Capítulo 18: Café.

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16/09 – Martes.

No veía a Mickey desde el domingo por la mañana, cuando lo despedí con un abrazo. Se me había hecho costumbre verle todos los días, y al saltearme dos comenzaba a extrañarlo. Y a preocuparme. Lo sé, es raro. Quizás sea un psicópata. Quizás me haya obsesionado con Mickey, a pesar de ser menor, y verse aún menor, y tener la inocencia de un niño aún menor. O, tal vez, no era un "a pesar de", sino un "a causa de".

Claro que él no era lo único que había estado en mis pensamientos esos últimos dos días. También, había pensado muchísimo en mi juego de roles con Sherlock Holmes y la investigación sobre las causas de su... posible depresión, si es que puedo llamarle así. Y, mi memoria fotográfica no me dejaba en paz repitiendo aquella imagen de los antebrazos desnudos de Mickey. Sin sus vendas, pero otra capa diferente sobre ellos, un dibujo abstracto en el que proyectaba su tristeza.

Claro que, eso puede considerarse pensar en él. Sin embargo, y ahora sí dejando lo mitómano de lado, también estuve pensando en mis sueños. Especialmente, el de la actuación.

Un sueño frustrado, una idea inalcanzable. Me costaba aún poner los pies en la tierra y serme sincero conmigo mismo: nunca se cumpliría. Y era lo único que había anhelado en mi vida entera. No había otra cosa que me atrajera, y sin duda no era ni mínimamente parecido a mi padre. A él todo le apasionaba. Quería estudiar tanto, que no le alcanzaba el tiempo.

Yo, en cambio, tengo tanto tiempo y menos pasión que me ha dejado estancado en un empleo típico de cuarentón sin estudio previo y en una casa por la que no pago cuentas. Y, varado en el anhelo de un sueño lejano al que jamás llegaré.

Probablemente, mi repentina negatividad se debía a que, ese martes, llegaba a casa después de una entrevista. El trabajo era en un corto, la mayoría del reparto eran canadienses y para el director era su primer proyecto. Parecía tener mi misma edad.

No era la gran cosa, pero era actuar. Y sea actuar en Broadway o en un comercial de condones, actuar siempre será actuar. Y siempre será mi pasión.

Pero la escena, como tantas otras veces me había pasado, se repitió. Aquella incómoda escena en la que, me paraba frente a personas que examinaban mi interpretación del poco libreto que me daban. Lo hacían de una forma increíblemente desinteresada. Por un cincuenta por ciento estaban dormidos y en el otro cincuenta les parecía más interesante las rectangulares pantallas de sus Smartphones en lugar de estar haciendo su trabajo.

Había cruzado la puerta principal sintiéndome devastado. Como un niño cuando le arrebatan un dulce. Quizás mis sueños eran como los de un niño, infantiles, incrédulos.

Pero la peor parte, era que me hacían perder mi preciado optimismo.

Me saqué la sudadera enorme que llevaba puesta y la arrojé al sofá, antes de dejarme caer sobre él yo también.

No tenía nada para hacer aquel día. Probablemente me internaría en mi cuarto y escucharía a Panic! At the disco hasta que me saliera sangre por los oídos. Aunque, el día parecía tener otro plan para mí. Y de eso me di cuenta cuando el timbre sonó en la puerta principal.

Bufé mientras me levantaba del sofá. Andaba de mal humor, por lo que quizás era buena idea no hablar con nadie todavía. Me acerqué y abrí la puerta. Dejé que la sorpresa se viera plasmada en mi rostro cuando, del otro lado del umbral, se encontraba Gordon.

- ¿Buenas tardes? – dije confundido. El hombre frente a mí me dio una sonrisa amistosa. Entonces, mi vista cayó sobre el pelaje pelirrojo que llevaba entre brazos.

- Se le veía un poco perdido. Casi lo atropella un coche – explicó mientras me pasaba a Muyu a mis brazos como si de una caja se tratase. Le di un pequeño asentimiento de cabeza aún con el ceño fruncido. No estaba de humor como para entablar una conversación, pero al parecer este gato sólo servía en esta vida para juntarme a hablar con mis vecinos. Literalmente, porque después desaparecía.

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