Capítulo 9.3

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—¿A dónde vamos?

—No seas tan impaciente.

—Aquí hay mucha humedad, ¿o me lo parece?

—Muy observadora.

Alexia estaba inquieta. Acababan de entrar en una habitación cerrada llena de humedad. Por un momento, pensó que se quedaría sin aire.

—No nos habremos metido en una sauna, ¿verdad?

Kai se rió por lo bajo, pero no dijo nada. Siguieron avanzando, por lo que parecían ser unos vestuarios, con sus duchas incluidas. Al salir, Alexia no pudo evitar exclamar:

—¡No me lo puedo creer! Es... ¡una piscina olímpica!

—Correcto.

—Pero un momento... ¿no eras tú el de "la playa es lo mejor"?

—Sí, pero en invierno no hay quien vaya a ella.

Por primera vez, Alexia se fijó en la espalda fuerte y ancha de Kai, y bajó la mirada, ruborizada.

—Mi padre la mandó construir. A él le encantaba la natación —Sus palabras sonaban distantes, pero llenas de orgullo.

—¿Os enseñó a nadar aquí?

—No... fue en la playa. Aoshi era mayor, así que aprendió antes... Cuando empecé, casi me ahogué. No —se corrigió—. Me ahogué. Tragué demasiada agua y estuve inconsciente durante unos minutos hasta que mi padre me salvó.

Alexia le miró sorprendida.

—Oh... ¿No te lo había dicho? Mi padre era un gran médico.

—¿Y qué pasó después? Alguien a esa edad y tras sufrir ese incidente no hubiera vuelto a sumergirse en el agua.

—¿Me tachas de cobarde? —preguntó incrédulo—. Tenía mi orgullo y, sabiendo cuánto le gustaba nadar a mi padre, no iba a rendirme así de fácil. Quería que se sintiera orgulloso de mí, al igual que mi hermano, por eso insistía hasta que acabé consiguiéndolo. Fue duro, no te lo niego. Mis padres estaban siempre muy ocupados, sobre todo mi padre, así que con la ayuda y persistencia de Aoshi, fui capaz de lograrlo.

—Es genial —dijo emocionada Alexia, sin saber qué decir realmente. Simplemente notaba la emoción en sus palabras y la hizo suya.

—Bueno, salgamos de aquí. La humedad empieza a agobiar.

***

—¿Sabes? Aún me parece increíble. ¡Jamás me hubiera imaginado esto! Normal que no quisieras que nos enterásemos.

—Y, aún así, aquí estáis... Pero os pido que solo quede entre vosotras, ¿vale? No sé porqué tengo la impresión de que si no es así, nos convertiremos en un simple espectáculo.

—Solo un poco. Sayo no es que se quede muy atrás.

—De todas formas, no se lo digas al resto.

—Como quieras. ¿Sabes? Siempre me había imaginado que una mansión como esta estaría repleta de trampas y pasadizos secretos. ¿Qué absurdo, verdad?

—Que no las hayas visto, no significa que no estén.

—¿Entonces las hay?

Aoshi no respondió, pero le mantuvo la mirada, sonriendo.

—Por si acaso, no te separes de mí.

Caminando por el exterior, los dos llegaron ante una puerta mecánica que se abrió en cuanto Aoshi pulsó el mando que llevaba encima. Se trataba del garaje y Misao pudo ver en su interior los dos vehículos que ya conocía y otros cuantos que no había visto antes.

—Debía haber sospechado algo cuando vi por primera vez vuestros coches.

—¿Por qué? ¿No dices que estás acostumbrada a Sayo?

—Sí, bueno, pero no es normal.

De pronto, su conversación fue interrumpida por unos pasos que se aproximaban desde la puerta que había al fondo, en el interior del garaje.

—¡Vaya! Esto sí que es raro —exclamó Kai—. Cuando queremos encontrarnos tardamos al menos media hora.

—Sí que es raro, sí. Parece que estás haciendo el mismo recorrido que nosotros, pero a la inversa.

Cuando los cuatro estuvieron a la misma altura, Misao le dedicó un guiño a Alexia, mientras esta le respondía con una sonrisa.

—Bueno, sigamos —dijo Aoshi agarrando a Misao de la mano, y tirando de ella. Esta, por su parte, no pudo evitar emocionarse por la sorpresa, e iluminársele la cara.

Cada pareja volvió a su recorrido, y Kai llevó a Alexia al invernadero.

—Me resulta extraño... —reconoció Alexia tras echar un vistazo.

—¿El qué?

—Que tengáis un invernadero... ¡y en mitad de un bosque!

—Es parte del jardín —bromeó Kai—. No, la razón de todo esto fue mi madre. A ella le encantaban las flores, y cuidarlas cuando podía, así que hizo construir este sitio para tenerlas recogidas y en buen estado.

—¿Quién las cuida ahora?

—Pues los jardineros. Excepto aquella de allí —le señaló la flor que momentos antes le había enseñado Aoshi a Misao.

—¿Por qué?

—Aoshi se encarga personalmente.

Alexia le dirigió una mirada interrogativa y llena de incredulidad.

—Verás... Esta flor era la favorita de mi madre y Aoshi la cuida en su lugar.

—Lo entiendo, pero... me sigue resultando raro.

—Todos tenemos un lado oculto.

—Sí, supongo. Oye, lo que sí me extraña es que no tuvierais escondida, entre tanto espacio y árboles, una cabaña o casa en un árbol.

—Muy aguda.

—¿Tengo razón?

Kai la miró de arriba a abajo, evaluándola, antes de responder.

—De acuerdo, te la enseñaré. Pero que sepas que no me hace mucha gracia.

—¿Por qué?

—Era mi escondite —murmuró—. Hace bastante que no voy. Puede que esté hecha un asco.

—¿Quién la construyó?

Kai no respondió enseguida.

—Fue un regalo... Cuando me enfadaba en casa, o estaba agobiado, iba allí a relajarme. Siempre que eso pasaba, mi madre venía de noche a arroparme con una manta, ya que me quedaba allí mismo dormido.

Sus pasos cesaron ante un árbol gigante donde se ocultaba una casa entre sus ramas. En el tronco había una especie de peldaños para subir hasta ella.

—Tenías razón. Tiene aspecto de estar abandonada.

—¿Quieres subir?

Vacaciones de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora