro desconcertado de los niños al verle llegar sin compañía no hicieron su día precisamente mejor, pero gracias a la capacidad de cambiar de tema de Marceline, la falta del pelirosa pasó fácilmente bajo la excusa que estaba muy enfermo.

— ¿Podemos visitarle luego? —preguntó su niña mientras él terminaba de colocar unos carteles.

— No. —respondió firmemente, erradicando cualquier ruego que se podría presentar— Está enfermo, no necesita visitas, necesita descansar.

— Pero si se siente mal ¿No debería de haber alguien que cuide de él? —le remordió la conciencia aquel razonamiento, claro que debería de estar cuidando, ayudando y consolando a su pelirosa.

Agachó la cabeza un momento, sin ver a su hija, suspiró y volvió a verle— Lo pensaré. —le dijo con cierta sonrisa que le costó formar, pero que aún así la pequeña entendió y se fue satisfecha, dando pequeños saltitos contentos.

Luego de terminados los preparativos, la obra de los niños comenzó, ambos tenían papeles secundarios, pero aún así, estar sobre el escenario frente a tanta gente, les llenaba de nervios y emoción.

Y aunque sonriera y aplaudiera apenas finalizar el espectáculo, Marshall se remordía en su interior para poder salir de allí, correr lo mas rápido que sus piernas le permitieran y consolar a su novio, pedirle perdón aunque sea de rodillas.

— Ya vete. —oyó que le murmuraba su hermana, mientras veían que los infantes se inclinaban agradeciendo al público.

— Pero, los niños... —musitó, queriendo dar una excusa que ni él mismo creería.

— Les diré que hubo una emergencia. Si no te vas ahora, será más difícil irte sin ellos luego.

Marshall comprendió al instante aquello, era ahora o nunca. Por lo cual, le dijo a su hermana que no sabría cuándo volvería y Marceline sonrió diciendo que se tomen su tiempo. Y aunque el azabache le devolvió la sonrisa, apenas volteó pudo tener su semblante preocupado y ansioso. Corriendo hasta el edificio de su hogar, y luego al estacionamiento.

Condució bajo la tenue lluvia que arreciaba minuto a minuto, siendo toda una tormenta para cuando llego a la casa del pelirosa.

Bajó del auto y con mucha lentitud caminó hacia la puerta, empapándose en el corto trayecto. Era consciente de que había sido demasiado duro y egoísta con el tema. Siendo cegado completamente por su ira, y empujado por el conocimiento y desdén que tenia y tiene por Damien concluyó en herir más los sentimientos del pelirosa en lugar de confortarlo.

Salió inmediatamente de sus razonamientos al percatarse que la puerta de la casa estaba apenas abierta, y que la llave aún se hallaba en la cerradura.

Contuvo el aire ante los mil pensamientos y posibilidades que pasaron por su mente.

Empujó lentamente la puerta, atento a cualquier sonido o movimiento más allá del producido por la lluvia al caer.

Suspiró finalmente al ver al pelirosa en posición fetal en su cama, con la cara húmeda y roja, y un par de enormes auriculares puestos. Más la luz de la habitación apagada, pero la tenue luz de las calles que se filtraba por las cortinas casi transparentes.

Golpeó el costado de la puerta de la habitación, lo suficientemente fuerte para que el menor le escuchase, como pidiendo permiso para entrar.

Al instante se asustó, vio aterrado la sombra masculina negra en el umbral de la puerta de su cuarto y gritó— ¡Vete de aquí! —su mano temblorosa se dirigió desesperada hacia la mesa de noche, encendió la pequeña luz. Encontrándose con el rostro del azabache, cosa que provocó que suspirase algo aliviado, pero luego volviendo a verle, pronunció su nombre, con voz tartamuda y vacilante.

Entre Papeles y Café (Gumshall/AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora