Capítulo 12

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Minato estaba sumergido en una bañera llena de agua, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y una expresión de pura felicidad plasmada en su rostro.

Madara le observaba desde la puerta, en silencio para no molestarle. Debería darle a conocer su presencia, pero no lo hizo. Estaba disfrutando demasiado del espectáculo.

Su cabello revuelto a medio recoger por largas cintas le caía por la frente casi tapándole los ojos y mechones sueltos caían a la deriva adhiriéndose a la piel húmeda de su cuello.

La mirada de Madara se desvió a lo largo de aquellas cintas, estaba particularmente fascinado por las que descansaban sobre su pecho.

Tenía un pecho hermoso. Tan hermoso como el resto de su cuerpo. Era todo, suaves curvas y líneas agradables a la vista. Se movió y, por un momento pensó que había sido atrapado, pero el doncel nunca abrió los ojos. Se arqueó sólo lo suficiente como para que las puntas de sus rosados pezones se levantaran por encima del agua.

Su boca se secó. Su polla se puso rígida y se estiró contra sus calzones. Apretó y aflojó sus dedos, perturbado por la feroz reacción que se agitó en su interior.

Estaba duro y dolorido. La necesidad crecía intensa dentro de él. No había nada que le impidiera avanzar por la habitación, sacar
al doncel de la bañera y llevarle hasta su cama. Minato era suyo al fin y al cabo. A partir del momento en que había puesto un pie en sus tierras, fue suyo. Se casara con él o no.

Sin embargo, la parte perversa de su naturaleza quería que viniera a él. Quería que aceptara su destino y se uniera a él por voluntad propia. Sí, la conquista sería mucho más satisfactoria cuando esa fierecilla estuviera dispuesta. No es que él no pudiera tenerle dispuesta en cuestión de segundos...

Un grito asustado resonó a través de la habitación. Madara frunció el ceño mientras miraba fijamente los ojos abiertos del doncel. No quería que su fierecilla le tuviera miedo.

Minato no se quedó asustado por mucho tiempo.

Chispeando de indignación, se precipitó sobre sus pies. El agua salpicó sobre un lado de la tina de madera y chorreó por su cuerpo, acentuando cada una de las deliciosas curvas que Madara acababa de admirar.

—¿Cómo se atreve?

Minato se puso de pie, temblando en el agua, sin una pizca de ropa que obstruyera la visión completa de su cuerpo.

Ah, el cuerpo mojado del doncel era una vista encantadora, escupiendo furia y su pecho rebosando orgullo. La mirada de Madara descendió hacia el vértice de sus piernas.

Y luego, como si se diera cuenta que le había dado mucho más que un vistazo al precipitarse en sus pies, Minato soltó un chillido y retrocedió rápidamente en la bañera. Ambos brazos cubriéndose el pecho e inclinado hacia delante, ocultando la mayor cantidad de sí mismo como fuera posible.

—¡Fuera! —rugió.

Madara parpadeó con sorpresa y luego sonrió abiertamente ante su chillido. Minato podría ser una pequeña fierecilla y parecer engañosamente inofensiva, pero era una fuerza a tener en cuenta. Sólo había que preguntarle a sus hombres, quienes eran todos comprensiblemente cautelosos en torno a su persona.

Minato les daba órdenes a Shisui, Tobi y, Obito despiadadamente. Al final del día tenía que tratar con una lista de quejas acerca de sus deberes para proteger y aplacar a su doncel. Obito creía que Minato debería hacerse cargo de la formación de sus tropas. Madara pensaba que ese pequeño doncel tenía una veta maliciosa y que sólo estaba tomando represalias sobre el hecho de que les había dado la tarea de cuidar de su persona.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora