Capítulo 9.2

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Rato después, Misao se despertó tumbada plenamente en el sofá, con un trapo húmedo en la frente. Se incorporó confundida y, desconcertada, observó que Alexia y Aoshi estaban también allí, esperando a que reaccionara.

—Esto... ¿qué ha pasado aquí?

Alexia la miró con una sonrisa torcida y un brillo peligroso en sus ojos, pero luego los cerró y se deshizo de la idea que acababa de aparecer por su mente.

—Nada... que hemos llegado a la casa de Aoshi.

—¿Eh? ¿Cómo? ¿Y qué pasó con el viejo loco?

Aoshi las observó extrañado, pero Alexia se esforzaba por no ponerse a reír como una histérica.

—Ehm... era él —respondió tapándose la boca con una mano y señalando a Aoshi con la otra.

Tardó unos segundos en comprender y, cuando lo hizo, vociferó sorprendida por toda la habitación.

—¿QUÉ? Eso... eso quiere decir que... ¿¡vives aquí?!

Aoshi seguía sin entender absolutamente nada.

—Deberías habernos avisado —replicó Alexia.

—No es culpa mía.

De repente, unos pasos se acercaron por la puerta y se escuchó una voz seria y cansada.

—¿Se puede saber a qué viene tanto ruido?

—¡Hola! ¿Qué tal, Kai?

—¿Qué hacéis vosotras aquí? —preguntó desconcertado y atónito por la escena que estaba presenciando.

—Esta era la apuesta —respondió Misao respondiendo, al parecer ya recobrada por completo.

—Se supone que el ganador fui yo. ¿Por qué os tengo que aguantar? Menudo premio.

—Venga, hermanito, es para que no te lo tengas tan creído.

Kai le dirigió una de sus miradas bien cargadas.

—Vamos a enseñarles la casa, ¿vale?

Aoshi agarró a Misao por los hombros y salieron de aquella habitación para empezar el recorrido. Kai cedió medio obligado y les siguió.

—Donde acabáis de estar es nuestro salón, que también utilizamos para las visitas —explicaba Aoshi—. En esta primera planta se encuentran las habitaciones de los empleados que también se alojan aquí y que, por razones obvias de intimidad y respeto, no os vamos a enseñar.

—¿Y nos enseñaréis las vuestras? —preguntó Misao, ilusionada por todo lo que veía a su alrededor.

—La mía ni lo soñéis —respondió Kai.

—Tan agradable como de costumbre... —murmuró Alexia.

Aoshi les dirigió una mirada y tomó una decisión.

—Hagamos una cosa. Separémonos en parejas para ir más rápido al enseñaros la casa. Es muy grande y podríamos tardar años si no lo hacemos.

A Misao se le iluminó la cara, pero Alexia frunció el ceño. No le gustaba la idea. Sin embargo, al verla tan ilusionada, no pudo hacer otra cosa que resignarse. Así pues, Aoshi se llevó a Misao de allí, dejando a la otra pareja a solas.

—Pues tú dirás.

—Bien... —reflexionó llevándose una mano a la cabeza—. Puesto que estamos ya abajo, sigamos el recorrido por aquí.

Y dicho esto, Alexia le siguió.

—Me gustaría enseñarte un lugar en concreto —confesó Aoshi.

—¿En serio?

—Es un lugar muy especial. No se lo enseñaría a cualquiera.

Misao sintió cómo un intenso rubor subía por su rostro.

Salieron al exterior, en dirección al jardín que se parecía más bien a un bosque, y se internaron en él.

—Esto es enorme... ¿También hay animales?

—Si te refieres a animales peligrosos, no. Pero hay pájaros, ardillas, conejos... esa clase de animales salvajes.

—¿Por qué?

Aquella pregunta tan simple, provocó que Aoshi se la quedara mirando, sorprendido.

—Bueno... es un espacio protegido donde están a salvo de sus depredadores. Además, es lo más parecido a su hábitat original.

—¿Significa eso que los acogéis?

—Sí, así es.

Misao estaba realmente asombrada y maravillada.

—Ya estamos llegando —anunció Aoshi señalando un edificio acristalado.

—¿Es un invernadero?

Aoshi esbozó una sonrisa al ver la expresión de Misao. Entraron a su interior y notaron la aclimatación y los diferentes parterres que había a los lados. En el centro, organizado por hileras de mesas, se encontraban una serie de plantas y flores con su correspondiente etiqueta.

—Es... es precioso.

Aoshi avanzó hacia una maceta concreta y se la quedó mirando con una extraña expresión en el rostro. Su mirada se suavizó y sus ojos brillaron por un breve instante. Misao lo percibió, sorprendida.

—Esta es mi flor favorita —le dijo mostrando una flor violeta y amarilla.

—¿Cómo se llama?

—Ayame. Es lo que aquí se le conoce como Lirio, pero como procede de Japón, la llamo por su nombre original.

Misao estaba impresionada. Cada cosa nueva que descubría de Aoshi la dejaba en ese estado, y apenas conseguía responderle. En ese momento, su acompañante tenía una expresión tan enigmática que ni siquiera pudo dejar de mirarle, hechizada.

—¿Q... qué significa? —preguntó intentando volver de su ensimismamiento.

—"Buenas noticias".

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