Capítulo 23

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Era importante que no saliera en persecución de su esposo, sobre todo delante de sus hombres. Evidentemente, Minato no tenía idea de lo que había provocado aquí. Le daría tiempo para que se calmara y luego le enseñaría la forma correcta de hacer las cosas.

Madara se volvió de nuevo hacia las personas que estaban detrás de él. Uruchi ya estaba poniendo la cena en la mesa y, a juzgar por el olor, había sido un día muy bueno de caza para los hombres asignados a traer carne fresca a la fortaleza.

—¿Tengo mi puesto en las caballerizas de nuevo, mi Lord? —preguntó Tajima.

Madara asintió con cansancio.

—Sí, Tajima. Tienes buena mano con los caballos. Sin embargo, ya he tenido suficiente de tu incesante disputa con Yashiro y es obvio que esa es la causa del malestar de tu señor.

Tajima no se veía muy feliz, pero accedió y se alejó para tomar asiento. Yashiro parecía como si quisiera hacerle burla pero el feroz ceño de Madara lo detuvo.

Madara también tomó asiento una mesa más allá de donde Tajima se había situado.

Se sentó y fue seguido por sus hombres. Cuando Sarada se dirigió para llenar su plato, él la detuvo.

—Cuando hayas terminado de servir a los hombres, lleva una bandeja a tu señor. Está en su recámara y no quiero que pierda la comida de la noche.

—Sí, mi Lord, me encargaré de ello inmediatamente.

Satisfecho de que su esposo no pasaría hambre y que, por el momento, todas las disputas se habían acabado, se lanzó sobre su porción, degustando el sabor de la carne de venado fresco.

Al permitir que Minato superara su enfado, era probable que en el momento en que se retirara a su cámara, la tormenta inicial hubiera pasado. Madara se felicitó por su brillante análisis mientras disfrutaba de una segunda ración del guiso.

Media hora más tarde, sin embargo, cuando Sarada corrió al salón para decirle que su esposo no estaba en la habitación, se dio cuenta de que su error fue creer que cualquier cosa sería simple cuando se trataba de su impulsiva fierecilla.

Minato lo hacía sentir incompetente y, que sus esfuerzos por mantenerle a salvo, eran fortuitos en el mejor de los casos.

Nada de eso era cierto, pero esto elevó su ira, ya que no había tenido un momento de duda acerca de sí mismo desde que era poco más que un muchacho.

Podía entrenar y conducir un ejército entero. Podía ganar una batalla cuando lo superaban en número de cinco a uno. Pero no podía mantener a un doncel bajo control. Esto desafiaba toda razón y lo estaba volviendo loco en el proceso.

Se apartó de la mesa y siguió la dirección en la que Minato se había ido. Era obvio que no había subido las escaleras, por lo que continuó más allá de la puerta que conducía fuera de la fortaleza.

—¿Has visto a tu señor? —preguntó a Baru, que estaba junto a la pared.

—Sí, mi Lord. Pasó por aquí hace una media hora.

—¿Y dónde está ahora?

—Está en los antiguos baños públicos. Greda y Tekka velan por su seguridad. Ha estado llorando bastante, pero por lo demás, está bien.

Madara hizo una mueca y dejó escapar un suspiro. Preferiría mucho más que le bufara como un gatito enojado. No sabía nada de lágrimas y, peor aún, no tenía ninguna experiencia tratando con ellas.

Se fue en dirección de los baños. Greda y Tekka estaban de pie fuera de una de las paredes y parecían enormemente aliviados cuando llegó a grandes zancadas.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora