Capítulo 5: Galletas.

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Estaba agotado, mis gemelos estaban adoloridos. Me sentía sudado. Estaba agotado. Pero, sin duda, no estaba peor que aquel hombre al que perseguíamos. Parecía que se desplomaría en cualquier momento.

- ¿Hasta dónde quiere correr este hombre? – inquirió Fletcher. Incluso ella se veía cansada. Lo habíamos perseguido hacía más de media hora y el hombre no dejaba de trotar. Claramente era una clase de meta-humano porque, incluso con sus enormes piernas –que fácilmente podrían ser llamadas troncos– tambaleando y temblando, el hombre no dejó de correr.

Entonces, llegamos a una calle, los árboles dejaron de ser una espesura y la urbanización llegó a nosotros. Habían casas del otro lado de la calle mientras que del nuestro, en el que estábamos parados, sólo habían árboles. La entrada al bosque.

El padre de Mickey cruzó el asfalto hasta el otro lado. Llegó a la puerta de un hotel que a simple vista pude definir de una sola estrella, aunque contando la pintura de la pared resquebrajándose, era media estrella. Nos acercamos junto a Fletcher. El hombre dejó que la puerta se cerrase sola, por lo que nos fue sencillo entrar. Él fue directo al ascensor, que convenientemente estaba con las puertas abiertas en la primera planta.

Entró al ascensor y tardé en darme cuenta que apenas se diera la vuelta, me vería. Quizás me reconocería, quizás se daría cuenta de que lo estaba persiguiendo. De que una cara desconocida había irrumpido en el hotel. No tuve tiempo de pensar más, porque cuando el hombre comenzaba a girar, un brazo me tomó de la sudadera y me haló hacia mi derecha. Fletcher me soltó cuando la puerta del ascensor finalmente se cerró.

- Dios, eso estuvo cerca – dijo mi hermana.

- ¡Lo sé, es asombroso! Hay que hacerlo de nuevo – dije entusiasmado, ella me asesinó con su mirada.

- Qué hice para tener un hermano con un coeficiente tan bajo, Dios... – masculló Fletcher. Mis ojos cayeron en la pequeña pantalla sobre las puertas del elevador, donde avisaba el número al que subiría. El cuatro.

No tomé el tiempo de avisarle a Fletcher ni nada. Corrí al sector de las escaleras y comencé a correr por ellas. No sabía cómo exactamente mis piernas aún no desfallecían. Diablos, ¡Ni siquiera sabía por qué lo estaba persiguiendo! Claro que tenía curiosidad por saber qué era lo terrible de aquel hombre y por qué a Mickey no le agradaba. ¿Hasta ese punto me llevó mi curiosidad?

- ¡Carter! ¡Ni se te ocu...! ¡Carter! – exclamó mi hermana mientras oía sus pisadas siguiéndome por las escaleras. La ignoré, sólo seguía agarrándome del pasamanos que subía al igual que yo. Ya eran varios pisos y había perdido la cuenta, hasta que por fin, llegué al descanso de unas escaleras donde había una puerta. Una puerta con el número cuatro.

La abrí rápidamente y pasé a través.

No sé cómo lo había logrado, pero había llegado. Y en aquel angosto pasillo, en el que la puerta de las escaleras se encontraba de un extremo y la del ascensor del otro, no habían muchas ideas que me desenfocasen del real objetivo. El hombre parado frente a una de las puertas, la 403, rebuscando en sus bolsillos. No pude reaccionar, sólo me mantuve ahí, hasta que el hombre sacó de sus bolsillos unas llaves y con eso abrió su puerta.

Tampoco me moví entonces. Pero cuando el hombre pasó a su apartamento y cerró la puerta tras de sí con fuerza, el golpe provocó que algo saliera de la entrada de cartas que había en cada puerta. Al parecer estaba trabada en aquella línea agujereada, y el azote la liberó para el sentido contrario.

Me acerqué lentamente. Sabía que entrometerme en los asuntos de los demás no era algo bonito, ni algo de lo que estaría orgulloso mi padre. Sin embargo, la curiosidad me ganaba por sobre todo. Llegué frente a la puerta y tomé el sobre.

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