Capítulo 6

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Minato despertó con la certeza de que no estaba solo en la pequeña recámara que le habían dado para dormir, su nuca se erizó y cuidadosamente abrió un ojo para ver a Madara de pie en el dintel de la puerta.

La luz del sol se asomaba por la ventana abriendo una brecha en las cortinas. La iluminación de alguna manera lo hizo más siniestro que si estuviera envuelto en tinieblas. En la claridad, se podía apreciar lo grande que era. Creaba un amenazante retrato enmarcado por el umbral por el que apenas podía pasar.

—Perdón por la intrusión—dijo Madara con voz ronca—. Estaba tratando de localizar a mi hijo.

Fue entonces, mientras seguía con la mirada al bulto que estaba a su lado, que se dio cuenta de que Izuna se había metido en su cama durante la noche. Estaba acurrucado firmemente a su lado con las mantas apretadas alrededor de su cuello.

—Lo siento. No me di cuenta... —comenzó.

—Ya que yo mismo lo metí en mi cama al anochecer, estoy seguro de que no te diste cuenta—dijo secamente—. Es evidente que él vino durante la noche.

Minato comenzó a moverse, pero Madara levantó una mano.

—No, no lo despiertes. Estoy seguro de que ambos necesitan su descanso. Haré que Uruchi mantenga caliente la comida de la mañana para ti.

—G-Gracias.

Se lo quedó mirando fijamente, inseguro de qué hacer con su bondad repentina. Ayer Madara había sido tan feroz que su ceño habría bastado para hacer saltar a un hombre fuera de sus botas.

Después de una breve inclinación de cabeza, Madara se retiró de la habitación y cerró la puerta detrás de él.

Minato frunció el ceño. No confiaba en tal cambio de actitud. Entonces bajó la mirada hacia el niño durmiendo a su lado y su gesto se atenuó. Suavemente, le tocó el pelo, maravillándose de la forma en que los suaves mechones enmarcaban su rostro. Con el tiempo serían tan largos como los de su padre.

Quizá Lord Madara se había calmado tras el retorno seguro de su hijo. Tal vez, además, se sintiese agradecido y se arrepentía de su aspereza.

La esperanza creció en su pecho. Madara podría estar más dispuesto a darle una montura y suministros. No tenía ni idea de adónde huir, pero dado que Danzo Shimura parecía ser enemigo jurado de Madara Uchiha, no sería una buena idea quedarse allí.

La tristeza sacudió su corazón y apretó a Izuna más cerca de su cuerpo. El templo que había sido su casa durante tanto tiempo y la presencia reconfortante de las sacerdotisas ya no eran una opción. Estaba sin hogar y sin refugio seguro.

Cerrando los ojos, susurró una ferviente oración por la protección de los dioses. Sin duda, estos proveerían para él cuando necesitará ayuda.

Cuando volvió a despertar Izuna se había ido de su lecho. Se estiró y flexionó los dedos de sus pies e inmediatamente después hizo una mueca cuando el dolor serpenteó a través de su cuerpo. Incluso un baño caliente y una cama cómoda, no le habían librado totalmente de su fatiga. Sin embargo ,ya se podía mover considerablemente mejor que el día anterior y estaba, sin duda, lo suficientemente bien como para montar a caballo por su cuenta.

Arrojando las pieles, apoyó los pies en el suelo de piedra y se estremeció ante el frío. Se levantó y se acercó a la ventana para echar hacia atrás la cortina permitiendo que la luz del sol entrara.

Los rayos se deslizaron sobre él como ámbar líquido. Cerró sus ojos y volvió la cara hacia el sol con impaciencia por absorber el calor.

Era un día hermoso, como sólo un día de primavera en las tierras altas podría ser. Miró por encima las laderas cubiertas de luz sintiendo la alegría de ver su hogar por primera vez en muchos largos años.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora