Capítulo 34: Presentimientos.

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28/09 – Domingo.

Otro día más lloviendo. Estaba cansado de ver el agua caer del cielo sin cesar. Parecía que el propio clima se había puesto de luto conmigo. Aunque, aquel día, parecía aún peor. Como si el Sol no hubiese salido en ningún momento. Y parecía no querer salir, sólo se escondía más y más.

A horas tan tardías, sabía que no volvería a ver el Sol hasta mañana. Y no sabía que tan parecido sería con mi estado de ánimo. Me preocupaba pensar en que quizás todo empeoraría para mí de ahora en adelante. Y aquel presentimiento me había invadido desde la mañana, y no había abandonado mi mente desde entonces.

Me sentía inquieto y extrañamente nervioso, moviendo mi rodilla arriba abajo sin parar, casi inconscientemente. Todo en lo que podía pensar era en cuándo volvería a ver esos hermosos ojos azules. Los había tenido tan cerca, al nivel de notar cada detalle en ellos, y de pronto, tan lejos que se desvanecieron.

Tampoco me llamaba el aroma de la comida, que humeaba desde el cuarto de la cocina. Era la abuela, quien cocinaba a grandes cantidades aquella noche.

Como todos los últimos Domingos de cada mes, la familia se reunía para tomar una gran cena todos juntos. No sólo se trataba de Katie – mi abuela materna –, papá, Fletcher, Brune y yo. Sino que, también viajaban mis abuelos paternos a la reunión familiar. Ellos vivían en un campo unas horas hacia el este. Además de mis tíos y mis dos primos.

Y, aunque no tenía el deseo de presentarme aquella vez, no podía negarme. Además de que Fletcher me había llevado casi arrastrándome dolorosamente de la oreja. Y cuando quise darme cuenta, ya no había vuelta atrás. O bueno, vuelta a casa.

Aunque mi mal humor se había manifestado de todas formas. No que yo así lo quisiera, pero me era inevitable. Desde que había llegado a la casa de mi padre, después de saludar a todos mis familiares me hundí en uno de los sillones del salón común, donde había un comedor y algunos sofás con una chimenea y una pequeña televisión. El ambiente era agradable y siempre me habían encantado estas cenas familiares, sin embargo, no podía gozar aquella noche. No cuando la preocupación y la tristeza estaban carcomiéndome por dentro.

Mi mente no dejaba de pensar en todo lo que había pasado el día anterior. Sabía que la reacción de Mickey había sido demasiado, lo que sólo me hacía pensar en qué más cosas estaría ocultando el chico. Sabía que había más problemas por los que estaba pasando o había pasado. Tal vez, mis palabras habían golpeado un punto más sensible de lo que me había imaginado en un principio.

Llevé el pequeño vaso de licor hacia mis labios. El licor de la abuela Joan era delicioso, aunque no pudiera realmente concentrarme en el sabor. En su hogar, tenían plantas y más plantas de diversas frutas. Hacían dulces con ellas, y preparaban tantas cosas. Tal vez era por eso que Joan y Katie estaban en constante competencia. Amaban cocinar y satisfacer los paladares de los demás, pero querían ser las únicas que lo hicieran. Por eso, los últimos domingos de cada mes volvía a mi casa pesando veinte kilos más que el día anterior, debido a que mis abuelas se volvían locas y cocinaban tanto para ser la que más impresionara. Yo no me quejaba, pues me encanta comer.

Sin embargo, como ya dije, ese día no tenía apetito. Tenía un nudo en la boca del estómago y lo único que había pasado por mi garganta hasta entonces habían sido unos sorbos del licor de ciruela de Joan. No tenía casi nada de alcohol, pero mucho sabor a la fruta.

Lo saboreé en mi lengua antes de separarlo. Apoyé de nuevo mi mano sobre el apoyabrazos del sofá. Mi vista estaba clavada en la ventana a mi derecha, la cual con suerte dejaba ver hacia afuera sin dificultad y sin las luces de dentro reflejándose en el vidrio. El cielo de un gris oscuro, aunque la calle estaba iluminada por las farolas amarillas. Su luz se proyectaba sobre el pavimento, mientras las gordas gotas de lluvia impactaban en él. Era una linda imagen, pero no estaba para apreciarla.

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