CAPÍTULO I

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JULIO

Estaba sentada en una mesa con vista al teatro real, degustaba un pulpo a la brasa en el café de oriente, mientras Edna hablaba con su boca llena de lumpia, ella fingía escucharla, pero tenía la mirada perdida, sabía que en algún momento debería dejar de sentirse de esa manera, pero ese instante aún no llegaba, lo peor era tener ganas de llorar y no haberlo conseguido aún, sentía el nudo en su garganta, sus ojos ardiendo, pero las lágrimas se resistían a salir.

Su peor miedo se había hecho real y ella no podía ni llorar ante eso. El pulpo carecía de sabor, pero se había negado a dejar de comer y tirarse en una cama, al contrario de eso, pasaba el menor tiempo posible en su casa y trataba de estar acompañada todo el tiempo.

-Aun no entiendo cómo Ernesto no pudo ayudarte.

-Me habló de una revista francesa que necesitaba algunos artículos semanales, pero primero eran de vanidades y segundo me tenía que radicar en París.-Le contestó volviendo de su letargo y mirando de frente a su amiga.

-O sea que lo rechazaste- Rebecca asintió, lo que menos quería era radicarse en París.- Si sabes que no estás en condiciones de rechazar ofertas.

-Algo se me ocurrirá, aún no me muero de hambre.- Contaba todavía con cierto cupo en la tarjeta de su padre y aunque seguramente él se había dado cuenta de los movimientos inusuales, no le había dicho nada.

-Yo me iría- contestó Edna encogiéndose de hombros- tú no tienes que esconderte, es él quien te puso el cuerno.

Rebecca la miró mal, había sido una pésima idea contarle, pero cuando llegó de París esa madrugada, sólo pensó en que no quería estar sola y se fue para el apartamento de Edna y ni siquiera con los comentarios mordaces de Edna logró llorar, sólo consiguió pegarle con la almohada acallándola, tenía la loca idea de beneficiarse con su miseria corriendo con el chisme a William, pero al ver la magnitud de su enojo le juró que guardaría el secreto, no era como si quisiera proteger a esa mujer y a François, simplemente no quería caer en la boca de todo el mundo como la pobre idiota a quien le vieron la cara a unos cuantos pasos, ¿y qué si no entraba en esa biblioteca? ¿Se le hubiese follado en el escritorio? Negó con la cabeza dejando de pensar en eso.

-Edna, de verdad dejaré de contarte mis cosas.

-Lo siento, no quería decir.

-Ajá.

-Es que no me parece justo que te veas en esa situación económica y rechaces una oferta porque el muy miserable no supo tener su polla quieta joder.-Rebecca arqueó sus cejas.

-Ese trabajo no me interesa, no voy a perder mi tiempo escribiendo artículos relacionados a qué hacer cuando un chico te gusta, ese tipo de basura no me gustó ni siendo adolescente.

-Son artículos buenos, algunas nos beneficiamos de eso.

-Por favor deja de decir cosas por animarme, sé que no lees esa porquería, primero les enseñas tú a esas mujeres que escriben eso, que ellas enseñarte algo así- Edna hizo una mueca porque sabía que ella tenía razón.

Finalmente cambió el tema a terrenos más soportables e insistió en pedir un helado de café aludiendo que los pecados eran necesarios, pero Rebecca sabía que tenía la loca idea que el dulce le regalara las endorfinas que ahora mismo le faltaban. Rebecca lo revolvía viendo cómo se derretía, lo cierto es que no quería nada dulce, él de muchas maneras le había dicho que ella no le gustaba, pero equipararla con algo dulce había sido la más diciente, su pecho se contrajo, nuevamente sentía sus ojos aguarse, quizás ese era el momento para soltarse y sacar el dolor que sentía.

EL DÉCIMO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora