Capítulo 29

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Fuertes gritos interrumpieron el sueño agradable y brumoso de Minato. No podía estar seguro de que fuera un sueño, pero todo era hermoso y etéreo y no sentía ningún dolor. Prefería la ingravidez complaciente y tranquila a la dolorosa alternativa.

Entonces se encontró siendo sacudido hasta que su cerebro parecía estremecerse dentro de su cabeza. El dolor regresó y escuchó la voz de Madara.

Oh, ese hombre realmente amaba gruñir. Parecía disfrutar de un buen sermón, sobre todo cuando iba dirigido a él.

—Minato, eres la persona más desobediente que he tenido la desgracia de conocer—acusó—. Te ordeno no morir y estás determinado a hacer justamente eso. Tú no eres la fiera que defendió a mi hijo. Esa persona nunca se rendiría como tú lo estás haciendo.

Minato frunció el ceño ante su insulto.

Era muy propio de Madara actuar tan descaradamente mientras él estaba enfermo y moribundo. Actuaba como si lo hubiera hecho a propósito.

Lo oyó reírse.

—No, fierecilla, bien puedes estar enfermo, pero no te estás muriendo. Vas a obedecerme esta vez.

Lo miró...o por lo menos pensó que lo hizo. La habitación todavía le parecía increíblemente oscura y sus párpados se sentían como si alguien hubiera puesto piedras sobre ellos. De repente el pánico le golpeó.

Tal vez le estaban preparando para su entierro.

¿Acaso no ponían piedras en los ojos de los muertos para mantenerlos cerrados? ¿O eran monedas?

De cualquier manera, Minato no quería morir.

—Shh, fierecilla—le tranquilizó Madara—. Abre los ojos. ¿Puedes hacerlo por mí? Nadie te está enterrando, te lo juro. Abre tus preciosos ojos y mírame. Déjame ver esos hermosos pedazos de cielo.

Le tomó toda su fuerza, pero se las arregló para entreabrirlos. Hizo un mohín cuando la luz del sol lanceó a través de su cabeza y, de nuevo, rápidamente los cerró de golpe.

—Cubre la ventana—ladró Madara.

Minato frunció el ceño.

¿A quién le hablaba? Se estaba convirtiendo en un acontecimiento habitual que tuvieran visitantes en su recámara.

Oyó una risita y abrió los ojos, sólo para ver una figura borrosa que se asemejaba a Madara. Parpadeó rápidamente y luego miró más allá de él, para ver a Itachi y a Sasuke frente a la ventana ahora cubierta.

—Es bueno que hayas regresado a casa cuando lo hiciste, Itachi. Madara podría necesitarte para el funeral.

Itachi frunció el ceño.

—¿El funeral de quién, rubio?

—El mío—dijo.

Trató de levantar la cabeza, pero pronto descubrió que estaba tan débil como un gatito recién nacido.

Sasuke se echó a reír y Minato se volvió para ofrecerle una mueca de desagrado y suspiró.

—No es un asunto de risa. Madara podría estar muy disgustado si muero.

—Que es precisamente, por lo que no vas a hacer nada por el estilo—le dijo el mencionado arrastrando las palabras.

Volvió la cabeza para mirarlo de nuevo y se sorprendió al verlo tan... demacrado. Su cabello estaba desaliñado, sus ojos enrojecidos y tenía lo que parecían ser unos cuantos días de buen crecimiento de barba en su mandíbula.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora