Capítulo 37

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Madara emitió un suave gorjeo, el sonido hizo eco en la tranquilidad de la noche. A lo lejos, un llamado en respuesta se escuchó y Madara se arrastró sigilosamente hacia adelante, sus hermanos le seguían de cerca.

Habían esperado cuatro días a la luna nueva, después de haberles tomado tres días para llegar a las tierras de Danzo y examinar cuidadosamente la disposición de la fortaleza. Madara no podía esperar un sólo momento más. No había habido ninguna señal de Minato en varios largos días, mientras observaban y esperaban. Danzo le mantenía bajo estricta vigilancia.

Después de señalar hacia la recámara en la que Minato muy probablemente estaba alojado, Madara y sus hombres rodearon la fortaleza. Junto con sus hermanos, se deslizó por el interior de la ladera de piedra, pasando por los guardias dormidos hacia la torre que se alzaba encima de su cabeza.

En la oscuridad, Madara arrojó una cuerda con gancho hacia la pared. Le tomó cinco intentos antes de fijarla al alféizar. Tiró de la soga para asegurarse de que lo sostendría y comenzó una rápida escalada por la pared hacia la ventana.

Minato estaba en su ventana con la cabeza inclinada mientras la vergüenza de sus circunstancias caía sobre sus hombros.

Un pacto con el diablo.

La vida de su hijo por la suya.

La supervivencia de su hijo por su vida con Madara.

No se arrepentía de la decisión que había tomado, pero lloraba por todo lo que había perdido. Por todo lo que jamás tendría.

La tensión de la semana pasada había sido demasiada para soportar. Estaba al final de sus capacidades.

Tenía miedo de comer, no fuera a ser que Danzo cambiara de opinión y faltara a su palabra. Temía a cada instante que hubiera puesto un veneno en su bebida o comida que causara la pérdida de su hijo.

Vivía con el constante temor de tener que entregarse al hombre que ahora le llamaba esposo.

Se tambaleó con cansancio y se volvió en dirección a la cama. No podía continuar de esta manera. No era bueno para su hijo y, sin embargo, no tenía elección.

Las lágrimas brillaron en sus mejillas mientras daba paso al dolor abrumador que brotaba desde lo más recóndito de su alma.

¿Cómo podría vivir de ahora en adelante, cuando había conocido un amor tan profundo que le dolía en el recuerdo? ¿Cómo podría alguna vez acostarse voluntariamente con otro hombre después de conocer el toque de Madara?

Finalmente, en su cansancio, se arrastró bajo las mantas y hundió la cabeza en la almohada para que nadie oyera sus sollozos.

No tenía ni idea del paso del tiempo. Cuando sintió una mano deslizándose sobre su brazo hacia su hombro, se estremeció y se dio la vuelta, dispuesto a defenderse del ataque de Danzo.

—Shh, fierecilla, soy yo, Madara—susurró.

Se quedó mirando a su marido en la oscuridad, incapaz de creer que él estuviera aquí, en su recámara.

Madara tocó su mejilla húmeda y le secó el rastro de lágrimas. Su voz sonaba torturada y las palabras parecían arrancadas de su alma.

—Ah, Minato, ¿qué te ha hecho?

—¿Madara?

—Sí, fierecilla, soy yo.

Minato se levantó y echó los brazos alrededor de su cuello, aferrándose a él como si le fuera la vida en ello. Si estaba soñando, no quería volver a despertar. Quería existir en este mundo de ensueño donde los brazos de Madara estaban firmemente a su alrededor y podía oler su fuerte fragancia masculina.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora