Capítulo 33

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Durante las siguientes semanas, el tiempo se hizo más cálido y Minato pasaba tanto tiempo fuera del torreón como podía. A pesar de que no lo admitiría delante de Madara, mantenía un ojo avizor en el horizonte, en busca de cuándo su dote sería llevada por la escolta del rey.

La misiva de Madara al rey no había tenido respuesta hasta ahora, pero Minato mantenía la esperanza de que en cualquier momento oirían la noticia de que su dote había sido llevada a las tierras de los Uchiha.

Su vientre se había abultado muy ligeramente. Aún no era perceptible bajo el obi de su kimono, pero por la noche, desnudo debajo de Madara, él se deleitaba en el pequeño oleaje que albergaba a su niño.

No podía mantener sus manos o su boca alejada del pequeño abultamiento. Lo manoseaba y acariciaba, para luego besar cada centímetro de su piel.

Su manifiesta alegría por su embarazo produjo en Minato una gran satisfacción y el regocijo de su clan calentó todo su cuerpo.

Cuando Madara se había puesto de pie durante la cena y anunció el embarazo de Minato, la sala había estallado en aplausos. La palabra corrió a lo largo del torreón y la celebración siguió, hasta bien entrada la noche.

Sí, su vida iba bien. Nada podría estropear este día para Minato.

Acarició su vientre, respiró profundamente y se dirigió al patio, impaciente por obtener un buen ángulo del entrenamiento de su marido.

Mientras descendía por la colina, miró hacia lo alto y contuvo la respiración. Su corazón palpitó furiosamente cuando vio a los jinetes distantes galopando hacia la fortaleza Uchiha. Desplegada y al vuelo, sostenida por el jinete delantero, iba la bandera del rey, ondeando el emblema real.

Recogió su kimono y corrió hacia el patio. Madara ya estaba recibiendo el mensaje de la inminente llegada del mensajero de su majestad.

El aviso había corrido como un reguero de pólvora alrededor de toda la fortaleza y los miembros de su clan comenzaron a salir de cada esquina, hacinados en el patio, los escalones de la fortaleza y la ladera con vistas al patio.

El aire estaba cargado de expectación y los murmullos de excitación se desencadenaron como el fuego mientras zumbaban de una persona a otra.

Minato dio un paso atrás, su labio inferior apretado con tanta fuerza entre sus dientes que probó su propia sangre. Sasuke e Itachi rodearon a Madara mientras esperaban a que los jinetes se acercaran.

El jinete que iba delante pasó a medio galope a través del puente y detuvo su caballo delante de Madara. Se deslizó de su montura y dio un saludo.

—Traigo un mensaje de Su Majestad.

Le entregó un pergamino a Madara. Minato inspeccionó a los jinetes restantes. Había sólo una docena de soldados armados, pero no había señales de baúles o cualquier otra cosa que pueda indicar la llegada de su dote.

Madara no abrió de inmediato el pergamino. En su lugar, extendió su hospitalidad a la comitiva real. El resto desmontó y sus caballos fueron llevados a las caballerizas. Sarada y Rin trajeron refrescos a los hombres cuando se reunieron en la sala para descansar de su viaje.

Madara les ofreció alojamiento para pasar la noche, pero ellos se negaron, su necesidad de volver al castillo los apremiaba.

Minato se mordía una uña mientras revoloteaba impaciente, esperando a que Madara abriera el mensaje. Sólo cuando el emisario estuvo sentado con la bebida y la comida, Madara también tomó asiento y desenrolló la misiva.

El doncel le susurró a Sarada  que buscara pluma y tinta, sabiendo que Madara tendría que escribir una respuesta si fuera necesario, antes de que el mensajero se despidiera.

Enamorado de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora