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Buenos Aires, Argentina, diciembre 2018.

Mi madre siempre decía que cada cosa, por insignificante que fuera, tenía una razón de ser, absolutamente todo.

Yo por el contrario, era escéptica, el universo no tenía un plan maestro para todos, el destino no existía y para suerte, o quizás desgracia, nada tenía que ver el karma en la historia.

Así que, aquí estaba yo, con un puñado de malas decisiones pisándome los talones, despidiendo el año que una vez más parecía haberse escapado más rápido que nunca.

Los enormes ojos de Julián me miraban atento, el tintineo de las copas se ahogó en medio de la música que sonaba en ese boliche.

—Por los amores de una noche, los mejores—dijimos chocando nuestros shots de vodka para luego hacer fondo blanco, el alcohol quemó mi garganta cerré los ojos y sacudí mi cabeza.

—Ya estás ebria—declaró mi amigo que estaba cómodo sentado en un sillón con una chica en su hombro y yo negué fervientemente con mi cabeza

—Aún no, pero dame una hora ¡Y eso que aún no pusieron mi tema!—añadí guiñándole un ojo, tome mi copa de Martini blanco mientras iba al medio de la pista, un tema del momento me dio la bienvenida a mí y a mis caderas que se morían por comenzar la acción de un fin de semana que prometía mucho.

Entonces sonó el tema que cantaba con ímpetu desde hacía ya cinco años, el que me permitía volverme una resentida del amor, por los altoparlantes comenzó a sonar “Ese hombre” de Karina la cantante tropical del momento, cada estrofa la sentía tan mía que no pude evitar cantar deliberadamente hacía ese hombre que tantos años atrás me había dado mi primer lección respecto al amor.

...Ese hombre que tú ves ahí
que parece tan seguro
de pisar bien por el mundo
solo sabe hacer sufrir
es un gran necio
un estúpido engreído
egoísta y caprichoso
un payaso vanidoso
inconsciente y presumido
falso malo rencoroso
que no tiene corazón...

Alguien me pasó una botella de vodka semi vacía ya, y al ritmo de las últimas notas de la canción hice fondo blanco.

No sé cuánto tiempo llevaba bailando, mi cuerpo se movía al ritmo que sonará como si tuviera vida propia, sentía el alcohol consumir mi cordura, apagar mis inhibiciones y callar mi sensatez, alguien me paso otra botella.

—Fondo blanco—gritó un chico al lado mío, reí y obedecí, sabía que no era una decisión sabia porque ya había mezclado.

Pero como diría mi mejor amigo, Por Dios Santo, vive hoy, ahora. Y siempre usa protección, ese era su lema según él.

Me tomaron por la muñeca, se pegaron a mi cuerpo, el cuerpo del chico parecía tener sintonía con el mío, coloqué mis brazos alrededor de su cuello meneando mis caderas contra su cuerpo, su perfume me hipnotizó inmediatamente, era fuerte y masculino, aspire profundo guardándolo en mi memoria, su bulto me indicó que él no era ajeno a mi juego, sonreí maliciosamente restregando mi cuerpo contra el de él, me susurro algo al oído, no entendí que dijo, pero volteé para verlo, por un momento quedé estática, ese chico era muy parecido… Obviamente mi mente estaba juguetona, esos ojos no tenían porqué ser los mismos, sencillamente era imposible, negué con mi cabeza y corriendo mi cabellera hacia un costado le mostré mi hombro provocándolo.

Él captó la indirecta y sin vacilar se aproximó comenzando a besar lentamente mi cuello, apretando con su mano mi cintura mientras mi mano se enredaba en su pelo, mi respiración comenzaba a fallarme, la memoria comenzaba a tener lapsos que no seguramente mañana no recordaría. Cuando pasó su mano, sin saberlo, por mi tatuaje, uno pequeño y delicado en mi pelvis, lo detuve.

—Vamos—dije tomándole la mano, me dirigí primero al reservado que teníamos con Julián, lo encontré ocupado, le golpee el hombro, se separó de la chica con mal gesto.

