Capítulo 27: Confesiones.

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Me apresuré al porsche de la casa de los Borjack. Me sudaban las manos y mi corazón golpeteaba con fuerza contra mi pecho. Tal vez eran las consecuencias de haber corrido más de cinco cuadras por mi ansiedad y mi emoción corriendo por mis venas.

La energía se había apoderado de mí cuando supe lo que debía hacer. Quizás, estaba desesperado por volver a ver a Mickey. Tocarlo y abrazarlo. Tal vez, no debería estar dependiendo de él para mi felicidad y mi estado de ánimo. Pero solucionaría aquello más tarde. Por el momento, sólo quería verle y arreglar las cosas, para que podamos volver a lo de antes. Su indiferencia y su distancia dolían.

Llevé mi mano al timbre y me tensé en anticipación. Vería a Mickey y no sabía exactamente cuál sería su reacción. Tenía muchas dudas en mi cabeza, y sabía que tal vez esto no funcionaría. Pero no me echaría atrás. Lo intentaría, de todas formas. Sabía que Mickey no podía estar realmente molesto, y quizás sólo estaba confundido o incluso ocupado. Las cosas no podían salir muy mal, ¿o sí?

De pronto, la puerta se abrió, dejando ver a Marie del otro lado del umbral. Me dio una sonrisa de labios cerrados, la cual correspondí. Su cabello canoso llegaba hasta su cintura y sus anteojos estaban bajos en el puente de su nariz.

- ¿Buscas a Mickey? – fue lo que preguntó. Asentí lentamente con la cabeza en respuesta. Marie suspiró, y entonces me tensé, creyendo que algo podría andar verdaderamente mal.

Diablos. No había pensado en ello. ¿Qué tal si no había visto a Mickey porque algo le había pasado? No, imposible. Me negaba a aceptar aquello. Sólo rogaba porque él estuviera bien.

Pero, finalmente Marie me dio otra pequeña sonrisa y se hizo a un lado.

- Pasa.

Hice como dijo, entrando en la casa de paredes blancas y alfombra beige. El aroma allí me recordaba a un departamento y a ropa recién comprada. Mis ojos no vagaron por allí como la primera vez que había ido a esa casa. Sino que, fueron directamente a la puerta en el balcón del segundo piso. Donde sabía que, detrás de ella, me esperaba mi rubio favorito.

Bueno, no me esperaba. O no que yo lo sepa. Quizás no sería bienvenido. Demonios, ¿a quién le importa? Quería estar con él y lo convencería de que así sea. Así como me gané su atención, tanto que eventualmente me besó.

- Mickey no está teniendo un buen día – escuché a Marie decir, a mi espalda. Me giré hacia ella, quien me miraba con una leve sonrisa, algo triste. Volví a tensarme, rogando porque nada malo hubiera pasado. – No está exactamente de buen humor. Pero ve, tal vez se alegre de verte – animó, llevando su mano en señal hacia las escaleras.

- De acuerdo – dije, comenzando a subir los primeros dos peldaños. Marie, a su vez, alejándose de la sala de entrada. Me detuve apenas allí para girar la cabeza – Gracias – le dije, pensando en las veces que la mujer me había recibido en su casa. Ella sonrió nuevamente y se fue.

Me pareció que estaba comportándose de una forma extraña. Muchas veces, había visto a esa señora sonreír simpáticamente. Con energía, y felicidad. Siempre parecía feliz. En cambio, esa vez, se veía ligeramente... apagada.

Sacudí mi cabeza, para volver a concentrarme en la segunda puerta del segundo piso. Subí los escalones, deslizando mis dedos por el pasamanos. Recuerdos de la última vez que había estado junto a aquella puerta invadieron mi mente. La música que se oía hasta el pasillo, sus sollozos, sus lágrimas, y la forma en la que se había derretido a mi regazo y aquel consolador abrazo.

Llevé mis nudillos a la madera y la golpeé suavemente. Pegué mi oído a la puerta, deseoso por oír la hermosa voz de Mickey.

- ¿Sí? – escuché su voz sonar más grave de lo normal. Y quizás algo adormilada. Llevé mi mano al picaporte, y lo giré, lentamente. No sabía qué podía encontrar detrás de aquella puerta, pero estaba seguro de que lo único que odiaría ver sería él en un ataque de llanto, con algo filoso a un lado y sus ojos rojos de tanto llorar, tal y como la última vez.

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