Capítulo 28

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Habían pasado muchos años desde la última vez que Madara había rezado.

No desde el nacimiento de su hijo, cuando había rezado junto a la cama de su esposa, en el momento en que ésta tuvo dificultades para dar a luz a su pequeño Izuna.

Pero se encontró rezando ahora a todos los dioses existentes, mientras permanecía de pie sujeto a la cabecera de la cama donde reposaba Minato.

Sarada llegó corriendo con Teyaki pisándole los talones.

—Debe provocarle el vómito, mi Lord—le dijo Teyaki —. No hay tiempo que perder. No podemos saber qué cantidad de veneno tomó y debe vaciar el estómago de todo su contenido.

Madara se inclinó y agarró a Minato por los hombros, haciéndole rodar hasta el borde de la cama, por lo que su cabeza quedó colgando a un lado. Tomó su cara suavemente entre las manos y le abrió la boca con el pulgar.

Minato se retorció y luchó contra él, pero Madara apretó con más fuerza, negándose a ceder.

—Escúchame, fierecilla—dijo con urgencia—. Hay que eliminar el contenido de tu estómago. Debo hacerte vomitar. Lo siento, pero no tengo otra opción.

Tan pronto como sus labios se separaron, Madara metió los dedos hasta el fondo de su garganta y el doncel se atragantó y convulsionó. Con un solo brazo para inmovilizarle, era difícil.

—Ayúdame a sostenerle—le gritó a Sarada—. Si no puedes hacerlo, llama a uno de mis hermanos.

Teyaki y Sarada, saltaron hacia delante, presionando todo su peso contra el cuerpo de Minato.

Tuvo arcadas de nuevo y vomitó sobre el suelo.

—Una vez más, mi Lord—instó Teyaki—. Sé que es difícil verle con tanto dolor, pero si es para que sobreviva, hay que hacerlo.

Haría cualquier cosa para que no muriera, incluso si eso significaba causarle agonía. Le sostuvo la cabeza y le obligó a vomitar. Una y otra vez se convulsionó hasta que nada más pudo ser expulsado de su estómago. Todo su cuerpo estaba tan rígido, que era un milagro que no se le hubiera roto ningún hueso todavía.

Aun así siguió adelante, decidido a mantenerle con vida.

Finalmente, Teyaki le tocó el brazo.

—Está hecho, mi Lord. Puede soltarle ahora.

Sarada se levantó y humedeció un trapo con agua de la palangana y se lo dio rápidamente a Madara.

Él le limpió la boca a Minato y luego la frente enrojecida y sudorosa.

Con cuidado, le recostó de nuevo en la cama y ágilmente le despojó de sus ropas. Tiró las prendas a un lado y dio instrucciones a Sarada y Teyaki para que limpiaran la recámara y así librarla del repulsivo olor.

Se sentó a su lado mientras cubría al doncel con las mantas para proteger su desnudez. Le miró ansiosamente, sintiéndose tan impotente que ardió en una rabia tan profunda que lo quemaba.

Podía oír el alboroto al otro lado de la puerta de la habitación, sabía que sus hermanos estaban allí, con los demás, pero él no podía apartar los ojos de Minato.

Sarada y Teyaki limpiaron rápidamente el lío de la recámara y retiraron la estropeada ropa. Momentos más tarde, Sarada regresó, cerrando la puerta firmemente detrás de ella.

—Mi Lord, deje que me haga cargo de su cuidado—dijo con voz suave—. Ya vació su estómago. No hay nada más que hacer ahora, sino esperar.

Madara negó con la cabeza.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora