Capítulo 8.3

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—Oíd, ¿Miyu y Kano no tardan demasiado? —dijo Riku llamando la atención de todos.

—Vayamos a ver qué pasa —sugirió Sayo.

Todos subieron a la planta de arriba para buscarlas y, finalmente, las encontraron en la habitación de juegos, practicado tranquilamente con el billar.

—Muy bonito —dijo Riku para que las jugadoras se percataran de la presencia de todos—. Nosotros preocupados y vosotras aquí jugando como si nada.

—¿Queréis jugar? —ofreció Miyu modestamente.

—Pues mira, yo me apunto —aceptó Kazuma—. ¿Lo hacemos por parejas?

—De acuerdo. ¿Quién será la tuya? —preguntó Kano.

—¿Qué dices, Kai? ¿Te apuntas?

Al oír su nombre, Kai salió de su ensimismamiento y simplemente se acercó dando a entender que aceptaba cogiendo el taco que Kazuma le ofrecía.

—¿También juegas al billar? —preguntó Alexia, atónita—. ¿Hay algo que no hagas?

Kai no respondió y les dio la espalda con su habitual sonrisa.

—Nos pedimos lisas —dijeron las chicas para empezar el juego.

—Muy bien.

Mientras jugaban, el resto les observaba con interés. Cada grupo decidió a quién animar.

—Venga, Miyu. Solo os ganan de tres —dijo Sayo.

En ese momento, hizo su lanzamiento y... falló. Era el turno de Kazuma, y sonrió al ver la posición en la que se había quedado la bola blanca. Un tiro limpio.

—Bueno... de cuatro.

—¡Sí! Muy bien, Kazuma —exclamó Misao.

—Kano, es tu turno —anunció Asaba, acercándose—. Mira, coge así mejor el palo.

Se puso tras ella y la rodeó con sus brazos, pegados el uno al otro, con sus rostros también muy cerca.

—Debes mantener tu objetivo a la vista en todo momento. Concentrarte lo máximo en él, estando firme, pero relajada... —le susurró poniendo sus manos en el mismo lugar donde las tenía ella—. Observa.

Kano estaba demasiado tensa, sonrojada y nerviosa como para concentrarse. Parecía que iba a estallar de un momento a otro de lo roja que estaba al encontrarse en una posición como esa, atrapada en los brazos de Asaba. Este guio el taco y lo golpeó según sus propias indicaciones con resultados favorables para las chicas.

—¡Genial! —aulló Miyu eufórica, ya que Kano aún no reaccionaba.

Kazuma y Kai se miraron entre sí.

—No te metas en esto, Asaba —advirtió Kai.

—¿Por qué? Están en clara desventaja.

—Pero tú nunca quieres enfrentarte a nosotros a solas —replicó Kazuma.

—Eso es porque soy demasiado bueno para vosotros. Sin embargo, cuando una señorita necesita mi ayuda, se la ofrezco —respondió con total caballerosidad.

—Venga, Kai, es tu turno.

Cogió la posición de lanzamiento, inclinándose sobre la mesa, en una postura muy elegante, y fijó sus ojos caoba en la bola a rallas que era su objetivo. Con unos cuantos amagos a la bola blanca, la golpeó en dirección a la rallada que, tras rebotar en el borde, entró en el agujero.

—¡Sí! —exclamaron a la vez Misao y Alexia.

Aoshi frunció el ceño.

—¡Genial! —Le felicitó Kazuma—. Solo una más y habremos ganado.

—Miyu —dijo Aoshi, con un rostro que daba miedo—. Ya puedes meterla.

La aludida se sorprendió por sus palabras tan cortantes y se fijó en sus ojos azules. No debió hacerlo. De pronto sintió un estremecimiento y un escalofrío le subió por la nuca. Apartó rápidamente la mirada e intentó concentrarse en la bola. Nunca había visto una mirada tan gélida e intimidatoria. Aún nerviosa, lanzó con todas sus esperanzas puestas en el tiro. Acertó.

—¡Sí! ¡Lo hice! ¡Lo hice!

—Lo ha dejado complicado —comentó Kai observando la posición de las pocas esferas que quedaban en juego.

—La meteré —le aseguró Kazuma con total convencimiento de ello.

Dicho y hecho. La bola negra que sentenciaba el juego pasó a cámara lenta por el hueco.

Aoshi parecía el derrotado, mientras que Alexia y Misao saltaban triunfantes junto a Kazuma y Kai.

—Gracias por apoyar a los ganadores. Tenéis buen ojo —agradeció Kazuma.

Las dos chicas se dirigieron una mirada y con una sonrisa se aproximaron a Aoshi.

—Aoshi —canturreó Misao llamando su atención al ver que estaba con la cabeza bajo un cojín, sentado en el sofá.

—Paga la apuesta —añadió triunfante Alexia.

—¿Apuesta? —preguntó sorprendido Kai—. Hermanito, ¿desde cuándo apuestas?

—¡Ag, cállate! Os he subestimado...

—Sí, sí que lo has hecho —dijo Misao con una sonrisa de oreja a oreja—. Ahora cumple con las consecuencias de tu error.

—Vale, acepto —dijo cansado—. Haced lo que queráis.

—¡Weee! Ya sabes las reglas; nada de compromisos mañana.

—De acuerdo, de acuerdo...

—¿Se puede saber de qué se trata la apuesta?

—¡Noo! Es un secreto —respondieron ambas en plan infantil.

—Mañana toca descanso, ¿verdad? —preguntó Riku.

—Sí, así es. Nos merecemos un descanso —dijo Asaba.

—Entonces mejor nos vamos yendo —dijo Kazuma.

Bajaron a la planta de abajo y los chicos recogieron sus cosas para despedirse y marcharse.

Una vez en la calle, Kai se acercó a su hermano, intrigado.

—Ahora en serio, ¿de qué trata esa apuesta?

—Mañana lo sabrás —respondió resignado, y un poco molesto por haber perdido.

Dicho esto, subió a su coche y arrancó con asaba y Kazuma en su interior. Kai, desconcertado, se puso el casco e imitó a su hermano.


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