—Me voy—dije señalando con la cabeza al chico que me esperaba, Julián que estaba tan ebrio como yo trato de enfocar la vista.

—Ese no es…—dijo y yo negué con la cabeza

—Tranquilo, no lo es—aseguré

—Entonces, pórtate mal… Escribime mañana temprano—pidió volviendo a lo suyo, tome mi bolso junto con las llaves de mi departamento y nos fuimos de ese lugar.

Él dijo que tenía auto o eso creo porque estábamos sentados en uno, le dije mi dirección, mientras buscaba en mi bolso un cigarrillo, lo prendí y mientras la nicotina inundaba mi aire sentía que el efecto del alcohol estaba disminuyendo.

—¿Tenes algo para tomar?—pregunté

—Sí—dijo pasándome una botella de vodka, después de un par de tragos estaba lista para terminar lo que había empezado en ese bar.

Llegamos, apenas entramos sin mediar palabra le comí la boca, estaba sedienta de sexo, hacía meses que no tenía. Esto no era más que una necesidad, tapar una llaga que hacía años estaba ahí, no pude evitar que la imagen de Gustavo se me apareciera en la mente, me enoje conmigo misma y retome lo que estaba haciendo.

Él, que notó mi urgencia, me tomó por la cadera y me levantó, cruce mis piernas por detrás de su espalda, me llevó alzada hasta la pared más cercana, arquee mi espalda cuando su boca rozó el lóbulo de mi oreja para luego morderlo, sus manos se dirigieron a mi trasero el cual apretaron con ansiedad, me refregué contra él, quien soltó un gruñido.

Me dejó bajar, tomé otro trago de vodka, le hice tomar uno a él y sonreí.

—A la habitación—susurré, entonces allí nos dirigimos.

Caí en mi cama sentada y tomándolo por el cinturón lo acerqué a mí, le quite su remera dejando su trabajado cuerpo al descubierto, deslice mi dedo por su estómago provocando un escalofrío en su piel, sonreí perversamente y afloje su cinturón para luego quitarle su pantalón, dejando a la vista unos bóxer color negros con detalles en fucsia, al ver su bulto listo para la acción lo tome de la mano y lo tiré sobre la cama, me monte sobre él aún vestida y marqué con mi labial rojo un camino de besos hasta el elástico de su bóxer, a medida que me acercaba a su erección su respiración se entrecortaba más, cuando lo libere de la última prenda y apoye mis labios sobre su pene lo oí respirar profundo y largar una maldición.

—No pares—pidió entre susurros mientras mi boca comenzaba a deleitarse.

Cuando se estaba por venir, me alzó por los hombros y me tiró a la cama, arranco mi ropa casi con rabia.

Únicamente me dejo puesta mi diminuta tanga, besó desde mi cuello, tomándose su tiempo, cada centímetro de mi necesitada piel. Quitó mi tanga con la boca, noté su demora leyendo mi tatuaje, pero luego siguió su tarea de forma delicada y sensual, la deslizó por mis piernas hacia abajo, suavemente acariciándolas a su paso.

Entonces me hizo suya, no me importó lo brusco, deje de pensar por un momento en el sexo pasajero que estaba obteniendo, deje que mi cuerpo hablara que la mente callara y que mi corazón dejará de reclamarme cosas, de una estocada se introdujo en mi, provocando un grito que contenía placer y dolor en las mismas proporciones, mi cuerpo disfrutaba como si nos conociéramos, el alcohol definitivamente me jugaba una mala pasada hoy, la velocidad aumentó conforme pasaban los minutos, las respiraciones entrecortadas eran lo único que se oían hasta que un sólo grito unísono de clímax dio por concluido el encuentro sexual,  rodé sobre él quedando de espaldas.

Fue cómo reiniciar una computadora, corazón y mente volvían a conectarse, justo a tiempo para reprochar mi actitud liberal.

—¿Cómo es tu nombre?—preguntó y yo fingí dormir para no tener que responder.

Traición a la mexicana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora