EPÍLOGO

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—Tengo calor—se quejó, otra vez, un niño año cabellos dorados y ojos azules cómo los del padre, Luciano, tenía hasta gestos iguales a su progenitor.

Rodé mis ojos, no le conteste, lo cierto es que el aire estaba denso y hasta costaba pensar con claridad, pero no iba a admitirlo en voz alta frente a un niño de seis años.

—¿Y dónde vive papá?—preguntó por quinta vez, arrugando sus ojos a ver si podía ver a lo lejos.

—¿No te lo contó él?—pregunté tirando suavemente de su mano para que caminará más rápido, estábamos a tan sólo dos cuadras de la dirección que Gustavo me había enviado, se había ofrecido a buscarme en su auto pero yo me negué, ahora me arrepentía de esa estúpida terquedad, Lorenzo se había quedado con Paola, mi nena de tres años, en el hotel.

—Me dijo que era sorpresa, ¿Falta mucho?—respondió él mientras caminaba más lento.

—No Lu, al final de la calle está la dirección que me paso—dije señalando hacia delante.

—¿Y porque papá no vino?—preguntó acelerando el paso.

—Porque le dije que nos esperará en su casa—respondí volviendo a golpearme mentalmente por la estupidez de negarme.

—Pero hablaba de papá que esta con Pao—objetó Luciano y supe que hablaba de Lorenzo.

—Entonces sé claro hijo, estamos caminando a la casa de Gustavo tu papá, Lorenzo se quedó en el hotel mientras yo te dejó con tu papá— expliqué, el nene no pudo decir más nada porque ambos nos quedamos de piedra al ver la casa.

Ostentosa como todo lo que rodeaba a Gustavo, se veía una casa de al menos quince habitaciones, un patio extenso, pileta y cancha de tenis incluida.

—¿Está es la casa de mi papá?—dijo maravillado Luciano mientras sus ojos se iluminaban.

—Al parecer—respondí tocando el timbre, la puerta se abrió y tras ella apareció un hombre mayor, lo reconocí enseguida como el padre de Gustavo, los ojos lo delataban.

—¡Hola! Gustavo pidió colaboración a la madre, y cuando contó el motivo nos vinimos sin dudarlo—dijo ante el interrogante en mis ojos, Luciano corrió a abrazar a su abuelo, con una sonrisa enorme.

—Bueno lo dejó en buenas manos y eso me deja relativamente tranquila—dije sonriendo levemente mientras miraba a mi hijo correr hacia el interior de la casa.

—¿No vas a pasar?—dijo una voz detrás mío haciéndome pegar un salto, volteé para encontrarme con Gustavo, su rostro había cambiado, era más cuadrado, acordé a los años que ya tenía.

Estaba sonriendo y unas delicadas arrugas se le formaban alrededor de sus ojos y su boca, pero mi momento preferido era exactamente ese en donde sus ojos se posaban en  nuestro hijo, se iluminaba completamente el rostro y sabía que ese niño podría hacer lo que se ocurriera con su padre, como desde el momento en que vino al mundo.

—No creo que sea necesario, además deje a Lorenzo con la bebé, la cuál es una diablilla así que, mejor me regreso—respondí saludandolo con un beso en la mejilla.

En ese momento, Luciano pasó corriendo a una velocidad casi irrisoria, lo tome por el brazo deteniendolo.

—O te comportas, o nos vamos—amenace por lo bajo, sus ojos esquivaron los míos para encontrarse con los de su padre, el cuál alzó los hombros como negándose a participar.

—Ella pone las reglas, campeón—dijo Gustavo.

—¿También en tu casa?—le preguntó el niño casi desafiando a que me desautorice.

—Sobre todo en mi casa, no sé nada de niños, ella tiene la experiencia— explicó Gustavo intentando soñar lógico, aunque sabía que era algo casi imposible para el terco de mi hijo.

—¿Ya te ibas, no ma? Pao te debe extrañar—me dijo agarrandome la cara para que no desviara la mirada más allá de él.

—Embustero—le dije agarrándolo por los hombros, para luego abrazarlo fuerte, era la primera vez que se quedaría lejos de mi algo más de ocho horas, precisamente quince eternos días, y aunque Lorenzo me convenció de pasar nuestras vacaciones a tan sólo diez minutos en auto, no podía evitar sentirme triste.

—Te amo Mami— dijo despidiéndose con la mano, corriendo escaleras arriba con su abuelo de la mano.

—Becca, tranquila, tenes mi celular, la dirección y el número de la casa—me aclaró mientras me acompañaba a la puerta.

—Lo sé, aún así… No es suficiente—respondí sorprendiendo a Gustavo con un abrazo

—Lo cuidaré—dijo el estrechandome fuerte

—Más que a tu vida—le respondí separándome y él se rió entredientes.

—Lo sé, mira parece que vinieron a buscarte—señaló un auto rojo que estaciono en la entrada, dentro podía verse a Lorenzo sacudir su mano.

—¿Lo llamaste?—pregunté confusa

—Si, ¿Qué, crees que no note las gotas de sudor en tu frente?—bromeó mientras respondía el saludo

—Gracias, ve con tu hijo, en un rato estaré molestandote. Envíame todas las fotos de él que puedas, nada de dulce después de las siete de la tarde, una siesta antes de las cinco, y que no se quedé perdido en el teléfono—grité mientras salía, Gustavo rodó los ojos, y subió su pulgar para que no moleste más.

—Hola hermosa, ¿Sola?—dijo Lorenzo bajando el vidrio del acompañante.

—Si, pero veo que vos no—respondí mientras miraba a nuestra pequeña de cabello negro azabache dormir plácidamente.

—Gajes del oficio—respondió mientras yo subía al auto, estiré la mano y lo tomé por el cuello, para besarlo.

—Vámonos de acá antes que quiera entrar y sacar a Luciano de ahí—pedí poniéndome el cinturón de seguridad.

—¡Uf! Imagínate de adolescente cuando quiera venir sin chaperon—me respondió Lorenzo encendiendo el auto.

—Eso no me causa gracia, Lorenzo—dije frunciendo el ceño.

—Pero eso no quita que vaya a suceder—añadió ganándose un puñetazo de mi parte.

—Cambiemos de tema… ¿Julián aviso algo?—pregunté.

—Hasta que nos vinimos con Pao había mandado una foto con Gina en el avión—dijo.

—¿A qué hora llegaba a Europa?—pregunté mientras dejaba que el andar del auto me relajara.

—Quince horas más le faltaban, y al fin Gina va a dejar de torturarlo, palabras específicas del señor— dijo Lorenzo.

—Eso porque ni imagina lo cansadora que es  cuando se lo propone—respondí rodando los ojos, los paisajes se desdibujaban conforme Lorenzo aceleraba el auto, una brisa fresca corría entre las  ventanas abiertas.

—Es hermosa la vista—dije saliendo de mi estado de ensueño.

—No lo dudo—dijo Lorenzo mientras me miraba fijo, le sonreí de lado y no pude estar más segura de mi elección.

Gustavo siempre sería el padre de Luciano, pero Lorenzo no sólo era el padre de Paola, era mi otra mitad, esa persona  que, aún después de once años juntos, seguía enamorandome como el primer día.

Traición a la mexicana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora