Cuando Madara y sus hombres llegaron cabalgando al patio era bien pasada la medianoche. Estaban sucios, ensangrentados, cansados, pero jubilosos por haber obtenido una victoria tan fácil.
La celebración estaba en marcha, pero Madara no tenía ganas de festejar. Danzo Shimura había escapado de su castigo y aquello ardía como sake pasado en su vientre. Él quería al bastardo en la punta de su espada, ahora no sólo por lo que había hecho ocho años atrás, sino por lo que le había hecho a Minato.
Ordenó a sus hombres que incrementaran la vigilancia. Había mucho que hacer a la luz de su matrimonio. La defensa del torreón tendría que ser fortalecida y nuevas alianzas, tales como una con Uzumaki, eran más importantes que nunca.
Incluso con todo eso pesando sobre él, su pensamiento principal recaía en Minato.
Lamentaba la prisa con la cual se había acostado con él. No le gustaba la culpa. La culpa era para hombres que cometían errores. A Madara no le gustaba la idea de cometer errores o admitir sus fracasos. Sí, pero le había fallado al doncel y estaba perdido en cuanto a cómo hacer para que lo perdonara.
Se tomó su tiempo para bañarse en el lago con los otros hombres. Si no fuera por el hecho de que una dulce fierecilla yacía en su cama, se habría arrastrado bajo las sábanas con sus botas puestas sin preocuparse por el desastre hasta la mañana siguiente.
Después de lavar la suciedad y la sangre de su cuerpo, rápidamente se secó y se dirigió a su recámara. La impaciencia lo impulsaba. No sólo quería mostrarle a Minato un poco ternura, sino que ardía por él. Antes, sólo había probado su dulzura, ahora quería deleitarse en la misma.
Silenciosamente, abrió la puerta de su habitación y entró. La estancia estaba en penumbras. Sólo los carbones del fuego la alumbraban mientras se acercaba al lecho. Minato estaba agazapado en el centro de la cama con el cabello revuelto. Madara deslizó una rodilla sobre la cama y se inclinó, listo para despertarle, cuando vio el bulto al otro lado del doncel.
Frunciendo el ceño, levantó la manta para ver a Izuna acurrucado en sus brazos, su cabeza recostada en su pecho. Una sonrisa alivió su ceño cuando vio cómo Minato tenía ambos brazos envueltos protectoramente a su alrededor.
Minao se había tomado el papel de nueva madre de su hijo muy en serio. Estaban arrebujados tan apretadamente como dos gatitos en una noche fría.
Con un suspiro, se relajó a su lado, resignado ante el hecho de que no despertaría a su esposo con besos, ni le tocaría esta noche.
Se acercó hasta que su espalda estuvo acunada contra su pecho. Luego pasó un brazo alrededor de Minato e Izuna, mientras enterraba su cara entre el perfumado cabello del doncel.
Fue lo más rápido que jamás se había quedado dormido en su vida.
Tuvo cuidado de no despertarlos cuando se levantó tan sólo unas horas más tarde. Se vistió en la oscuridad y se puso sus botas, mientras trataba de caminar hacia la puerta, éstas se engancharon en algo. Se agachó y, al recoger el material, se dio cuenta de que era el kimono que Minato había usado cuando se casó con él.
Recordando que lo había rasgado en su prisa por acostarse con el doncel, se lo quedó mirando por un largo rato. La imagen de los ojos de Minato abiertos, reflejándose en ellos la conmoción y la angustia le hizo fruncir el ceño.
Era sólo un kimono.
Envolviéndolo en su la mano, se lo llevó mientras se abría camino bajando las escaleras. Incluso a esta temprana hora, la fortaleza se agitaba ya con actividad. Sasuke e Itachi estaban terminando de comer y levantaron la vista cuando Madara entró en el salón.
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Enamorado de un Uchiha
RandomMadara Uchiha, el mayor de los hermanos Uchiha, es un guerrero decidido a vencer a su enemigo. Ahora, sus hombres están listos y preparados para recuperar lo que es suyo, hasta que un seductor doncel rubio y de ojos azules es arrojado sobr...