Capítulo 43

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Seguí los pasos al pie de la letra y conseguí que mi cabello se viera hermoso. Me coloqué el vestido que habíamos ido a comprar en la mañana, me puse las zapatillas y me senté en el gran sofá a esperar.

–¿Ya están listos para irnos? –escuché gritar a alguien.

Decidí salir de la habitación y caminar con cuidado, ya que con los tacones puestos me sentía insegura caminando sin sostenerme de una pared, no quería pasar un ridículo cayéndome por ahí.

Me topé con mi protegido en el pasillo.

–Te ves hermosa –me tomó por los brazos –pareces toda una Diosa –sonreí ante su halago.

–Gracias –bajé la mirada mientras buscaba con desesperación la pared.

—¿Por qué caminas así? —preguntó riendo.

—Es que siento que voy a caer en cualquier momento —el soltó sonrió.

–Aún te falta algo

–¿Qué cosa? –pregunté extrañada.

–Ven, acompáñame –me tomó de la mano y me llevó a su recámara –primero te falta un accesorio

–¿Qué tipo de accesorio?

–Espera –lo vi revolver algunas cosas en el armario, sacó una pequeña caja y de ésta tomó unos aretes plateados con mucho brillo –ponte esto

Los tomé entre mis manos y me los coloque con cuidado, se veían bastante frágiles.

–Te ves preciosa –me tomó por el rostro y se contuvo a darme ese beso que parecía estaba guardando dentro de sus labios –Te falta otra cosa

–¿Cuál? –funcí el ceño.

–Se notan los tirantes de tu sostén

–¿Y eso qué? –estaba confundida —no entiendo mucho el código de vestimenta de este mundo —hice una mueca.

–Deja te ayudo

Él se acercó a mí y quito los tirantes de mi prenda. Besó mis hombros y después deslizó sus dedos por las cicatrices de mis alas.

–¿Qué te pasó ahí?

–Todos los ángeles las tenemos, son el símbolo de nuestras alas ¿nunca viste las de Paloma? —pregunté extrañada y sorprendida.

–No, o bueno, no recuerdo haberlas visto —hizo una pausa —¿Desde cuándo las tienes?

–Poco después de que nací, pero ahora no duelen, al principio sí, cuando recién salen sientes que se quema tu espalda, pero poco a poco de acostumbras

–¿Y son incómodas?

–¿Qué? ¿Las alas?

–Sí

–Al inicio sí, pero después ya no sientes nada, omites su existencia

Me acerque a él y acomodé el cuello de su camisa. Los dos nos acercamos y vimos nuestros labios, tenía que contener esto.

–¿Qué están haciendo? –olvidé que la puerta de la habitación estaba abierta.

–Déjame explicarte –intenté defenderme –no es lo que parece –José Luis me tomó del brazo y me separó de su hermano.

–¿Qué me vas a explicar?

–Lo que realmente pasa y no solo lo que viste

–Eso es lo que quiero, pero ¿qué tienes que decirme? –hizo una pausa –¿Cuánto llevas siendo la amante de mi hermano?

–No soy su amante y baja la voz –pedí.

–Tú y yo vamos a hablar seriamente –le advirtió a su hermano.

–Sueltame –me libré de su agarre.

–Ven conmigo –me ordenó.

–¿Cuándo te va a quedar claro que no me des órdenes?

–Ah ¿no vas a venir? –se escuchaba como mi madre.

–No –me crucé de brazos.

–Bien, vas a venir a las buenas o las malas –se acercó a mí y me tomó entre sus brazos.

Él me sacó de la recámara de su hermano y me llevó a la suya.

–Bajame –él hizo lo que le pedí –¿Qué pasa contigo? ¿Estás loco acaso?

–No, más bien ¿que te pasa a ti?

–¿A mi? Nada, más bien respóndeme ¿por qué te pones así? Ni siquiera me has dejado explicarte nada

—¿En serio me preguntas eso después de lo que acabo de ver?

—¿Qué hiciste? ¿Qué viste? —coloqué mis manos sobre mi cintura.

–¿Qué estabas haciendo con mi hermano? —me reclamo

—¿Estás celoso?

—¡Sí! Y exijo una explicación ahora mismo

–Le estaba acomodando el cuello de la camisa –me defendí.

–Ya dime la verdad –él estaba furioso.

–Deja de reclamarme ¿si? –puse los ojos en blanco –estoy harta de que siempre me reclamas y no hay pelea que termine bien, ya te dije la verdad, no hay otra explicación

–Deja de reclamarme ¿si? –puse los ojos en blanco –estoy harta de que siempre me reclamas y no hay pelea que termine bien, ya te dije la verdad, no hay otra explicación

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–¿Desde cuándo te acuestas con mi hermano?

–Yo no me acuesto con tu hermano —mentí un poco.

–¡Claro! Es eso –sus ojos oscuros tomaron un poco de brillo.

–¿De qué demonios hablas?

–Por eso hace rato estabas tan rara cuando te empecé a besar ¿no? –suspiré.

–¿Cuando teníamos relaciones pensabas en mi hermano?

–¡Cállate ya! Siempre pensaba en ti, deja tus celos de lado, nunca te he dado motivos para que desconfíes de mi, sin embargo tú si me los has dado y yo confío en ti

–Estaban por besarse, yo los vi, no me lo niegues

–Es que no entiendes nada

—¿Entender qué? —gritó.

Se acercó a mí furioso y me tomó por las muñecas, al hacerlo los dos caímos al suelo.

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