11. Vergüenza

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Marshall apenas había vuelto a su hogar, aún así quería llamar al pelirosa. Sólo para poder escuchar su voz, pensó. Pero al darse cuenta de ese pensamiento, tuvo el impulso de golpearse la cabeza contra la pared al escucharse a sí mismo.


¿Desde cuándo había vuelto a la etapa de tórtolo adolescente?


Suspiró y se sentó en la cama, miró la pantalla del celular esperando que apareciese un mensaje, una llamada entrante, cualquier cosa le servía.


Hizo una pausa mental al darse cuenta que quizás estaba ocupando mucho de su tiempo en el hombre que ahora era su pareja. Y aunque una parte de él admitió que prácticamente había pasado tardes enteras viéndolo en la cafetería y pensándole días completos, no era descabellado razonar que ahora sería aún más tiempo el que dirija a él. Aunque una parte de su ser estaba tranquilo al pensar que de cierta forma aquello era recíproco, ya que siempre había existido una especie de tensión romántica y coqueteos implícitos desde la primera vez que se dirigieron la palabra.


Luego de tanto pensar finalmente se recostó, aún queriendo que su celular sonara, hasta el último segundo que su conciencia estuvo activa, quiso ejercer la telepatía para que el pelirosa le hablase.


Al despertar se mantuvo varios segundos escuchando atentamente si había algún infante en la cocina o comedor. Ante el silencio, suspiró aliviado y tomó su celular, estuvo a punto de escribir un nuevo mensaje, se arrepintió y lo dejó sintiéndose un puberto estúpido.


Pasó el día entero debatiéndose en si hablarle a Gumball, pues no es como si viviesen todo el tiempo al pendiente del otro pero ahora sentía la ineludible necesidad de saber cómo estaba, preguntarle qué pensó sobre el anillo que le dio, ese gesto tan pequeño como enormemente sentimental.


Su mente comenzó a divagar mientras lavaba los platos de la cena y pensaba en cómo llegó a esa idea, tan tierna y detallista como infantil. Sus hijos siempre le habían dado ideas brillantes pero de todas ésta fue la mejor.


Sin embargo, antes de que pudiese recordar vividamente aquello, sintió que tiraban suavemente de su camiseta— Papi... —murmuró la niña— ¿Me puedes leer un poco de mi libro antes de dormir? —soltó terminando con un bostezo.


— Termino con esto y voy. —dijo y vio cómo su hija se dirigía a su habitación caminando cual zombie.


Una vez que terminó con los platos, se secó las manos y entró a la habitación de los infantes, cual fue su sorpresa al encontrarlos profundamente dormidos. Enternecido con la escena, sonrió mientras entraba y retiraba el libro de entre brazos.


Luego, ya en la soledad de su propia habitación continuó debatiendo mentalmente si llamar al pelirosa o no. Sin poder evitarlo, sucumbió ante la necesidad de hacerlo y el tono de espera sonó una, dos, tres, cuatro veces y a la quinta le atendió el contestador. Suspiró pensando que quizá el menor estaba durmiendo, lo cual tenía sentido pues mañana era día laboral y el pelirosa madrugaba igual que él.


Igualmente quiso intentarlo de nuevo, esta vez instantáneamente saltando al contestador, frunció el ceño ligeramente y dejó el celular a un lado. Momento después este sonó— ¿Hola? —escuchó la voz algo adormilada del otro lado.

Entre Papeles y Café (Gumshall/AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora