Entre Papeles y Café (Gumshall/AU)

38. ¿Habrá noches peores?

Al igual que la pareja, el semi rubio oxigenado no supo reaccionar por un momento, dudando si lo que sucedía era real. Deseando que la situación que se desarrollaría no era más que una alucinación, una pesadilla o un recuerdo que estaba siendo implantado por alienigenas que le habían raptado camino a casa.

—¡Al fin llegas, bombón! —le recibió el rubio oro apenas entró, acercándose a él y abrazándolo por el cuello, luego besándolo cortamente— Mira, compré esto para ti. —le mostró una diadema negra con flores blancas— Puede no gustarte pero ese cabello largo no puede quedarse rebelde por siempre. —sonrió colocando la diadema en su cabeza, dejando su rostro libre de los mechones que últimamente le molestaban— Te ves mejor así. —le hizo un cumplido y aunque el bicolor le creyó muy poco, se imaginó que además del rostro libre ahora se le notaban mucho más las raíces castañas.

— Gracias.—fue lo único que alcanzó a decir, apenas esbozando una sonrisa.

Rápidamente, como todo lo que hacía el rubio, volteó junto con él para prestarles toda atención a la pareja— Él es mi novio, Damien. —sonrió presentándolo ante el par—Amor, él es mi amigo Gumball y su novio, Marshall. —les presentó y el casi castaño sólo pudo mantener su sonrisa que ahora fingía con todas sus fuerzas.

Por su lado, la pareja también se esmeró en sonreír, no se sabía el verdadero porqué pero sospechaba que era para mantener la compostura frente al rubio menor.

— En unos minutos cenaremos. —volteó para ver nuevamente la olla, luego diciendo— ¿Podrían tú y Marshall ir a comprar algo para beber?—pidió más en forma de sugerencia, luego acotando para convencer- Sería una buena forma de que vayan conociéndose.

— Sí, que buena idea. —habló el azabache levantándose de su asiento— Vamos. —sonrió de una manera que le dio escalofríos al bicolor. Una vez que salieron, apenas dieron unos pasos y luego de corroborar que no pasaba ni un alma por la calle, Marshall volteó rápidamente, acorralando y tomando por el cuello al otro— ¿¡Qué mierda planeas, hijo de puta!? —vociferó mientras que con su otra mano le daba un puñetazo en el estómago.

— Nada, te juro que nada. —habló tambaleante, casi quedándose sin aire

— Lo último que quería era ver tu estúpida cara.—le soltó el cuello, dejándolo caer en el suelo— A menos que sea en un ataúd. —chasqueó la lengua y le escupió en lo que el rubio tosía luego recuperando el aire— Si no fuese porque estás con alguien tan agradable, te hubiese dado una paliza apenas te veía cruzar la puerta.

— E-Es sólo una casualidad. —balbuceó levantándose, con el pensamiento de mencionar algo sobre el destino, pero ya sentía alguna costilla rota si pronunciaba una palabra de más.

— Vamos, maldita mierda. —volvió a hablar con saña, volteando y comenzando a caminar.

Damien agachó la cabeza siguiendo al azabache a varios pasos de distancia, momento después acomodándose la diadema que le acababan de regalar y luego colocándose la capucha de su abrigo para mantener su orgullo en público.

Repentinamente el pelinegro frenó y volteó, preguntando tajante— ¿Dónde compraremos?

El rubio sonrió internamente, pensando que estaban caminando sin rumbo siendo guiados solo por el enojo del otro, luego respondió— A unos metros hacia allá hay una tienda.—señaló hacia su derecha con la cabeza.

— ¿Qué mierda esperas, entonces? —volteó y continuó caminando, momento después bajando la velocidad de sus pasos para quedar junto al rubio.

Hubiese sido demasiado bizarro si una conversación se desarrollaba, siendo que en el resto de la noche hablarían sin duda, el hecho de que la interacción por gusto sería improbable. Así que el resto del viaje hasta la tienda de ida y de vuelta el silencio reinó, pudiendo intercambiar sólo miradas y gestos tácitos para ver quién llevaría las bolsas con cerveza.