Capítulo 9.1

15 2 2
                                    


—¿Estás ya lista? —le preguntó Alexia a Misao desde el salón.

—¡Ya vooy! —exclamó desde arriba.

Mientras tanto, el resto de chicas estaban abajo, con Alexia, mirándola con curiosidad y envidia.

—¿Qué es lo que vais a hacer? —interrogó una vez más Sayo.

—¿No os habéis cansado de preguntarlo durante la comida?

—Pero queremos saberlo igualmente.

—Pues vais a quedaros con las ganas —dijo Misao bajando las escaleras.

Todas desviaron la mirada hacia ella y se sorprendieron al verla bajar tan elegantemente arreglada. Llevaba un vestido corto, de tirantes, de color morado con encajes en el escote. A juego, se había puesto unas sandalias también oscuras que le realzaban las piernas con las tiras. Y, para terminar, el retoque final de maquillaje en el rostro.

—Esto... ¿no crees que te has excedido un poco? —le preguntó Alexia.

—Pues no. Al igual que tú aquella vez, yo también he tenido un presentimiento.

Alexia la miró aturdida durante un instante, pero luego se encogió de hombros, dejándolo pasar. A fin de cuentas, aunque ella no fuese tan arreglada como su amiga, tampoco iba mal del todo. Aunque, ni de lejos, podía hacerle sombra, a no ser que se tratase de una sombra literal, en cuyo caso, y debido a la altura de cada una, sí que era posible.

—En fin, nos vamos —anunció Misao cerrando su bolso.

—Una última oportunidad —dijo Miyu—. ¿A dónde vais? ¿Cuál era la apuesta que hicisteis ayer?

—Lo sentimos. Tal vez os lo contemos a la vuelta —respondió Alexia ya en la puerta, despidiéndose. Antes de cerrarla, añadió—: O puede que no.

Las cuatro se quedaron en el interior de la casa, rechinando los dientes y con la incógnita reconcomiéndolas en su interior. Sin embargo, no pudieron hacer nada, por lo que, frustradas, decidieron resignarse y esperar.

—Bueno, ¿y nosotras qué hacemos? ¿Bajamos a la playa?

***

Por la ciudad, paseaban dos chicas con un papel y un mapa. Pese a tener todo lo necesario, parecían perdidas.

—¿Crees que nos dio bien las señas? —le preguntó una chica a la otra, mientras miraba con desconfianza el papel.

—Yo creo que sí —respondió la que llevaba el mapa—. ¡Agh! ¿Sabes qué? No lo necesitamos.

Consecutivamente, arrojó el mapa hacia atrás, dejándolo caer al suelo.

—¡¿Pero qué haces?! Sin él estaremos perdidas.

—Nah, tranquila. Soy buena guía —Se detuvo unos pasos—. Ehm... ¡tiremos por aquí!

Alexia la siguió con gran pesar.

Una hora después...

—¿No te da la impresión de estar dando vueltas? Parece que nunca avanzamos... ¿Aquel hombre nos indicó bien el camino?

—Al menos parecía que estaba seguro... Yo estoy empezando a marearme.

—Menuda guía... La que decía que sin mapa estaríamos bien, que no nos perderíamos.

—¡Waa! Vale, vale. Lo siento.

—Espera —Alexia hizo que se detuvieran y miró a la derecha, donde no había carretera, sino una pared—. No estamos dando vueltas... Mira, esta parte de aquí es diferente.

—Y más adelante la pared de ladrillo se convierte en una reja con arbustos, mira.

—¿Será posible que todo esté junto?

Avanzaron un poco más, esperando dejar atrás los arbustos enrejados.

—¿Por qué no se acaban nunca?

Cuando consiguieron llegar al final, un nuevo obstáculo se les interpuso. Alexia fue la primera en verlo y se detuvo estupefacta.

—¿Y ahora qué? —preguntó Misao cuando llegó a su altura y vio que se detenía.

Ante ellas se extendían unas rejas que formaban una enorme puerta. En el interior, al fondo, una gran mansión hacía su aparición. A la derecha, surgían tantos árboles que el camino desaparecía formando una especie de bosque.

Misao se fijó en que había un portero al otro lado de la puerta y, sin más, lo pulsó.

—¿¡Pero qué haces?!

Para sorpresa de ambas, la puerta empezó a abrirse como si les indicara que pasaran. Se miraron interrogativas.

—¿Por qué no? No perdemos nada, y hasta nos podrían ayudar con las indicaciones.

Avanzaron por el camino, mientras a sus espaldas la puerta metálica se cerraba con un estruendo. Aquello las sobresaltó pero, de momento, contemplaron el paisaje.

—¡Qué pasada de sitio!

Llegaron ante unas escaleras que conducían al interior de la mansión.

—¿Esto fue lo que presentiste, Misi?

—Ni en sueños...

Ante ellas, la puerta se abrió dejando ver a un mayordomo que les hacía una reverencia, saludándolas educadamente, mientras que, con una mano, les indicaba que pasaran. Desconcertadas, y nerviosas, siguieron a aquel hombre al interior de la casa, cerrándose la puerta tras ellas con un ligero chirrido. El mayordomo las condujo hacia una habitación muy espaciosa que, de no ser por lo bien amueblada que estaba y por los sofás, parecía una sala de baile.

Tras escuchar al hombre decir que esperaran cómodas allí, dedujeron, incrédulas, que se trataba de la sala de visitas.

—Esto es muy raro... —murmuró Alexia, frunciendo el ceño—. ¿Por qué nos iban a dejar pasar sin hacer preguntas?

—¿En qué estás pensando? —le preguntó alarmada. Hasta ese momento no se había percatado de lo extraña que resultaba la situación y empezó a recordar los extraños sonidos de las puertas y la extraña conducta del mayordomo, que las había guiado tan dócilmente al interior. Todas las películas de miedo que había visto en su vida, comenzaron a aparecérsele en la mente—. ¡No seas dramática!

—El dueño debe ser un viejo loco y pervertido que atrae a sus presas con el lujo de esta mansión, y las deja entrar para encerrarlas... —narraba con voz tétrica Alexia, como si contara una historia de miedo con la luz alumbrándole la cara.

—¡Waa! ¡Calla! De repente ya no encuentro ningún motivo para seguir aquí. Mejor nos vamos, ¿sí?

—¿Por qué tan pronto? —dijo una voz a sus espaldas. Estaba en penumbra y no se le apreciaba la cara—. ¿No queríais venir?

Ambas se asustaron y se pusieron en pie de un salto. Misao intentaba no temblar, mientras que Alexia miraba a todos lados, sospechando de todo.

La figura dio un paso al frente y Misao sintió cómo se desbocaba su corazón. Aquel hombre seguía avanzando lentamente y ella ya no podía controlar sus temblores. Su mente llegó a un punto en el que se nubló y, antes de poder verle la cara, se desmayó sobre el sofá.

—¡Misao! —exclamaron alarmadas las dos personas que se hallaban presentes, haciendo un amago de acercarse a ella.

Alexia se agachó, socorriendo a su amiga, y después desvió la mirada hacia la nueva presencia entendiéndolo todo de golpe. Estaba tan sorprendida que no pudo pronunciar palabra.

Vacaciones de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora