EPÍLOGO

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Su pequeña mano apretaba la suya, sentirlo era algo que siempre necesitaba, casi o más que el aire, oír su risa era como si un coro celestial la inundara y sus pequeños pasos que cada día se hacían más firme hinchaban su pecho de orgullo, el amor tenía muchas formas, pero ninguna era más inmensa que el amor que experimenta una mujer por su hijo, Rebecca sabía que no había un ser en el mundo que para ella fuera más importante que Maximilien.

-Mami- Habló con su vocecita desde abajo alzando la cabeza para mirarla, ella en cambio miró hacia abajo y acto seguido se acuclilló para quedar a su altura, le gustaba mirarlo a los ojos cuando hablaban, le gustaba enseñarle que había que hacerlo y que además era lo suficientemente importante como para recibir eso, aunque no tuviera la suficiente estatura.

-Dime mon petit- habló ella dulce y con un amor emergiendo por los poros.

-Cuéntame la historia.

Rebecca se sonrió mientras que su hijo ya no la miraba a ella sino que miraba la pared donde François y ella solían poner algunos de los cuadros que él pintaba, por su cercanía con las escaleras pasaban a menudo por allí y de forma recurrente Maximilien le pedía que le contara la historia de cómo ellos se conocieron, ella había encontrado una manera particular de hacerlo.

-En un lugar muy lejano- empezó Rebecca- existía una princesa cuyo corazón estaba congelado.

-¿El mostro- dijo trabado porque aún no sabía pronunciar bien la palabra "monstruo"- lo hizo?- Rebecca asintió.- ¿Y papi te salvó?- Ella volvió a asentir.

-Pero te saltas partes.

-Como cuando la bruja pálida les lanza el hechizo.

-Así es mon petit, te estás saltando toda la historia.

El niño le sonrió satisfecho, a menudo le gustaba él mismo relatarla, ambos bajaron las escaleras tomados de las manos y fueron directamente hasta el jardín en donde los dos se acuclillaron. Cecilia ya le había dispuesto los elementos de jardinería, desde hacía un tiempo Rebecca había encontrado los beneficios de esa labor que un día Mare le enseñó por cuenta de su depresión, efectivamente tenía un efecto sanador ver crecer algo que sembraste.

Rebecca tenía un jardín karesansui, se trataba de una forma de jardín de estilo japonés compuesto por varios tipos de arena y grava, con pequeños lagos, pastos y macetas con bambú, en el pequeño lago también había una fuente y a ella misma le gustaba trabajar en las plantas que ahí crecían, dedicaba un día a la semana con Maximilien para podar y limpiar malezas, él no hacía mucho, generalmente se entretenía creando dibujos en la arena, pero le gustaba compartir ese espacio con él.

-Mami- Ella se giró, mientras él niño seguía moviendo su pequeña pala alrededor de la arena blanca- ¿por qué tenemos que hacer esto si hay empleados que podrían hacerlo?- Ella se sonrió y acarició su frente borrando las arrugas que se le habían formado al poner una carita de angustia.

-Porque hay cosas que hacemos por placer.

Maximilien se encontraba en esa etapa en la que todo era preguntas y muchas veces a las respuestas que se le brindaban sacaba nuevas preguntas, temió entonces que le preguntara por el placer, pero afortunadamente un pajarillo que se posó en la fuente para beber agua pareció captar su atención, porque no se encontraba preparada para hablar de todo lo que englobaba el placer, no le gustaba mentirle, sentía que debía mostrarle el mundo y que si lo hacía con mentiras él no entendería.

El pajarillo voló y el niño lo siguió con la mirada moviendo su cabeza hacia arriba, ella dejó lo que hacía y estudió su carita, jamás se cansaba de mirarla, era igual a la de François y eso hacía que su corazón latiera porque si, Maximilien era igual a François hasta en sus ademanes, de hecho le gustaba vestirse igual que él y ellos le llevaban la idea, aunque sus conocidos solieran decirles excéntricos, quizás lo eran no cualquier niño de cinco años se vestía con Armani, Dior o Ferragamo, pero si ellos no le daban ese gusto quién lo haría.

EL DÉCIMO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora