Capítulo 41: Semana.

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06/10 – Martes.

Solté una carcajada al aire mientras sostenía mi estómago con una mano, dejándome caer sobre la cama. Dejé que mis párpados cayeran con fuerza. Comenzaba a quedarme sin aliento y me dolían las mejillas, pero me era imposible detenerme.

- No puedo creer que enserio hiciste eso – exclamó una voz frente a mí, obligándome a abrir mis ojos y mirar hacia su dirección.

Sonreí cuando vi al rubio parado allí, en el medio de mi cuarto. Su cabello iba hacia todas direcciones, su nariz estaba arrugada mientras había una sonrisa divertida en su rostro. Estaba usando una de mis camisetas, que le iba un poco más grande. Tenía un par de esos típicos jeans ajustados suyos. Alzó las cejas, al igual que sus manos, observándome como si esperara una explicación.

Sin embargo, en vez de eso solté otra risotada, provocando que Mickey rodara sus hermosos ojos azules.

- Eso era completamente innecesario – insistió. A lo que, aún divertido y dejando que la risa trepara mi garganta, me encogí de hombros después de sentarme sobre mi trasero, acomodándome con la espalda contra la pared, haciendo que mis pies quedaran en el aire tras la orilla de la cama.

- En mi defensa, no tenía dónde más tirar el cono de helado. Y te aseguro que ese tipo calvo está ahora muy contento de tener la suerte de que helado gratis le cayera a la cabeza – hablé, levantando y mostrando mis manos en señal de rendición. Mickey dejó escapar una risilla mientras, nuevamente, rodaba los ojos. – De todas formas, se lo merecía. No había dejado de mirarte desde que entramos a esa heladería – agregué, arrugando la nariz.

Decidí desviar mi mirada de su reacción, mientras me acercaba al gato que descansaba cerca de mi almohada y lo tomaba entre manos para llevarlo a mi regazo. Estaba un poco cansado, había sido un día agotador... aunque hoy había tenido el día libre de trabajo. Pero de nuevo, habíamos pasado toda la tarde afuera con Mickey, como habíamos estado haciendo los últimos días.

Comencé a acariciar el suave pelaje rojo de Muyu, mientras él ronroneaba. A pesar de lo que acababa de decir, había una sonrisa en mi rostro. Desde hacía días que se me hacía imposible borrarla de allí. Tal vez era porque ahora sí que no me faltaban motivos para sonreír.

- No entiendo de qué te quejas – le oí decir, aunque a través de alguna sonrisa a juzgar por su tono de voz. – Él sólo estaba mirando. A diferencia de aquel tipo en la rueda de la fortuna el otro día. ¡Estaba coqueteándote! – exclamó, y levanté la cabeza para mirarlo, divertido.

- ¿Otra vez con eso? – enarqué una ceja. Mickey bufó, aunque pude ver que intentaba reprimir una sonrisa.

Se acercó a mí, mirando al suelo. De pronto quitó al gato de mi regazo y sin siquiera dejarme mover mi mano hacia otro lado, se deslizó hasta quedar su cabeza ocupando el lugar donde anteriormente estaba Muyu descansando.

Miré su nuca y el perfil de su rostro con ternura, mientras comencé a acariciar su cabello ahora. Nunca me cansaría de eso. Su cabello. Hundir mis dedos entre las doradas hebras, sentir lo sedosas que eran. Acariciar con las yemas de mis dedos su cuero cabelludo, y sentirle relajándose ante mi toque.

Mickey cerró sus ojos y entreabrió sus labios para dejar salir pequeños suspiros. Sonreí, cautivado por todo ello. Cautivado porque estaba conmigo. Feliz porque él era feliz.

Después de un mes tan largo, después de unos últimos días que fueron el infierno para ambos, ya todo era diferente. Desde aquella noche del martes anterior, Mickey me había perdonado y todo estaba bien. Su partida de vuelta hacia Australia era algo inevitable, pero tuvimos siete días más para disfrutar juntos. Quizás no era mucho, pero los disfrutamos al máximo.

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