Capítulo 3: Cine.

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Michael.

- Calma Gordon, sólo está conmovido. Ya... ya pasará – las voces se oían ahogadas a través de la puerta de madera. Casi tan ahogadas como mis ojos.

Ojalá no estuviese pasando lo que estaba pasando. Encerrarme en mi habitación fue la medida drástica a la que tuve que recurrir para dejar de estar bajo esa intimidante mirada. Me incomodaba demasiado.

- ¿Conmovido? Ese chico no tiene respeto alguno – contestó él. Parecía molesto. Mi estómago se contrajo. No quería tener miedo, no como el pequeño niño de los tiempos pasados. Pero al parecer, yo nunca había cambiado.

Aquella tarde fue la peor. Lo había visto por primera vez después de años. Nos reunimos fuera de un local de comida. Mi madre lo abrazó con todo el cariño del mundo y yo no pude siquiera dedicarle un "hola". Quiso comportarse al darle dinero a mi madre para la pizza que ordenamos, aunque sin embargo, yo sabía que sólo lo hacía para aparentar bondad. Habían hablado como viejos amigos o una pareja de jóvenes. Mi padre no dejaba de abrazar a mi madre y yo sólo podía tragarme mi rabia. ¿Qué podría hacer? ¿Levantar una escena en el medio de aquel comedor? Gracias a Dios, alguien me salvó, sacándome lejos de esa mesa hasta que la pizza terminó.

Sí, quizás me había quedado sin comer, capaz cedí a dejarme conocer un poco por aquel chico que vive junto. Pero no dije más de lo debido sobre mi padre. Luego, Carter cambió de tema y pude notar lo divertido que era, al igual que su hermana. No fue aquel el momento duro que pasé en el día, sino cuando al final arribamos a casa.

Gordon había insistido en llevarnos a su departamento. Fulminé a mi madre con la mirada para que le dijese que no. Porque, claro, tampoco pensaba dirigirle la palabra al hombre que debía llamar mi padre. Lo único que había dicho frente a él fueron un par de frases basadas en simples modales para abandonar la mesa cuando comíamos y poder alejarme. Sin embargo, él no parecía comprender el claro mensaje que decía "vete" en mayúsculas.

Me encontraba en el suelo, con la espalda contra la puerta y los brazos pasando alrededor de mis rodillas. La palabra "respeto" había salido irónica de los labios de mi padre. Respeto era algo que él mismo desconocía. Siempre lo hizo. ¿Y cómo no entendía aquello mi madre? ¿Tan ciega era? ¿Cómo podía hablar de "segundas oportunidades"?

Sí. Los recuerdos en mi mente eran los que más me atormentaban. Me hacían sentir diminuto, vulnerable. ¡Pero qué decía! Siempre lo había sido. Y de eso, de eso se había aprovechado aquel hombre al que debía llamar padre. Por su culpa, había pasado por cosas terribles. Por su culpa, no era feliz. Yo no conocía la felicidad. Me odié tanto como él me enseñó a hacerlo.

Y para mi colmo, mi madre no estaba de mi lado. Estaba ciega, ciegamente enamorada de un hombre horrible. ¿"Otra oportunidad"? No tenía idea de dónde nos estaba metiendo. Y por aquella maldita idea, me había obligado a dejar atrás las pocas cosas que quizás se acercaban a hacerme feliz. Los pocos amigos que tuve, los que me apoyaban, mi hogar de toda la vida donde me sentía verdaderamente a salvo, en Sídney. Todo, para estar cerca de aquel hombre. No habían sido tomadas en cuenta mis opiniones. Yo no había sido tomado en cuenta. Era irrelevante, como un bebé que se maneja a pesar y en contra de sus necesidades. Estaba desesperado por cumplir los dieciocho, así sería libre al fin. Independiente, respetado.

Sin embargo, faltaba un mes para aquello. Y si en Septiembre, ese hombre terminaba siendo parte de nuestra pequeña familia, no sería capaz de hacerme valer ni con los dieciocho años cumplidos.

Por eso, en mi cabeza, se armó un plan. Si las cosas sólo empeoraban a lo largo de aquel mes, entonces mi vida terminaría junto con él. Todo terminaría para mí, cuando Septiembre terminase.

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