CAPÍTULO XXXVIII

675 51 63
                                    



NOVIEMBRE

Rebecca desayunaba con el dorado sol saliente, le gustaba comer en la terraza, de alguna manera le agradaba que en Cuba no hubiesen estaciones, ahora mismo el frío le haría doler sus heridas y por fin estaban sanando mejor, al menos ya lograba sentirse menos fatigada con las caminatas y por autorización del médico podía ejercitarse, nada de abdominales, pero al menos si flexiones con pesas y hacer algo de spinning, nada muy brusco, pero su cuerpo lo agradecía.

También le agradó la conversación que tuvo con él acerca de su cirugía reconstructiva, odiaba las cirugías plásticas, pero no era como si se quisiera aumentar o quitar una parte de ella, sólo quería que el cirujano dejara su pecho y abdomen como estaba antes de ser baleada.

A diferencia de lo que se pudiese pensar Cuba tenía excelentes médicos, mejores que en Europa, si era honesta, sabía que eso tenía que ver con Fidel Castro y su deseo de la excelencia en educación y salud, para el tío eso fue fundamental en su largo mandato hasta que murió, él solía aseverar que eran derechos básicos que debían ser suplidos por el Estado, linda forma de pensar, el asunto con los extremistas como él es que a fuerza de sus ideales se llevaban por delante a los que no pensaban como él.

Se levantó y vio que la mucama se encontraba en la habitación, usualmente iba cuando ella no estaba, pero en esa ocasión había decidido quedarse, no quería salir y verles la cara ni a Anna ni a Marie, ambas le fastidiaban, cada una de manera diferente, no eran personas con las que ella se relacionara, al menos con la segunda podía expresar su animadversión, pero Anna, ese era otro tema porque cada día más la acorralaba con preguntas personales que evidentemente ella no quería contestar.

-Señorita- dijo la mujer robusta con acento costero sacándola de sus pensamientos- ¿tiene algo para la tintorería?

Rebecca asintió, lo tenía todo de hecho, necesitaba ropa, pero carecía de dinero para comprar, además siendo honesta en la isla no había nada que le llamase la atención, la gente era pobre y como tal sus ofertas guardaban relación con lo que demandaban.

Ambas caminaron al closet y le señaló a la mujer lo que necesitaba que llevase, ésta lo puso todo de manera delicada en un canasto, mientras que Rebecca salió dejándola ocuparse de sus obligaciones, se acostó mirando televisión, quería un día de fingir que nada pasaba, que podía acostarse y creer que era una tía cualquiera con problemas cualquiera.

De pronto notó que la mujer ponía en su mesa de noche una serie de objetos, miró de reojo porque ninguno eran de ella, le iba a decir algo a la mujer cuando los reconoció, eso la hizo incorporarse y mirarlos, era unas llaves de un auto, una billetera de cuero y un reloj de bolsillo antiguo que ella misma había elegido, lo tocó suavemente.

-¿De dónde sacó esto?- Interrogó a la mujer y ésta le señaló un blazer beige con cuadros que reconoció de inmediato, eso la hizo cerrar sus ojos.-Puede retirarse- le dijo demasiado turbada a la mujer, ésta lo hizo y acto seguido volvió a abrir sus ojos tocando el reloj, lo abrió y ahí estaba el mechón su cabello.

Volvió a poner el reloj en su mesa de noche y se fijó en un trozo de papel desgastado, lo abrió y notó que era un dibujo suyo, no reconocía el momento, ni su expresión, así que asumía que se trataba de algo hecho de manera libre, su pecho se comprimió, era tan difícil dejar de querer a alguien que habías querido tanto, era difícil dejar atrás, aunque no hablaba con él desde ese día en París, era como si ambos no existieran en la vida del otro, como si su existencia hubiese sido borrada y aun así él encontraba las maneras de hacerse presente y dolerle de nuevo, porque si, él le dolía, pero sentía que no podían entenderse.

EL DÉCIMO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora