Alexia se sorprendió por el ofrecimiento, pero aceptó encantada. Kai subió primero y levantó la puerta, que en realidad formaba parte del suelo, y frente a sus ojos, se encontró con la figura de una ardilla. Sorprendido, acabó entrando y ayudó después a Alexia.
—¡Vaya! Parece que tienes ocupas.
Limpiaron un poco el suelo que estaba lleno de polvo y hojas secas, y luego se sentaron.
—¡Waa! Me encanta este sitio. Es tan silencioso y relajante... Ojalá tuviera yo algo así para cuando necesito tranquilidad... e intimidad.
—¿No tienes un sitio así en tu casa? ¿Ni siquiera tu cuarto?
—¡Agh! Para nada. En mi casa no hay una pizca de intimidad. Es tan pequeña que no puedes hacer nada sin que el resto se entere. Solo hay un sitio... pero es algo incómodo. Y ni me preguntes cuál es.
—Va siendo hora, ¿no te parece? —preguntó muy serio.
—¿A qué te refieres?
—A que me cuentes algo de ti.
Alexia se sorprendió por la petición, pero admitió que tenía razón. Él había confiado en ella, aún a pesar de no ser de los que se abren con facilidad. Se lo debía.
—De acuerdo... ¿qué quieres saber?
Kai meditó la pregunta antes de hacerla.
—¿Cómo te interesaste por la música?
—Es una historia muy larga... —Kai la miró fijamente, insinuando que no se iba a escabullir con esa frase tan trillada. Alexia suspiró resignada. Sabía que tenía que hacerlo, pero saberlo no significaba que le costara menos. Finalmente, cogió aire y empezó a narrar la historia—. Vale. Cuando era pequeña apenas tenía amigos, pero eso no me impedía salir a jugar. Cada tarde me iba a dar una vuelta y, normalmente, acababa llegando siempre al mismo parque. Me sentaba en los columpios y, desde allí, observaba al resto de niños jugar entre sí, y envidiándoles por ello. Me encantaba columpiarme, hacía que me olvidara de todo. Sentir la emoción en el pecho cada vez que te elevabas al cielo, era casi como volar. En ese momento, no sentía nada; ni envidia, ni tristeza, nada. Tal vez, solo añoranza.
»Un día, como de costumbre, salí hacia el parque, pero tomando otro camino distinto. De pronto, me encontré con una bifurcación; un camino me llevaría a donde quería ir, y el otro a uno totalmente desconocido para mí. No tenía absolutamente ni idea de cuál era cuál, y solo tenía dos opciones: arriesgarme o desistir. Decidí aventurarme y tomé el de la derecha. Según iba avanzando, intuía que me había equivocado, pero no me detuve y seguí impulsada. Cuando quise darme cuenta, estaba frente a un chalet escuchando una extraña melodía.
Alexia recogió las piernas y se apoyó sobre las rodillas.
—Yo de pequeña era muy inquieta, así que, sin pensar en lo que hacía... me colé en la casa.
—Permíteme decir que no puedo imaginarlo.
—Sí —sonrió—. Ni yo misma me reconozco al recordarlo. Al final no tardaron mucho en pillarme, y el ama de llaves me llevó ante el dueño. Estaba en una gran habitación tocando el piano y, hasta que no terminó de tocar la última nota de la partitura, no se giró ni me prestó atención. Cuando lo hizo, me sorprendí al ver que se trataba de una persona mayor y, sin saber exactamente por qué, me sentí intimidada y bajé la mirada. Supongo que empezaba a darme cuenta de que, lo que había hecho, estaba mal. Sin embargo, él fue muy amable conmigo y pidió que me dejaran para hablar a solas. Me preguntó por qué me había colado en su casa de aquella forma, pero como él no parecía enfadado, yo tampoco me incomodé en su presencia. Le respondí que la música que tocaba me había llamado. Entonces me guió hasta el piano y me preguntó si quería aprender a tocarlo. Yo estaba conmocionada, claro. No me esperaba, en absoluto, ese ofrecimiento, pero no dudé en aceptarlo. Así pues, cada tarde, en lugar de ir al parque, me desviaba por el camino que descubrí, e iba a la casa de mi nuevo profesor de piano. Las clases resultaron entretenidas y, según me decía, aprendía con facilidad y rápidamente. En una semana conseguí manejar el control de las teclas, aprendiendo las notas y niveles de sonido. A partir de entonces, y gracias a mi insistencia y testarudez, comenzamos por leer partituras y empezar a tocar en serio. Era un gran profesor y al final acabé cogiéndole mucho aprecio, a pesar de que no le conociera casi nada. Sabía que vivía solo con su enfermera, a la que yo confundí como ama de llaves, y que no tenía familia. Supongo que él también me cogió cariño, o si no no habría insistido en que aprendiera con él.
—¿Era algún músico conocido?
—No lo sé. De joven ganó algún premio de música, pero nada más. No hablaba mucho de sí mismo.
—Ahora ya sabemos de dónde te viene.
Alexia le dedicó una mirada sarcástica, y decidió ignorarle, prosiguiendo con su historia.
—Las clases duraron un total de tres meses. Una tarde, como ya era costumbre, me presenté en su casa. Sin embargo, a diferencia de las veces anteriores, esta vez no me dejaron pasar. Me dijeron con gran pesar que no volviera más por allí, porque el dueño se había ido. Antes de irme, y de comprenderlo, me entregaron unos papeles y una nota. Se trataba de una partitura, la que en ese momento estábamos ensayando, y una nota en la que me incitaba a no abandonar nunca la música, disculpándose por dejar mi enseñanza a medias.
»A partir de aquel día dejé de tocar, pero jamás abandoné la música, ni me olvidé de ella. Seguí por mi cuenta, e incluso me atreví a componer algo, pero siempre sin tocar.
—¿Por qué no volviste a tocar? —preguntó Kai sin comprender.
—En casa nunca supieron de mis clases de música, así que...
—Pero como quien no quiere la cosa, podrías haberles dicho que querías dar clases o algo así, para que volvieras a tocar y terminar tu instrucción.
—Pero yo no quería. Si no era con él, no quería con nadie. Además, en el fondo sabía que, si seguía estudiando en un conservatorio, olvidaría todo lo que él me enseñó y me cansaría del piano, y no quería que eso sucediera.
—En parte lo entiendo. Mi madre era música y, por ello, desde pequeños nos puso a estudiar música. ¿No te habías preguntado cómo es que sabemos tocar? Cuando teníamos algún problema o duda, ella siempre nos ayudaba.
De pronto, se creó un repentino silencio. Alexia se puso en pie, incómoda por él.
—¿No crees que ya va siendo hora de volver? ¿No me enseñas más?
Kai asintió y bajaron del árbol, para dirigirse de nuevo a la mansión.
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Vacaciones de verano
Novela JuvenilEl último curso se acaba y es hora de despedirse a lo grande de todo aquello que conoces: instituto, profesores... amigas. Por ello, seis chicas deciden hacer el viaje de sus vidas y pasar el verano juntas para crear recuerdos que poder atesorar en...