Capítulo 4: Leche.

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Caminé acercándome al chico solitario. La brisa que la noche soplaba era fresca, picaba mis mejillas y sentía mi enrulado cabello desordenándose con aquel soplido. Mis pisadas no se oían, por lo que no me sorprendió que el rubio no se voltease. Estaba de espaldas a su hogar. Al estar cerca, noté que las mangas de su camiseta gris con rayas negras estaban arremangadas hasta la altura de sus codos. Sin embargo, la piel de sus antebrazos estaba cubierta por un blanco desvaído, en tiras, envolviéndolo.

- Michael – no tardé en decir, para llamar su atención. Giró su cabeza rápidamente al tiempo que la levantaba, para conectar sus lindos ojos azules con los míos. Y comprendí, que quizás no había sido una buena idea aparecer allí, irrumpir en su momento de tranquilidad.

Sólo nos conocíamos hacía algunos días, ¿verdad? Apenas habíamos hablado. La conversación más larga que mantuvimos fue en Gigi's Pizza, lo cual sólo duró quince minutos, no más. No tenía un grado de confianza elevado, por lo que interrumpir aquel ambiente que quizás había buscado con esfuerzo y encontrado con dificultad no era la mejor de las ideas.

Sin embargo, ya era tarde para hacerme atrás. Ya me había notado, con mi cabello haciéndose una bandera al suave viento, mis pantalones cuadrillé extra holgados y mi vaso de leche fría. Mickey me sonrió a labios cerrados, sus hoyuelos marcándose en sus mejillas.

Como buen entrometido que soy, me acerqué más hasta estar a su par, para sentarme junto a él. En un rápido movimiento, desarremangó sus mangas y las estiró hasta taparse a la altura de sus muñecas. Incluso luego continuaba tirando de su camiseta negra de cuello recto con sus pálidas manos. Decidí ignorar su extraño acto.

- Así que... ¿Disfrutando de la luna llena? – dije para romper aquella barra de silencio, que si bien no se sentía incómoda, debía traspasarse.

Pude ver que frunció el ceño mientras continuaba mirando hacia el césped seco, y levantó su vista al cielo, donde encontró la luna. Deposité mi vaso de leche a mi derecha.

- Ah, sí – pude notar que ni siquiera se había percatado de la presencia del astro. – Bueno, no – se corrigió él mismo. Imité su posición, con los pies apenas lejos de mi trasero y las rodillas arriba, donde reposaban mis brazos. Mis ojos cayeron en él y la vista de su perfil. – Sólo necesitaba salir de allí – dijo aquello último a un volumen menor, casi susurrando. No sabía qué responderle, así que en aquel silencio él sólo suspiró. – Cuando algo te abruma, tomar aire fresco ayuda.

Sus ojos brillaban con la luz de la luna. Lo sé, soy todo un lírico.

- ¿Qué poeta dijo eso? – cuestioné, mientras admiraba la forma en la que se veía perdido en aquel gran astro brillando sobre nuestras cabezas.

- Se lo escuché decir a Mickey Mouse – dijo y ambos soltamos una risa, quizás la de él algo tímida. Mis ojos cayendo en el césped de nuevo, mi cabeza inclinándose con ellos.

- No es un gran poeta, pero es un buen ratón – continué. Sentí extraño que estuviésemos hablando de un programa para infantiles. ¿Qué si lo disfrutaba? ¡Por supuesto! Cualquier cosa que tenga que ver con el infantilismo me encanta.

Miré a mi derecha, allí tenía mi vaso de leche que apenas había podido probar. Al parecer, Mickey lo notó.

- ¿Me convidas? – cuestionó con su grave voz algo tímida. Deseaba aquel día en el que el chico a mi lado simplemente se sintiera cómodo junto a mí, como buenos amigos.

Sonreí de lado, la situación me provocaba algo de gracia. Le tendí el vaso y Mickey lo tomó con ambas manos, que estaban a la mitad cubiertas por las mangas de su camiseta. Pensé que quizás tendría frío. Lo observé expectante tomando del vaso, hasta que en un momento lo apartó rápidamente de sus labios y comenzó a toser. Su rostro era una mueca de disgusto de forma caricaturesca, sólo pude reír mientras Michael tosía.

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